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Laurene Powell era una persona hecha y derecha antes de conocer y casarse con Steve Jobs en 1991. Trabajó para costearse sus estudios y se curtió en escenarios duros y machistas como la banca de inversión. Ahora atiende el llamado de los más necesitados.

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Viuda de Steve Jobs impulsa solución innovadora de los problemas sociales

Laurene Powell Jobs, la viuda de Steve Jobs, está empeñada en gastar 20.000 millones de dólares en una nueva filantropía que vaya más allá, al corazón de los problemas sociales, para resolverlos a fondo.

16 de junio de 2018

La suerte hizo su papel. En 1991 una amiga invitó a Laurene Powell, una bella rubia de notable carisma, a una conferencia de tecnología que supuestamente dictaría Bill Gates. Al llegar, se escabulleron hasta encontrar dos lugares en la primera fila. Y al comenzar el evento, se sorprendieron cuando el hombre sentado a su lado, con quien había charlado unos minutos, se levantó a hablar. No era Gates, sino un desconocido Steve Jobs. En la biografía de Walter Isaacson, Steve Jobs completa la historia: “Mientras esperaba a que me presentaran miré a la derecha y había una mujer hermosa, y comenzamos a hablar”. La invitó a comer, y conversaron por horas en un restaurante de Palo Alto. No se separaron desde ese momento hasta la muerte del cofundador de Apple en 2011, a sus 56 años, víctima de cáncer pancreático.

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Laurene Powell era una mujer hecha y derecha antes de conocer a Steve Jobs y sigue siéndolo. Hija de un oficial del Ejército muerto en un accidente cuando era niña y de una madre que sacó adelante sus tres hijos, Laurene trabajó para sostenerse y educarse. Se graduó de Ciencia Política, Economía y Francés, y consiguió un trabajo en la firma Goldman Sachs, donde enfrentó con éxito a un escenario machista. Pero su futuro no estaba en el sector financiero. Dedicó horas al trabajo social, a hablar con la gente; ayudó a chicos de escasos recursos a graduarse y proyectarse para la universidad. Sin saberlo se preparó para lo que hoy hace. También siguió su camino académico, entró a la escuela de negocios de Stanford.

Allá, en California, conoció a Jobs y caminó a su lado en un periodo glorioso de innovación y marketing. Junto a él, vio cómo Apple se convirtió en un fenómeno global. Tras la muerte de su esposo, Laurene heredó una fortuna que hoy ronda los 20.000 millones de dólares, que solucionan sus necesidades y las de sus hijos de por vida. Cualquiera se habría ido a vivir a una isla privada con todos los lujos imaginables, pero ella no. Asumió la tarea de gastarlo todo en cambiar cómo la gente vive y se ve a sí misma, en generar cambios y dar oportunidades.

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Lo hace por medio de Emerson Collective, una empresa de responsabilidad limitada que bautizó inspirada en su autor favorito, Ralph Waldo Emerson. Esta figura le permite invertir en todos los sectores, y no restringe el campo de acción para investigar y concebir nuevos procedimientos. Su visión vanguardista comienza por integrar en su causa el dinamismo del sector privado como motor de innovación y cambio. En su equipo incluye pesos pesados con amplia experiencia en medios, en política pública, en trabajo social. Hoy tiene 130 empleados en lo que considera al mismo tiempo un think tank, una fundación, un fondo de inversiones, una presencia mediática y un centro de activismo.

Powell ha aconsejado a jóvenes en condiciones desfavorables desde 1997, y considera al entorno como factor clave de influencia. Hoy lo prueba en Chicago, donde ha logrado liberar a muchos de las pandillas. También ha entrado en contacto con el drama de la inmigración ilegal en los tiempos de Trump. Se opone a las posturas de su presidente, pero no se rinde, entiende que los cambios son lentos, pero una vez llegan, arrasan. Powell Jobs sabe que para cambiar un sistema que oprime a quien nace sin oportunidades, hay que romper moldes. “Si se tratara de firmar cheques, uno se quebraría pronto sin haber hecho la más mínima diferencia”, aseguró a The Washington Post. Propone su Emerson Collective como el lugar en el que grandes personas deben ir en búsqueda de hacer lo imposible.

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Durante su etapa de crecimiento mantuvo un bajo perfil, pero el Emerson Collective ha venido dando pasos claves para dar rienda suelta a su revolución. Compró una publicación histórica e importante como la revista The Atlantic, y ha venido invirtiendo fuerte en trabajo social, en educación, en su lucha incansable por legalizar a miles que temen ser deportados. Y en reactivar a comunidades enteras desde el deporte y la educación, algo que viene cultivando por décadas. A juzgar por su determinación, este es solo el comienzo.