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La linda y la bestia

Venezuela sigue paso a paso el drama de Linda Loaiza López, una joven de padres colombianos que hizo huelga de hambre para que la justicia ponga tras las rejas a su agresor.

12 de septiembre de 2004

El dolor engendra la fuerza y fecunda la valentía. Los que han sobrevivido guerras, atentados y las más atroces violaciones pueden dar fe de ello. Linda Loaiza López es una muestra de cómo la agonía de una tortura se transforma en una fortaleza que mueve montañas. Esta joven venezolana de padres colombianos pasó 13 días en huelga de hambre para que comenzara el juicio contra Luis Carrera Almoina, su supuesto agresor. Y lo logró.

Tras esperar tres años, ver a 59 jueces negar su caso, escuchar en 29 oportunidades que el juicio se difería y recuperarse de casi una decena de operaciones, finalmente el Tribunal Supremo de Justicia ordenó iniciar las audiencias. Pero enfrentarse ante Rosa Cádiz, la jueza que lleva el caso, le significa a esta estudiante de 21 años revivir el infierno que padeció en 2001.

A principios de ese año, una cita a ciegas en un centro comercial la unió con Luis Carrera Almoina, un ganadero de 36 años. Ella estaba recién llegada a Caracas; había dejado atrás Mérida, a sus padres y sus estudios de zootecnia. Quería probar suerte en la capital junto con su hermana y, según cuenta, aquel primer encuentro se dio gracias a un aviso que habría publicado en la prensa ofreciéndose como dama de compañía.

Comenzaron una relación y tiempo después se fueron a vivir juntos a un hotel en el centro de la ciudad. Ella dice que él quería apoyarla para estudiar en la universidad y que hasta ese momento todo era color de rosa. Pero de pronto el cuento de hadas se transformó en pesadilla. En junio ella terminó encerrada en un apartamento en la urbanización El Rosal, en el este de Caracas. De un momento a otro -de acuerdo con su versión- el hombre al que consideraba su novio la empezó a maltratar de manera brutal. Al parecer le era difícil pedir ayuda pues la obligaba a consumir drogas que le hacían perder el conocimiento. Sin embargo, tres meses después de vivir en el infierno y gracias a un instante de lucidez pudo pedir auxilio a los vecinos mientras su captor se encontraba fuera del apartamento. El resultado de las torturas, mutilaciones y violaciones fueron nueve meses de hospitalización.

Otra mujer hubiera borrado con amnesia aquellos episodios en los que fue sometida a viles torturas y prácticas inusitadas. Otra hubiera bloqueado de su conciencia que un hombre, a quien consideraba su pareja, le redujera los labios y las orejas a guiñapos con un alicate, le quemara la cara con cigarrillos, así como el pecho y las extremidades, la golpeara salvajemente hasta desfigurarla, le introdujera el puño y una botella en la vagina.

Pero ella no olvidó ni un ápice de ese capítulo. Ni siquiera porque a Carrera Almoina lo detuvieron cuando trataba de huir de la casa que le habían dado por cárcel a fines de 2001. Nunca olvidó. De hecho, con las pruebas debajo del brazo se mantuvo firme frente a los tribunales las dos semanas pasadas. Luchó contra la deshidratación hasta conseguir que se empezara a hacer justicia pues si seguían pasando los días el código penal venezolano le daría la libertad a su presunto agresor por llevar más de dos años preso sin ser juzgado.

Cuando se vieron frente a frente el miércoles pasado se evitaron las miradas. En ese instante, la joven no le deseó la muerte. "Creo que para él la muerte sería un regalo. Él se merece más bien pagar muchos años de cárcel por lo que hizo. No quiero verlo muerto, sino que se haga justicia", dijo a SEMANA. Casi una decena de intervenciones quirúrgicas no han podido remendar los daños visibles en su rostro ni la pérdida de su labio inferior que hacen ininteligibles sus palabras.

Su padre, oriundo de Mompox y quien vivió tres meses de angustia sin tener noticias de su hija, siempre la acompaña. Lo hace desde que la Policía irrumpió en el apartamento y la encontró casi inconsciente entre sábanas manchadas de sangre. "Siempre la apoyé, desde el primer día", confesó a SEMANA Nelson López, quien vive en Venezuela desde hace 30 años. "Me siento orgulloso con todo lo que ha hecho mi hija. Eso no lo hacen todas las mujeres".

Luis Carrera Almoina, el otro protagonista de esta historia macabra, siempre ha dicho que todo sucedió justo cuando él estaba ausente del apartamento. Su abogado contraataca en las audiencias argumentando que la joven era una prostituta que su defendido conoció a través de un aviso de prensa. Para ellos y para el padre de este venezolano de 39 años (un reconocido ex rector universitario), la joven habría inventado todo en una campaña para desprestigiarlo como 'el monstruo de Los Palos Grandes', apodo que se ganó por la urbanización donde estuvo en casa por cárcel. De ser hallado culpable, a este veterinario le esperan al menos 12 años de prisión.

Hasta el final

Cada vez que se quitaba los vendajes de los nueve postoperatorios, la hija de dos agricultores colombianos (la madre es de Cúcuta) radicados en Mérida veía que todavía había una herida sin sanar: la injusticia. Eso, y el haber agotado todos los recursos legales junto a su abogado fue lo que le dio vigor para tomar la decisión de sacrificar su hambre por una causa. "Hace dos semanas le dije a mi padre que había decidido apostar por la huelga. Siento que valió la pena, pues se demostró que en Venezuela uno mismo debe hacer valer los derechos y la justicia, porque si no, te la arrebatan. Fue difícil, pero tuve éxito gracias a Dios", enfatizó.

No le preocupa para nada que la tilden de prostituta o de lo que sea, pues "eso es una difamación y vamos a acusarlo por eso". Su caso ha impactado tanto la opinión pública que ahora sirve de ejemplo para otras víctimas de maltrato. En los días que estuvo de huelga recibió tres cartas en las cuales mujeres denunciaban casos similares. "No soy un órgano jurídico, pero entiendo que se sientan identificadas y afectadas por la injusticia. Voy a hacer llegar estas cartas donde deben estar".

En estos tres años Linda Loaiza López ha estado inactiva por limitaciones físicas. No ha podido trabajar y sus padres se mudaron a Caracas para ayudarla mientras consiguen los fondos para costear otras nueve operaciones de reconstrucción de labios, orejas, tabique nasal y ocular. La joven ya no aspira a continuar su carrera de zootecnia, ahora quiere estudiar derecho. "No he roto mi sueño y nadie debería hacerlo. Les diría a todas las mujeres de Latinoamérica -y el mundo- que no vivan en silencio. Que hagan sus denuncias y luchen para que no queden engavetadas. Eso es algo que arranca tu vida y hay que pelear para que el agresor pague".