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El culturalista David Kepesh (Ben Kingsley) empieza una relación con la estudiante Consuela Castillo (Penélope Cruz) sin imaginar las consecuencias

CINE

La elegida

La directora catalana Isabel Coixet presenta una delicada adaptación de la novela de Philip Roth. ***1/2

Ricardo Silva Romero
27 de junio de 2009

Título original: Elegy.
Año de estreno: 2008.
Dirección: Isabel Coixet.
Actores: Penélope Cruz, Ben Kingsley, Dennis Hopper, Patricia Clarkson, Peter Sarsgaard.

Los libros del norteamericano Philip Roth retratan a los intelectuales como una especie en vías de extinción: un grupo de personas abatidas que se consumen día a día en el arrepentimiento, la perpetua decadencia del cuerpo, el cinismo que encubre una esperanza inconfesable y la sospecha de que el mundo sí es tan simple como lo ven los “civiles” que no se detienen a observarlo. El protagonista de la película La elegida, un culturalista neoyorquino, David Kepesh, que viene de aquella novela de Roth titulada El animal moribundo, es uno de esos tristes hombres desapegados: se ve de vez en cuando con un hijo que no le perdona haber abandonado a su madre, con una amante que nunca se ha quedado por más de una noche en su casa y con un amigo poeta que no le permite olvidar que las experiencias no valen menos que las ideas, pero lo cierto es que, con el paso de las frustraciones, ha aprendido a no arriesgarse por nadie.

La inquieta estudiante Consuela Castillo aparecerá en su salón de clase para devolverles la agudeza a sus cinco sentidos, para restaurarle la vulgaridad a su rutina antiséptica y recobrarle la humanidad a su manera de moverse por la vida. En un primer momento, acostumbrado al papel de Pigmalión, aquel rey artista de la mitología griega que se enamoró de la mujer que él mismo esculpió (acostumbrado, mejor dicho, a que ningún sentimiento se le salga de las manos), David tratará a Consuela (así se llama: Consuela) como a otra de sus tantas creaciones. Sin embargo, más temprano que tarde, ella le recordará que el mundo es simple, que las teorías llegan siempre a un callejón sin salida y que ninguna relación humana se vive impunemente, y entonces tendrá que tomar la decisión más importante de la última parte de su biografía.

El escueto guión de Nicholas Meyer, la sensible dirección de Isabel Coixet y la comprensiva interpretación de Ben Kingsley permiten ver al profesor David Kepish tal como es: un huérfano que le teme al dolor. El veterano Meyer, que hace unos años adaptó al cine La mancha humana, otra magnífica novela de Roth, no pierde el tiempo en explicaciones no pedidas: con un par de escenas sugiere cada una de las estrategias a las que Kepish acude para mantener la vida a raya. La respetada Coixet, experta en atender a los pequeños detalles desde que dirigió Mi vida sin mí, contempla los gestos de su protagonista con una cámara noble que no se atreve a juzgarlo. El genial Kingsley, que nos estremeció en Gandhi, La lista de Schindler y La muerte y la doncella (para citar las tres más obvias), se traga todos los sentimientos que se puede tragar una persona.

Y a la salida del teatro, cuando a punta de escenas contenidas, imágenes sucintas y actuaciones audaces queda probado que hemos tenido enfrente un hermoso largometraje sobre la madurez que nunca llega, pensamos que así de triste puede ser la vida.