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Maradona se confiesa

Esta semana se publican las memorias del futbolista más controvertido de la historia.

16 de octubre de 2000

El 28 de septiembre Editorial Planeta lanzará Yo soy el Diego (…de la gente), una autobiografía de Diego Maradona. SEMANA reproduce apartes del capítulo dedicado al mundial de 1986, su momento de mayor gloria.

“Yo lo miraba de reojo, porque sabía que mucho no faltaba, que no faltaba nada… Lo miraba de reojo a Arpi Filho, el referí brasileño, chiquitito así, y cuando levantó los brazos y pegó el pitazo, ¡me volví loco! Empecé a correr para un lado, para el otro, me quería abrazar con todos. Sentí en el cuerpo, en el corazón, en el alma, que estaba viviendo el momento más sublime de mi carrera, el más sublime… 29 de junio de 1986, estadio Azteca, México; esa fecha y ese lugar están marcados en mi piel. La copa en mis manos, la sacudía, la levantaba, la sacudía, la besaba, la sacudía, no sé, se la presté un ratito a Pumpido, en el palco, pero se la pedí en seguida, quería asegurarme de que era de verdad. Que la Copa del Mundo era nuestra, de los argentinos.

¡Nos habíamos jugado tanto por eso! ¡Nos había costado tanto! Que no creyeran en nosotros, que nos quisieran voltear ¡desde el gobierno!, que nos putearan, que nos criticaran. Si hasta los mexicanos se nos volvieron en contra, gritaron los goles de los alemanes. ¿Latinoamericanismo? ¡Latinoamericanismo las pelotas, los latinoamericanos éramos visitantes, ahí, en el Azteca justamente! Lo que nadie entendió nunca fue que nuestra fuerza y nuestra unión habían nacido precisamente de la bronca… De la bronca que nos daba haber tenido que luchar contra todo. Así tenía que ser, ¿no? ¡si era un equipo mío! Un equipo hecho desde abajo y contra todos.



1985: la clasificación

Las eliminatorias empezaron en Venezuela. ¿Fácil? ¡Fácil las pelotas, para nosotros no había nada fácil! Podía ser que el rival fuera débil, pero aquella vez no jugaron sólo 11 jugadores contra nosotros, jugaron más. Resulta que apenas aterrizamos en San Cristóbal se armó un tumulto bárbaro. Un loco me salió al cruce y me metió tal patada en la rodilla derecha que ni el ‘tano’ Gentile lo hubiera hecho mejor. ¡Me mató, me mató! ¡El hijo de puta me había arruinado el menisco!

En ese maldito partido y en los que siguieron me apuntaban ahí, todos me pegaban en la rodilla derecha. Digo ahora maldito partido porque nos costó un huevo y medio ganarlo, bien al estilo nuestro: terminamos 3 a 2, pidiendo la hora.

Después vino Colombia, en Bogotá, el 2 de junio. ¡Qué presión, qué presión, yo nunca había vivido nada igual! Después ganamos 3 a 1, y todo pareció un camino de rosas, pero nada que ver, ¿eh?, nada que ver… Lo que pasa es que la mayoría de los jugadores no habíamos estado nunca en eliminatorias, incluido yo. Todavía hoy creo que si perdíamos en Bogotá nos quedábamos afuera del Mundial, porque hubiera sido un golpe anímico demasiado fuerte.

Los dos partidos contra Perú, los que definían la historia, fueron terribles, ¡terribles! El primero en Lima, el 23 de junio, fue el de Reyna… Lo digo así y ya todo el mundo sabe de qué estoy hablando, de aquel muchacho que me siguió hasta el baño, ¡una cosa de locos, viejo! En una jugada, pisé mal y salí de la cancha. ¡Y el tipo me siguió hasta el borde de la cancha! Cuando volví, se me paró otra vez al ladito, el cabeza de termo. Me hablaba, me hablaba. Me pegaba trompadas, también. Qué bárbaro ese Reyna.

Después vino el partido de Buenos Aires, el 30 de junio, el de la clasificación. ¡Mamita, cómo sufrimos, mamita! ¡El susto que tuvimos esa tarde en el Monumental no lo había tenido nunca! Pero ¿cómo puede ser, viejo! Estábamos jugando bien, por primera vez estábamos jugando bien, je, y resulta que nos metieron dos contraataques y dos goles, dos goles en el primer tiempo… Nos hablábamos con Passarella, no entendíamos nada… En el entretiempo Carlos (Bilardo) no nos dijo nada de los goles, nos gritó que nos olvidáramos, que empezáramos de nuevo, que saliéramos a clasificarnos para el Mundial y que… ¡nos dejáramos de joder!

