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Informal y descomplicado, Roberto siempre estuvo al tanto de lo que sucedía en la política. | Foto: Cortesía Jet-Set

OBITUARIO

Adiós al Mosquetero

A los 54 años y después de varias complicaciones de salud, murió Roberto Posada, un periodista que no dejó de escribir su columna de El Tiempo durante casi 30 años. Su pluma será recordada porque siempre se gozó ir en contravía de la opinión mayoritaria.

24 de febrero de 2009

A muy temprana edad la rotativa, el linotipo y la magia de la tinta en el papel lo envolvieron. Roberto Posada dedicó toda su vida al oficio de opinar y llegó a ser uno de los columnistas más influyentes del país. “Acucioso”, “mordaz”, “contra corriente”, “excelente analista”, son algunos de los apelativos que le dedicaron sus colegas periodistas. Desde 1974 escribió la columna que firmaba con el seudónimo D’artagnan, con la que etiquetó su afilada prosa.

Pero su entrada al periodismo fue desde cuando era apenas un niño y entraba de la mano de su abuelo, Roberto García-Peña, a las instalaciones del periódico El Tiempo, donde éste era el director (duró 42 años en ese cargo). Del abuelo no solo heredó el nombre sino unas acciones del periódico y su deseo de ser un espíritu libre a través de la palabra. Su cercanía con “don Roberto” era tal que tenía una habitación en casa de los abuelos y permanecía más tiempo con ellos que en su propia casa.

Su padre, Jaime Posada, quien fue ministro de Educación durante la presidencia de Alberto Lleras, presidente del Colegio Máximo de Academias y director de la Academia Colombiana de la Lengua, también fue una influencia notable en su pasión por el periodismo.

A los 14 años, en 1969, empezó a escribir su primera columna futbolera: ‘Un hincha azul’. Con ella, desde la tribuna expresaba su afición al equipo capitalino, el Deportivo Millonarios. Tampoco escatimaba vainas contra el Independiente Santa Fe, como más tarde no las ahorró contra la familia Pastrana. Daniel García-Peña, hincha del equipo rojo y primo de D’artagnan, recuerda que peleaban todo el tiempo, y que a su abuelo le gustaba azuzar los debates entre los primos, controversias que pasaban del fútbol a la política.

Se graduó de bachillerato del Gimnasio Moderno, en 1973. Después ingresó a la Universidad del Rosario en donde estudió Derecho y se graduó en 1980. Posteriormente hizo una especialización en economía en la misma universidad. Mientras hacía su carrera de abogado dirigió la página de El Tiempo, Nueva Generación, y allí comenzó a afilar sus posiciones ‘políticamente incorrectas’ que desplegó en sus columnas.

Roberto Posada escogió el seudónimo D’artagnan para escudarse de sus compañeros de clase y profesores de la universidad. Desde muy temprano forjó su fama de ‘contra corriente’ en las páginas editoriales del diario. Fue por esa razón que en la primera edición de la Revista Semana, en 1982, le dedicó una de sus notas en la que lo calificó del “columnista de moda”, cuando este apoyó la candidatura del liberal Alfonso López Michelsen.

“Fue un turbayista cuando ninguno de los líderes de opinión lo era, un antigalanista cuando todos hablaban bien de Galán, un samperista cuando a Samper se le vino el mundo encima por el ocho mil”, dijo Mauricio Sáenz, quien fue su compañero de clase en la universidad. “Siempre pareció un viejo”, agregó Sáenz, refiriéndose a su carácter.

La definición ideológica de D’Artagnan que hizo la columnista María Isabel Rueda, quien además fue su amiga cercana, fue: “un liberal visceral”. De filosofía, de partido, de aptitudes y familia. Rueda recuerda que atacó al Partido Conservador, pero especialmente fue un contradictor acérrimo de Álvaro Gómez Hurtado. Para ella, sus mejores columnas eran las que sazonaba con humor.

El año pasado escribió una columna que causó molestia en Venezuela, cuando las relaciones con el país vecino se vinieron a menos porque Uribe sacó a Chávez de la mediación por el acuerdo humanitario. En la columna titulada Qué machera la de Chávez, puso en entre dicho su virilidad, y aseguró que el líder de la Revolución Bolivariana era “de doble ojal”, con lo que insinuó que era bisexual. Lo peor fue que hubo quien lo tomó en serio. Pero D'Artagnan disfrutaba provocando a sus contradictores y haciendo reír a sus amigos.

