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Después de vivir los horrores de la revolución francesa, Marie Tussaud se estableció en Londres, donde se ubicó su primer museo de cera. Hoy hay figuras controversiales, como la de Adolf Hitler, que fue decapitado por un turista enfurecido

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La dama de cera

El museo Madame Tussauds abre su nueva sede en Hollywood. Sin embargo, es poco lo que se sabe de la francesa que sentó las bases de esta legendaria atracción de fama mundial.

2 de agosto de 2009

Los museos de cera de Madame Tussauds son el reino de lo posible. Aunque en la vida real sean simples utopías, allá es fácil darle un beso a Zac Efron o a Kylie Minogue, hablarle al oído a Nicole Kidman, codearse con George Clooney o Jennifer Aniston, hacer el moonwalk frente a Michael Jackson, montar en bicicleta con Lance Armstrong y revisar bajo la falda escocesa de Jean-Paul Gaultier. En ese bulevar de estrellas, miles de curiosos han podido cumplir sus más alocadas fantasías. Una mujer le propuso matrimonio a la réplica de Shahrukh Khan, estrella de Bollywood, y las estatuas de Adolf Hitler han sido blanco de escupitajos y hasta de agresiones físicas. Alguna vez le clavaron unos alfileres cerca del corazón y hace poco un turista enceguecido por el odio lo decapitó.

En esas expresiones de amor y de odio, de pasión casi irrefrenable por los personajes públicos, está el éxito del museo de Madame Tussauds, que este mes inaugura su nueva sede en Hollywood. "Si la meca del cine hubiera existido hace 200 años, la señora Tussaud habría instalado su exhibición en este lugar", explicó Chris Bess, encargado de comunicaciones de la nueva sede. "Como referente para la interacción de las celebridades, Hollywood es el hogar espiritual de Madame Tussauds. Ya era hora de que una atracción de clase mundial llegara acá".

Madame Tussauds es mucho más que una colección de figuras de cera. Hoy es un imperio que se ha expandido desde sus inicios en Inglaterra y ya cuenta con nueve sedes en tres continentes y más de 500 millones de visitantes. Hace parte del conglomerado de empresas de Merlin Entertainments, una industria que se autoproclama la número dos del mercado, sólo superada por Disney.

En sus comienzos, sin embargo, la atracción no contó con la seguridad que brinda una compañía estable. Fue más bien la obra personal de una francesa obstinada que a comienzos del siglo XIX se atrevió, cuando sólo pocas mujeres lo hacían, a dejar a su marido y su país para construir un negocio con mano de hierro. "Marie Tussaud fue una empresaria astuta, calculadora e inteligente", dijo a SEMANA Pamela Pilbeam, autora de Madame Tussaud and the history of waxworks. "Parecía fría, una fanática del control y una explotadora. Fue hábil para aprovechar las oportunidades".

La historia de Tussaud, cuyo nombre de soltera era Marie Grosholtz, no es menos interesante que las de muchas de las celebridades que hoy ocupan sus museos. Nació en Estrasburgo en 1761, pero creció en París, donde su madre era ama de llaves de un importante físico y escultor en cera, Philippe Curtius. Desde muy temprana edad ella aprendió las técnicas para crear las figuras y darles una apariencia real. Fue introducida a la alta sociedad parisiense y tuvo el privilegio de moldear, cuando todavía era una jovencita, a personajes históricos como Voltaire y Benjamin Franklin, de quien resaltó "la franqueza de su aire, la sabiduría de sus observaciones y la decencia de su conducta". Siguió un camino ascendente hasta lo que para muchos podría ser la cúspide: vivir en el Palacio de Versalles como la instructora de arte de la hermana del rey Luis XVI. Pero los lujos de la vida cortesana estuvieron a punto de llevar a Marie a la muerte.

Francia bullía por la agitación social que presagiaba el fin al absolutismo monárquico. La revolución estaba en marcha y las conexiones de Marie con la nobleza se convirtieron en un riesgo mortal, tanto, que algunas de sus biografías sostienen que terminó en la cárcel. A cambio de no ser ejecutada fue obligada a rescatar cabezas entre montones de cadáveres para producir las máscaras mortuorias de algunas víctimas de la guillotina, como María Antonieta, el propio rey y hasta su verdugo, Maximiliano Robespierre. Cuando vio el delirio del populacho ante esos trabajos, "rápidamente aprendió que el público adoraba las representaciones macabras de los caídos", contó a esta publicación Christine Trent, quien escribió un libro sobre María Antonieta y actualmente planea uno sobre Madame Tussaud. "Sus vivencias durante la revolución le formaron el instinto de lo que quieren las masas".

Marie, sagaz para los negocios, entendió la puerta que se le estaba abriendo y a los 41 años tomó una decisión radical: abandonó a su hijo menor (tuvo dos) y a su esposo, de quien sólo se llevó un apellido que pasaría a la historia. Se embarcó a Inglaterra con su colección de figuras y con las que había heredado de Curtius, pues entendía que las gentes en la isla, especialmente la embrionaria clase media, estaban ávidas de entretenimiento, y que un París en crisis no era buena plaza para los negocios. Sabía que su trabajo no era único y que tendría competencia, pero también estaba segura de sus habilidades para comerciar su arte. Con eso en mente realizó giras por Gran Bretaña durante 33 años, hasta cuando murió en 1850 después de radicar su museo en Londres, legárselo a sus dos hijos y sembrar la semilla de una futura atracción mundial. "Las figuras de cera eran importantes porque, a diferencia de hoy, ellos no tenían ni la fotografía ni la televisión para transmitir cómo vivían los famosos de la época", explica Trent. "Ver las estatuas de cera era el equivalente actual a ojear la revista 'People'". Hoy, en cambio, los visitantes no van a ver cómo es una estrella, sino a evaluar qué tan realista quedó su reproducción.

La mano fuerte de Madame Tussaud aseguró que su negocio resistiera, incluso después de su muerte. Por eso la institución sobrevivió a todo tipo de catástrofes: un incendio en 1925, un terremoto en 1931 y bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, de los que curiosamente salió ilesa la réplica de Hitler.

Madame Tussaud interpretó a la perfección su época y fue una visionaria que logró sacarle provecho al interés, siempre más evidente, por descubrir hasta los detalles más insignificantes de los personajes famosos. Por eso hoy, después de más de 200 años, su museo llega a Hollywood, el centro mismo de la feria de las vanidades del mundo.