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Este documental, un gran relato artístico y crítico, muestra imágenes difíciles de olvidar.

CINE

La sal de la tierra

El fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, cronista de grandes horrores sociales, protagoniza este documental que repasa su carrera a través de las impresionantes imágenes que ha capturado. ??1/2

Manuel Kalmanovitz G.
26 de septiembre de 2015

Título original: The Salt of the Earth

Año: 2014

País: Francia, Brasil, Italia

Director: Juliano Ribeiro Salgado y Wim Wenders

Guion: Juliano Ribeiro Salgado, Wim Wenders y David Rosier

Protagonista: Sebastião Salgado

Duración: 110 min



Sebastião Salgado, el personaje central de este documental, es un célebre fotógrafo brasileño que ha recorrido el mundo capturando en un blanco y negro pesadillesco sus desgracias y miserias. Fotógrafo profesional desde 1973, Salgado se ha especializado en imágenes cargadas estéticamente de grandes problemas sociales, que esta película recorre metódicamente: una guerra acá, una hambruna allá, un desplazado en un contintente, una catástrofe en otro.

El alemán Wim Wenders –codirector junto a Juliano Ribeiro Salgado, hijo del fotógrafo– cuenta ingenuamente y con su propia voz que la primera vez que vio estas imágenes, hace más de 20 años en una galería, pensó que debía tratarse de “un gran fotógrafo y un aventurero”.

La repetición de esta misma opinión, ligera y poco pensada, en este documental tiene cierta lógica: La sal de la tierra apenas si se aleja de ese doble pensamiento elemental (gran fotógrafo/aventurero).

No hay preguntas sobre su oficio, sobre su relación con lo que veía y capturaba con la cámara, sobre los dilemas morales y las dudas éticas que seguramente encontró en sus recorridos por el mundo retratando gente angustiada, perdida, al borde de la muerte o ya muertos.

Tampoco sobre el desbalance de poder entre su estatus como corresponsal de medios del primer mundo (vivía en París) y sus retratados que habitan su mundo local, sin la menor posibilidad de conseguir visas a ningún país o de pagar vuelos que los rescaten de su mortal caos cotidiano.

Tampoco hay mayor contexto para sus imágenes. El fotógrafo acá es un héroe solitario, sin respaldo económico o editorial, que existe angélicamente, sin un mercado que compra sus imágenes por miles de dólares y las cuelga en las paredes de lo que parece ser un planeta distinto al escenario caótico estéticamente retratado.

El rostro de Salgado, brillante y con pelo solo en las cejas, cobra un aura fantasmal mientras habla de tantas imágenes de dolor humano que capturó con sus cámaras, contando un poco de lo que sucedía en una toma, dando el nombre de alguno de los presentes, comentando un detalle físico de su retratado o la expresión de sus ojos.

En medio de esas rememoraciones, las imágenes de un pasado terrible cobran vida permitiendo entender esos momentos icónicos, como parte del recorrido de una persona dedicada a consignar de alguna forma la naturaleza caótica e incierta de este mundo.

La fuerza del documental está en las imágenes de Salgado, que son efectivas y perturbadoras, y en sus rememoraciones puntuales y poéticas. Pero él mismo parece haberse hastiado de tanto dolor cuando decidió fotografiar cosas menos terribles y buscar otras actividades en su vida, saciedad que La sal de la tierra menciona sin profundizar.

Al final queda claro que el poder de las imágenes es real, aunque solo llega hasta cierto punto. Y el documental, embelesado por el aventurero que tiene al frente, no da mayores luces para entender este mundo que, además de producir esas imágenes, las consume con un apetito desbocado.

CARTELERA



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