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Antonio Banderas interpreta al director de cine Salvador Mallo. Entre su niñez y su presente doliente se teje la almodovariana narración.

CINE

Dolor y gloria: el choque magistral de Almodóvar con un personaje enfermo

Lo más reciente del célebre director español es un asunto melancólico centrado en un director de cine que ha abandonado su oficio por problemas de salud.

20 de julio de 2019

País: España

Año: 2019

Director: Pedro Almodóvar

Guion: Pedro Almodóvar

Actores: Antonio Banderas, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia

Duración: 113 min

Calificación: 3½ estrellas (Muy buena)

La productora de Pedro Almodóvar se llama El Deseo y este es un detalle importante. Porque esta película es notoria –y extraordinaria, en el sentido de que no hay muchas que se le parezcan– por la falta de ese componente. No hay deseo acá. O, al menos, no de forma positiva: solo se ve claramente el deseo, o la aspiración, de parar de sufrir.

Da una sensación peculiar este filme porque, aun así, mantiene algunas de las constantes del cine de Almodóvar –una dirección de arte exquisita, un cuidadoso sentido del ritmo, una musicalización impecable– que chocan contra un personaje central enfermo y cansado que parece incapaz de saborear todos esos placeres.

El contraste entre ambas cosas, entre el estilo almodovariano y el padecimiento de su personaje, resulta inesperadamente efectivo y hace pensar en la paradoja de algún filósofo estoico que escribe sus máximas de desapego en un papel bellísimo y con una caligrafía exquisita.

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El personaje principal es Salvador Mallo (un Antonio Banderas barbudo y canoso), que ofrece un paralelo evidente con el mismo Almodóvar: es un director de cine aquejado por dolores paralizantes, excantante de un grupo punk y exparticipante de la movida madrileña; esa oleada cultural liberada y libertaria que surgió en la España de los años ochenta durante la transición posfranquista, que luego se volvió un ícono de la institucionalidad cultural.

La primera imagen suya lo muestra sumergido en una piscina de frente y luego de espalda, donde una cicatriz recorre a lo largo su columna vertebral. De ahí la película salta, aprovechando la conexión con el agua, a un grupo de mujeres que lavan ropa en un río mientras un niño –Mallo en su infancia– las acompaña.

Salvador Mallo (un Antonio Banderas barbudo y canoso), que ofrece un paralelo evidente con el mismo Almodóvar: es un director de cine aquejado por dolores paralizantes

Salvador Mallo (un Antonio Banderas barbudo y canoso), ofrece un paralelo evidente con el mismo Almodóvar: un director de cine aquejado por dolores paralizantes.

Entre estos dos ejes bien diferenciados se va tejiendo la película: los eventos de infancia, no importa lo aparentemente traumáticos, resultan luminosos y energéticos; mientras que el presente, a pesar de los colores vivos, tiende a lo oscuro y a lo inmóvil.

Este ritmo, que alterna entre un pasado idealizado y un presente de padecimiento, termina por construir un retrato no muy halagüeño de un hombre que sufre, aislado, centrado en sí mismo, poco amable con quienes lo rodean, de un narcisismo alivianado por la enfermedad –pero no superado– al que le resulta imposible establecer conexiones profundas y significativas con los demás.

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Así, quienes lo rodean viven en función de él –su madre, su representante, un actor con el que peleó y con quien se está reconectando, un amor del pasado que regresa brevemente– sin recibir ningún reconocimiento de su parte y sin que nadie en la película lo confronte explícitamente por esto.

En cierto sentido, Dolor y gloria comparte muchas de las preocupaciones del cine de la eutanasia que tan popular resulta en Europa. Solo que acá esa idea –expresada de forma tan desabrida en tantas de esas películas– tiene algo verdaderamente resonante, un lamento profundamente melancólico. Como si estuviéramos ante el manifiesto de un coleccionista de cosas extraordinariamente hermosas, inconsolable por echar en falta, no uno o dos objetos, sino la pasión misma que lo impulsaba a coleccionar.

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