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OPINIÓN

El adiós al padre Francis

El antiguo rector del Colegio San Carlos dirigió la institución durante más de cinco décadas y la mantuvo en los más altos niveles de excelencia académica en el país. Aquí, el testimonio de gratitud de un docente que trabajó con él en los años ochenta.

Julián De Zubiría Samper
8 de agosto de 2017

En un país tan enfermo de intolerancia es especialmente triste que muera alguien tan tolerante con las ideas ajenas como el padre Francis. En un país tan conservador y tradicional, duele que las ideas del padre Francis no hayan tenido mayor acogida y divulgación entre los educadores colombianos.

Mucho aprenderíamos en Colombia si lográramos empoderar a los docentes como él lo logró. Sin la más mínima duda, la autonomía es una de las claves de la calidad. El padre Francis y el colegio San Carlos lo han demostrado hasta la saciedad. Mucho avanzaríamos si logramos esa combinación tan exitosa entre la disciplina y el amor. Cuando aflojamos en la disciplina, paradójicamente, los más fuertes terminan por atropellar a los débiles; se debilita el rigor y deja de premiarse el esfuerzo; pero cuando dejamos de lado el amor, la educación se torna en un proceso en extremo monótono, rutinario y aburrido. En las instituciones educativas colombianas falta hoy tanto disciplina como amor.

Conocí al padre Francis en 1980, cuando me vinculé al Colegio San Carlos como profesor de Ciencias Sociales. Permanecí siete años como docente. Luego hablé con él un par de veces, cuando fui a visitarlo. Me impactó más como ser humano que como pedagogo o educador. En realidad, su trabajo era esencialmente ético, humano y político. No discutía sobre principios, modelos, contenidos o estrategias pedagógicas; pero, sin ninguna duda, dejaba que florecieran. Empoderaba y respaldaba al docente que trabajaba de manera comprometida y disciplinada.

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Me correspondió compartir un periodo profundamente prolífico del colegio San Carlos impulsado por el padre Francis y los vicerrectores Hans Jacobsohn y Bernardo Recamán: los años ochenta. Fue un periodo que nucleó a un grupo jóvenes docentes altamente inconformes con la escuela tradicional. El Padre nos inspiró y animó a gestar y desarrollar nuestras ideas innovadoras. El colegio respaldaba la libertad de cátedra, la cual acompañaba con cientos de debates pedagógicos, históricos y políticos entre los docentes, además de múltiples actividades artísticas y culturales, todas ellas, sin duda, promovidas por el ambiente de libertad que se generaba en el interior del colegio. De allí que no es casual que el San Carlos haya sido uno de los colegios que ha generado mayor diversidad de instituciones educativas. Fieles al pensamiento del Padre, las instituciones generadas también reflejan la diversidad pedagógica e ideológica que allí se vivía.

El padre era un convencido de que la diversidad es la clave en la formación, a tal extremo que, al tiempo con el debate argumentativo y libre como eje del trabajo en bachillerato, también permitía que las docentes de primaria usaran estrategias abiertamente autoritarias, prohibieran a los niños correr en los “corredores” o hablar en los buses escolares.  Su respeto a la diversidad llegaba a ese extremo, a pesar de nuestro eterno debate contra dichas “prácticas pedagógicas”. Siempre apoyó e impulsó la total diversidad ideológica y pedagógica. Por ello, valoraba que los docentes vinieran de diversas universidades Apostaba sin reservas por la presencia de un buen grupo de egresados entre ellos, a pesar de su corta edad. Lo que le indignaba era la mediocridad.

Por eso, combinó de excepcional y original manera, la libertad y la disciplina, muy a la manera que plantea Rubén Blades en una de sus emblemáticas canciones: “Mucho control y mucho amor tiene que haber en una casa”. En el San Carlos que conocí había mucho control y mucho amor, una combinación perfecta. No creo que los que solo ven la libertad reflejen de manera completa lo que allí pasaba desde el punto de vista formativo. El gran respeto a la libertad de cátedra estaba sostenido por un impecable manejo del tiempo, la lectura, el seguimiento a los procesos, alto rigor y estudio. Trabajo, esfuerzo y disciplina potenciaron y le dieron sentido a la libertad de cátedra.

