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Destapar un escándalo

Se estrena en Colombia ‘The Post: los oscuros secretos del Pentágono’. Meryl Streep y Tom Hanks representan la batalla de ‘The Washington Post’ contra el silencio que Richard Nixon quiso arrojar sobre los desastres gringos en Vietnam.

27 de enero de 2018

Pocas veces había habido una película tan emocionante y necesaria como The Post: los oscuros secretos del Pentágono, que se estrena la próxima semana en Colombia. Dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por dos pesos pesados de Hollywood, Meryl Streep y Tom Hanks, la cinta cuenta el escándalo político vivido a mediados de 1971 cuando el diario The Washington Post comenzó a publicar detalles de un informe secreto sobre la forma en la que el gobierno y las tropas se habían involucrado en la guerra de Vietnam. Escena tras escena, The Post (título original de la película en inglés) recuerda cómo la prensa le ganó la batalla al gobierno de Richard Nixon no solo ante la opinión, sino en los estrados judiciales, y lanza tácitamente una voz de alerta respecto a los dirigentes políticos, léase Donald Trump o Nicolás Maduro, que quieren debilitar a los medios.

El escándalo estalló el 13 de junio de 1971 en las páginas de The New York Times. Ese domingo, el periódico más influyente del mundo desplegó en su portada un artículo de Neil Sheehan que revelaba apartes de un informe solicitado por Robert McNamara, que entre 1961 y 1968 había sido secretario de Defensa de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson. En el informe quedaban claros aspectos nefastos de la participación gringa en la guerra. El punto, en esencia, era que, para combatir a las potencias comunistas como China, Washington había bombardeado incluso zonas de Laos y de Camboya, naciones vecinas a Vietnam, sin anunciarlo. Y que todo ello había costado miles de vidas humanas. Al final, ya en 1975, tras la caída de Saigón, Estados Unidos había perdido más de 55.000 soldados.

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La película empieza unos días antes de esta publicación. Muestra al mítico director de The Washington Post, Ben Bradlee (Tom Hanks), cuando les pregunta a sus redactores sobre dónde andaría Neil Sheehan, reportero de su competidor, el Times, que hacía semanas no publicaba. Inquieto, envió a uno de sus periodistas a Nueva York para averiguar, y sus malos presagios se hicieron realidad. Sheehan lo había chiviado, es decir, se le había adelantado al mencionar la existencia de ‘los papeles’ en la portada del rotativo neoyorquino. Bradlee recibió el hecho como un puñetazo. Desesperado, les dijo a sus reporteros que tenían que encontrar esos documentos. Entonces el subjefe de redacción, Ben Bagdikian, logró contactar a Daniel Ellsberg, el hombre que le había filtrado los documentos a The New York Times. Ahí cambió todo para The Washington Post.

Ellsberg trabajaba para la RAND Corporation, un célebre think tank con sede en California. Había estudiado en la Universidad de Harvard y también en Inglaterra, en la Universidad de Cambridge. Al recibir una copia secreta de la investigación ordenada por McNamara, que constaba de 7.000 páginas y 47 volúmenes, Ellsberg se había indignado. Fue tal su molestia con el hecho de que el gobierno hubiera ocultado el accionar de las tropas en Vietnam que intentó convencer a algunos senadores de contar la verdad y poner contra las cuerdas al gobierno del republicano Richard Nixon. Por eso fotocopió centenares de páginas y se las entregó subrepticiamente a Bagdikian, que, tembloroso, telefoneó enseguida a Ben Bradlee.

Bradlee, un bostoniano de pura cepa que había dirigido la revista Newsweek, se puso feliz nada más de ver los papeles. No solo porque se iba a sacar el clavo con The New York Times, sino porque pensaba que Nixon engañaba al país. Así las cosas, reunió en su casa a un grupo de destacados periodistas del Post y los puso a redactar un extenso reportaje, a toda velocidad, en varias máquinas de escribir. Pero había un problema mayúsculo por superar: requería el permiso de Katharine Graham (representada magistralmente por Meryl Streep), la propietaria y editora del periódico.

