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“Entre nosotros hay un profundo cariño y admiración, porque no se puede querer a quien no se admira”, explica Felipe Achury, quien desde que conoció a David no se ha separado de él más de 24 horas. | Foto: LISA PALOMINO

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Un vistazo a la especial relación entre el maestro David Manzur y Felipe Achury

A propósito de los 90 años de vida y las siete décadas de carrera de uno de los artistas más importantes del país, la revista Jet-set conversó con él y con quien no lo deja ni a sol ni a sombra: una relación que pocos entienden y a ellos poco les importa. SEMANA reproduce el artículo.

24 de enero de 2020

Al acercarse la media noche que dará paso a 2020, David Manzur y Felipe Achury se sientan en el balcón de su casa en Barichara, Santander, acompañados solo por un par de copas de champaña y por la vista que ofrece el pueblo más bonito de Colombia. Celebran su vida juntos. Allí encontraron la tranquilidad y sencillez que persiguió el artista caldense durante su larga vida.

David recuerda que siempre ha trabajado rodeado por un equipo con el que consulta y dialoga, como cuando vivió en Estados Unidos y Canadá, donde nutría su exploración de la contemporaneidad al departir con otros artistas. Pero desde hace un tiempo ha encontrado en el joven bogotano el interlocutor apropiado para esta etapa de su existencia.

“Hace siete años conocí a Felipe. De cierta manera él encarna a todos esos personajes con quienes yo había dialogado antes. Me trajo la idea histórica de la modernidad, un aspecto que generalmente a uno se le olvida”.

Gracias a sus profundas charlas, Manzur se ha renovado para crear sus obras más recientes: un políptico y cinco piezas de gran formato, exhibidas como parte de la muestra El oficio de la pintura, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Durante la noche hay más actividad en el taller de Barichara. Esto fue evidente durante la preparación de una de las obras para la exposición El oficio de la pintura.

“Cuando nos conocimos, gracias a amigos en común, le pregunté si él sabía de mí, y su respuesta fue positiva. Yo no lo conocía. Para mí él tiene algo de los fantasmas de mis cuadros; parece extraído de un salón parisino del siglo XIX”, dice el pintor, quien algunas veces le ha pedido a Felipe, de 32 años, servirle de modelo: “Al verlo, me transporto mentalmente a las obras de retratistas como Rafael y Perugino, y de los personajes narrados por Proust”.

La lectura, el cine, la música y el arte llenan el universo de estos personajes solitarios, que pueden pasar semanas enteras sin salir de su casa.

“Ambos tuvimos infancias difíciles y ninguno de los dos había tenido ese sentido familiar. Eso fue precisamente lo que empezamos a experimentar al pasar tiempo juntos. La gente le da una connotación sexual o física a las relaciones, pero lo nuestro es diferente”, explica Felipe, quien después de terminar sus estudios en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en Bogotá accedió a la invitación de David a quedarse, en un principio, en su casa de Mosquera, Cundinamarca.

“Cuando terminé la pasantía me dijo: ‘Vea, a mí me funciona muy bien trabajar con usted, viva conmigo’”. Desde entonces son inseparables. Cada vez encuentran más cosas en común, como la prioridad de llevar una vida sana y sin vicios. Su relación se asemeja a una de las más conocidas en la historia del arte: la de Leonardo da Vinci y el miembro de la nobleza milanesa Francesco Melzi.

Los primeros espectadores del trabajo del artista son sus perros Thor y Pookie.

Entre David y Felipe existe un profundo afecto y admiración, que se evidencia en detalles rutinarios, como saludarse cada mañana con un abrazo, y despedirse cada noche con una oración.

Como muchos, antes de conocerlo a un nivel tan íntimo, Achury creía que Manzur era una figura intocable. Ya ha entendido cuál es su papel en el universo del artista y tiene claro que su aporte es darle siempre su más sincera opinión: “Le hablo sin anestesia, y puede que a veces no le guste”. Pasó de ser un asistente a convertirse en familia, por eso no le pesa haber dejado atrás su plan de estudiar en alguna universidad británica, como Oxford o Cambridge.

“Fue una transición fácil, la sentí muy natural. No pude haber tomado una mejor decisión. Estar con él es como hacer un posdoctorado en la vida, en Historia del Arte y mil cosas más”. Ahora, tras ajetreados meses de los viajes y compromisos que llegaron de la mano de la exposición en el MAMBO, inician un nuevo proceso creativo para que David determine lo que sigue.

Para escribir ese nuevo capítulo en su historia, ahora se apoyan en el marchante Felipe Grimberg, su representante, con quien planean llevar sus pinturas a otros países.

La muestra, que estará en el MAMBO hasta el 23 de febrero, refleja la grandeza del artista y su destreza en la pintura tradicional, interpretada de manera contemporánea. “Gracias a Felipe he podido asumir el reto mental de enfrentarme a mi propio trabajo, pensando que en cada obra debo dar un paso adelante para alcanzar la que sueño”.

Es claro que el trabajo de David es la prioridad, “él es el creador, y ese es un proceso que nunca para; mi función es quitarle todo el peso de encima para que su labor creativa pueda suceder”, comenta Achury, quien además de brindarle su apoyo intelectual, también se encarga del esfuerzo físico que se requiere en el taller, moviendo y acomodando todo. “Es como un sistema solar. En el estudio no puede haber dos personas que brillen; así que él es el astro y yo orbito a su alrededor”.

Hace seis años decidieron asentarse en Barichara, “no solo fue por la altura, la temperatura o la luz; este lugar es privilegiado por su historia y localización”. Allá encontraron el lugar perfecto para aislarse del caos y disfrutar de la simplicidad de la vida. 

* Este artículo hace parte de la última edición de la revista Jet Set. Puede leer otros aquí.