Las columnas de D’Artagnan pasaban de lo trivial a lo importante con la misma facilidad con la que podía hablar de política y mamar gallo. Las tertulias de amigos y familiares, en su casa podían comenzar a la hora del almuerzo y terminar al amanecer. Gustaba del whisky Vat 69, dicen algunos de sus amigos, “porque no había que meterle plata”.

Uno de los episodios de mayor polémica en su carrera fue cuando utilizó su florete para defender la gestión del controvertido presidente Ernesto Samper. En las páginas del diario, al que siempre perteneció pues de su abuelo también heredó la cercanía con la familia Santos, él era el único capaz de defender al Presidente salpicado por la narcopolítica. Los epítetos en las páginas editoriales no faltaron y el mosquetero pasó a ser “el espadachín del régimen”. Para muchos esta defensa era inaceptable, para otros fue la evidencia de que era un buen amigo y para otros a su interés de demostrar que el sentido común no existe.

El tema Samper lo distanció del caricaturista Héctor Osuna y de María Isabel. Con la última se reconcilió después. El primero, quien había sido su gran amigo e incluso había creado un personaje inspirado en él,  luego le dedicó varias caricaturas  criticando su cercanía al poder y al cuestionado Samper.

Roberto Posada obtuvo varios premios de periodismo. El más reciente fue el de la vida y obra otorgado por el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) este año. La misma organización le dio el galardón por la mejor columna de opinión, en 1997. En la misma categoría obtuvo, dos veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1986 y 1989.

Fue director de las Lecturas Dominicales del diario El Tiempo, en varias ocasiones, y corresponsal en Europa. Hizo parte del consejo editorial y fue socio minoritario del periódico que desde niño lo acogió. Desde 1986 dirigió la Revista Credencial, hasta el final de sus días.

En el año 2000 publicó el libro El arte de opinar, en el que trata sobre el oficio al que se dedicó toda su vida. En 2003 publicó El fogon de D’Artagnan, en el que muestra su faceta de conocedor de la cocina y su gusto por la buena mesa.

Porque otra de sus pasiones, además de la de causar polémicas con la tinta, fue la comida. Como un “gocetas del paladar”, lo recuerdan sus familiares y amigos. Hasta el 2008 presentó el programa de televisión El fogón de D’Artagnan, en el que combinaba sus dos pasiones. Durante la preparación de un sabroso plato, en el que el actuaba como un avezado chef, sacaba verdades y chismes a protagonistas de la actualidad.

Según su primo Daniel García-Peña, el mejor plato que preparaba era la paella negra. Pero como a veces hablar de alguien es como hablar de su obra: no genera consenso; su amiga la periodista María Isabel, considera que él no sabía cocinar. “Eso hace parte del imaginario de la gente. Incluso, yo creo que hasta de su propio imaginario”, dijo ella.

Sin embargo, todos lo recuerdan como un comelón insaciable, que disfrutaba de un almuerzo criollo en un restaurante del centro de Bogotá, como de uno preparado por el mejor chef extranjero. Fue especialmente amigo del crítico de cocina Kendon Smith, quien también tenía una afilada lengua en la política, y como una coincidencia algo extraña, murió exactamente el mismo día, un año después que el cocinero escocés.

Con su primera esposa, la abogada Marcela Monroy tuvo una hija, que hoy tiene 22 años. Se volvió a casar con la artista Lorenza Panero con quien tuvo otros tres hijos los cuáles hoy tienen 13, 11 y 9 años.

D’Artagnan estuvo muy enfermo en sus últimos años. Resucitó después de una infección en el estómago que lo llevó al otro lado del umbral donde quienes han ido dicen que se ve una luz espléndida. Volvió a sus lides periodísticas y gastronómicas.
 
Pero “andaba mal de la cabeza, como si casi todos no anduviéramos en lo mismo", dijo el poeta amigo suyo, Jota Mario Arbeláez refiriéndose al tumor que tenía en el cerebro. En sus últimos días, quienes estuvieron a su lado cuentan que luchó hasta el final con la muerte, hasta que ya no pudo más y esta se lo llevó este lunes 23 de febrero.