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No era fácil. La señora Graham era íntima amiga de McNamara, quien con su esposa frecuentaba su casa. Era una amistad muy estrecha, inclusive anterior al suicidio en 1963 de Phil Graham, esposo de Katharine y autor de la que es posiblemente la mejor definición de la actividad periodística. “El periodismo es el primer borrador de la historia”. A Katharine Graham le había tocado suceder en el cargo a su marido y había heredado la propiedad del Post después de la muerte del padre de su padre, Eugene Meyer, un ex alto ejecutivo federal que, en 1933, se había adueñado del periódico en una subasta por algo más de 800.000 dólares.

Ben Bradlee y Katharine Graham debatieron intensamente si publicaban o no los Papeles del Pentágono. Fue muy intenso. Ella mencionaba sus nexos con McNamara, y Bradlee le sacaba en cara los principios sobre la transparencia escritos por Eugene Meyer. Ella le contaba que la publicación de los documentos iba a poner en peligro la salida a bolsa de The Washington Post Company, y él le subrayaba la reverencia de Phil Graham por divulgar la verdad. Los encuentros tenían lugar en la mansión de la señora Graham, a veces durante fiestas frecuentadas por la crema y nata de Washington. En ellos, la editora intentaba disuadir a Bradlee recordándole que él había sido vecino y gran amigo de John F. Kennedy, al que supuestamente había tratado con suavidad desde las columnas de la prensa. Pero Bradlee no aflojó.

Todo empezó a desempantanarse cuando Katharine se dio el lapo e informó a McNamara que iba a publicar los documentos. Pero a la vez tenía que sortear otro escollo complicado: la eventual salida a bolsa del Post, que estaba mal de plata. Fritz Beebe, directivo de la compañía y muy cercano a la señora Graham, trató de hacerle ver que muchos inversionistas podrían espantarse si el periódico se iba lanza en ristre contra el gobierno. También le dijo que tanto ella como Bradlee podrían ir a la cárcel si divulgaban el informe secreto. Dos abogados respaldaron la tesis. Pero Katharine Graham, en una decisión histórica para el periodismo y la política, terminó por hacerle caso a Bradlee y el reportaje, que salió al día siguiente. El texto apareció en primera plana del Post el 18 de junio de 1971, cinco días después del de The New York Times. “Ya no somos más un pequeño periódico local”, exclamó Bradlee en un momento memorable.

Nixon y su gobierno no se quedaron de brazos cruzados. A Ellsberg, que confesó su culpa en las filtraciones, lo procesaron según la Ley de Espionaje de 1917, pero no por fallas en la recolección de pruebas se salvó de una condena. Desde entonces se ha dedicado al activismo y a apoyar filtraciones semejantes. Por otro lado, la Fiscalía, esgrimiendo razones de seguridad nacional, les prohibió más publicaciones a la señora Graham, al propio Bradlee y también a Abe Rosenthal, el director de The New York Times. ¿Qué hacer? Acudir a la justicia. El proceso le correspondió a la Corte Suprema en Washington, que falló muy pronto. Por seis votos contra tres, los periodistas y los editores quedaron absueltos y recibieron luz verde para seguir publicando. “Solo una prensa libre y sin ataduras puede impedir que un gobierno engañe a los ciudadanos”, escribió el magistrado Hugo Black, que además recordó lo siguiente en alusión a Thomas Jefferson, a John Adams y a los demás prohombres de los Estados Unidos de finales del siglo XVIII: “De acuerdo con los padres fundadores, la prensa debe servir no a los gobernantes, sino a los gobernados”.

Esta cadena de episodios, antesala del escándalo de Watergate destapado por The Washington Post que desembocó en la renuncia del propio Nixon en 1974, están representados con enorme rigor en los 116 minutos de Los papeles del Pentágono. No hay un solo segundo exento de emoción en la película. La semana pasada, Carlos Boyero, prestigioso crítico de cine de El País de Madrid, escribió sobre la protagonista que Meryl Streep está “más allá del elogio”, y agregó, “son admirables la precisión, el dinamismo, la claridad y el tono que utiliza Spielberg para narrar esta complicada historia” y también “su tenso y brillante homenaje a los profesionales que alguna vez otorgaron sentido y razón al periodismo más irreemplazable: el que hurga en los engaños del poder político”.