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Varias de las ideas que años después se implementarían en el Merani fueron gestadas allí, con el apoyo incondicional del Padre. Nos permitió crear asignaturas novedosas para desarrollar el pensamiento y repensar conceptualmente la economía, la geografía, la escritura y la historia. También accedió a que aplicáramos diversas pruebas sobre desarrollo cognitivo y creatividad. Pero lo que siempre me impactó fue su extrema convicción en que había que promover el pensamiento independiente, a la par con la disciplina y el trabajo. El Padre era un liberal radical que creía firmemente en que había que defender la diversidad y el debate amplio de ideas. Y eso era muy poco común en la educación en los años ochenta y menos aún en la educación católica, que ha sido, en términos generales, extremadamente rutinaria y conservadora. Aun hoy, sus ideas siguen siendo demasiado avanzadas para una sociedad, una cultura y una educación tan conservadoras e intolerantes como las nuestras.

Desde que me vinculé, me permitió organizar seminarios inter colegiados sobre temas altamente polémicos, pero esenciales para consolidar la conciencia política de los jóvenes: las dictaduras del Cono Sur, la reforma agraria, el proceso político en Centro América o la libertad de prensa, entre otros. Nunca hizo la más mínima observación, aunque invitábamos 20 colegios y unos 300 estudiantes cada dos meses a la institución. Como profundo liberal, sabía que había que consolidar el pensamiento independiente en los estudiantes y que el papel de un buen docente era ayudarlos a encontrar la verdad. Y estaba convencido de que ésta sólo se alcanza si se revisan diversas posiciones ante un mismo tema. En ocasiones me mostró las cartas que le enviaban la Curia y algunos colegios de estirpe mucho más conservadora. Pero siempre me dijo lo mismo: “Sigue adelante, fortaleciendo el pensamiento crítico de los adolescentes. Es lo más importante que puede hacer un docente”. Y seguí adelante. El padre Francis fue para mí un inspirador como docente y como rector.

Como rector ha sido la persona que más me ha influido. Cuando en el San Carlos había reunión general de docentes, el primero que estaba presente era el Padre. Asumió el liderazgo pedagógico, algo muy poco común en la educación colombiana. Desafortunadamente, la mayoría de los rectores se han concentrado exclusivamente en tareas administrativas. Por el contrario, todos los años el Padre evaluaba uno por uno a sus docentes y sabía el nombre y el proceso de cada uno de sus estudiantes y egresados.

Nunca aceptó la participación de los padres de familia en las decisiones pedagógicas del colegio. Recibía presiones de la Curia, los egresados, personas cercanas al colegio y padres de familia, pero no cedía ante ellas. Pese a la gran oposición de los padres y madres de familia y algunos egresados, mucho más conservadores que él, respaldó a los docentes de literatura que promovían la lectura de autores censurados en muchos medios, como Andrés Caicedo o Gabriel García Márquez. También respaldó a los docentes de ciencias sociales cuando algunos padres de familia interpusieron quejas sobre la lectura de obras de Leo Huberman y Eduardo Galeano. Su aval a la libertad de cátedra era incondicional.

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En una reunión de profesores, el Padre comentó: “Tengo en mi mano una carta de un ministro que me solicita que aceptemos a su hijo. Vean lo que se hace en este colegio con estas cartas de recomendación”. Tomó la carta y la rompió delante de todos los asistentes. Fue una lección de transparencia que marca la vida de cualquier persona. A mí, como rector, me marcó de por vida. Como también aquella anécdota en la cual una madre le preguntó por qué él dejaba ingresar a su hijo al colegio con el pelo azul. A lo que sabiamente respondió: “Si usted lo deja salir de su casa con el pelo azul, yo lo dejaré entrar así al colegio”.

Muchos quedamos en deuda con su invaluable aporte a nuestras vidas. El Padre lo sabe. Mucho más ahora que hay un Papa con un ideal liberal y humano, que muy pronto vendrá a Colombia a apoyar el proceso de paz, consolidar la unión de la iglesia y ayudar a transformarla. El padre Francis estaría en primera fila para ver la llegada de Francisco. Al fin y al cabo, su tarea en Colombia fue similar a la que hoy está librando el Papa a nivel mundial: darle un rostro humano, liberal y moderno a la iglesia y a la educación que brindan las instituciones educativas católicas en el mundo.

*Julián De Zubiría Samper 
Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas. 
Twitter: @juliandezubiria

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