Pero yo sabía que no era fácil, estábamos nerviosos. Y al final, cuando faltaban 10, llegó aquella jugada de Passarella, el empujoncito de Gareca, ¡qué sé yo! Yo ni me di cuenta quién había hecho el gol, pero lo tenía cerca a Pedrito Pasculli y me abracé con él, me abrazaba con cualquiera… Pero fue de Gareca, fue del Flaco, si no la pelota se iba afuera, se iba afuera.

Nos clasificamos para el Mundial de México y ahí mismo, lo juro por mi madre, le dije al Flaco Gareca: “Así, así vamos a terminar la final del Mundial nosotros… Sufriéndola, pero ganándola”.



1986: el complot

Yo era consciente de que no despertábamos entusiasmo en la gente… ¡Más que entusiasmo despertábamos bronca! Pero lo que nadie entendía es que faltaba tiempo, que en ese equipo había muchos jugadores valiosos. No me sorprendía, por otra parte: así es el hincha argentino, también a Menotti le habían hecho la vida imposible antes del 78, ¿o se olvidaron de eso? Yo respetaba las opiniones pero me jodía, me jodía mucho pensar que esos mismos que criticaban iban a ser después los primeros en subirse al carro de la victoria.

Aquel abril del 86 fue terrible: el 30 perdimos con Noruega, nos querían matar. Fuimos a Tel Aviv a jugar contra Israel y teníamos todos los cañones apuntándonos: ¡el gobierno quería voltear a Bilardo! Raúl Alfonsín, que era el presidente, había comentado que la Selección no le gustaba: Rodolfo O’Reilly, que era el secretario de Deportes, hacía lobby, y todos le movían el piso… Fue terrible, en serio. Resulta que para los políticos el fútbol era algo poco serio y de golpe se había convertido en una razón de Estado, ¿se puede creer? Yo lo había dicho: “Si se va Bilardo, me voy yo”. Ojalá haya servido para algo, como presión, porque si el gobierno argentino echaba al técnico del seleccionado hubiera sido un disparate y un papelón mundial… El 4 de mayo le ganamos a Israel 7 a 2 y yo ya estaba convencido: en esos 30 días que nos quedaban nos prepararíamos para ganar el Mundial, ¡para ganarlo! Estaba convencido, además, de que los otros se iban a ir cayendo.



La mano de Dios

Se venía Inglaterra, nada menos, 22 de junio de 1986, otro día que no voy a olvidar mientras viva, nunca… Aquel partido contra los ingleses, peleado, apretado, con el negrito Barnes complicándonos las cosas al final. Y con mis dos goles. ¡Mis dos goles!

Del segundo recuerdo muchas cosas, muchas… Si lo cuenta algún pariente mío, siempre aparece un inglés más. Creo que es el gol soñado. Yo en Fiorito soñaba con algún día hacer un gol así en la canchita, con el Estrella Roja, y lo hice en un Mundial, para mi país y en una final.

Sí, una final, porque nosotros, con todo lo que representaba, jugábamos una final contra Inglaterra. Porque era como ganarle más que a nada a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos antes del partido que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos… Y esto era una revancha, era… recuperar algo de las Malvinas.

Nosotros, de alguna manera, hacíamos culpables a los jugadores ingleses de todo lo sucedido, de todo lo que el pueblo argentino había sufrido, Sé que parece una locura, un disparate, pero eso era, de verdad, lo que sentíamos. Por eso, creo, el gol mío tuvo tanta trascendencia. En realidad los dos la tuvieron, los dos tuvieron su gustito.

El segundo fue, como dije, el gol que uno sueña de pibito. Fue… no sé, cuando yo vuelvo a verlo, me parece mentira haberlo logrado, en serio. No porque lo haya hecho yo, pero te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar pero nunca lo vas a concretar. Ya es un mito, ahora, y por eso se han inventado muchas cosas, como que yo pensé en un consejo de mi hermano, en el momento… No, en el momento, no, pero después sí me di cuenta, algo me habrá venido a la cabeza, porque definí como mi hermano Turco me había dicho: el 13 de mayo del 81, en Wembley, yo había hecho una jugada muy parecida y definí tocándola a un costado cuando me salió el arquero. La pelota se fue afuera por esto, por nada, cuando yo ya estaba gritando el gol. El Turco me llamó por teléfono y me dijo: “¡Boludo!, no tendrías que haber tocado… Le hubieras amagado, si ya estaba tirado el arquero”. Y yo le contesté: “¡Hijo de puta! Vos porque lo estabas mirando por televisión”. Pero él me mató: “No, Pelu, si vos le amagabas, enganchabas para afuera y definías con derecha, ¿entendés?”. ¡Siete años tenía el pendejo! Bueno, la cosa es que esa vez definí como mi hermano quería.

Y me dio mucho placer el otro, también. A veces pienso que me gustó más el de la mano. Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que en aquel momento definí como “la mano de Dios”. Qué mano de Dios, ¡fue la mano de Diego! Y fue como robarle la billetera a los ingleses, también…”