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UN HOMBRE CAUTO

A pesar de su imagen de administrador, Virgilio Barco es uno de los colombianos con mayor trayectoria política.

9 de septiembre de 1985

A Virgilio Barco lo consideran los colombianos un administrador, un técnico. Sin embargo, de todos los hombres de la generación liberal a la que pertenece, la llamada "del 47", tal vez sea el que más cargos políticos ha ocupado en su vida, tanto por elección popular como por nombramiento. Alguien que lo conoce dice que una vez exclamó: "¡carajo!" -la expresión que utiliza en sus raros momentos de cólera- "¡es que se les olvida que he sido toda la vida manzanillo en Cúcuta!".
Y en efecto, con algunas pausas -embajadas, alcaldías, ministerios-, Virgilio Barco no ha dejado de "calentar curul" desde que, a los 25 años, fue elegido concejal del pueblo nortesantandereano de Durania en 1946. Luego fue, sucesivamente, concejal de Cúcuta (como suplente de Jorge Eliécer Gaitán), representante a la Cámara, senador (por Norte de Santander y Cundinamarca), en una carrera ininterrumpida solamente por el cierre del Congreso en 1949, tras el famoso tiroteo en la Cámara de Representantes, cuando resultó muerto el parlamentario Jiménez y herido Soto del Corral. Barco ocupaba el escaño situado inmediatamente detrás del de Soto, y se salvó de las balas por estar en ese momento hablando con el presidente de la Cámara.
En todos esos años, por lo demás, Barco no ha calentado pasivamente la curul: no en balde inició su carrera política en los agitados tiempos que precedieron al nueve de abril de 1948, cuando la política en Colombia era una actividad peligrosa y violenta. Como jefe del gaitanismo en Norte de Santander, consiguió allí lo que llama "su primera convergencia", obteniendo el apoyo del jefe oficial del partido, Eduardo Santos, y logrando que los liberales llegaran unidos a las elecciones. La violencia habia empezado ya en ese departamento, y los viejos jefes liberales andaban prudentemente "recogidos", de manera que el joven Virgilio Barco, como presidente del Directorio Liberal, fue quien asumió la responsabilidad de la lucha política directa. En cierta ocasión -según cuenta a SEMANA, su esposa Carolina de Barco- tuvo que arrancar personalmente de manos de una muchedumbre enardecida a un campesino a quien querían linchar. "Me hubieran podido matar -dice Barco-, pero en esos momentos uno no piensa que la cosa es con uno". Eran años en que el futuro candidato del oficialismo liberal andaba, como casi todos los jefes políticos, de revólver al cinto.
La imagen que muchos tienen de Barco no coincide con la realidad.
Los colombianos creen que es un magnate petrolero, por la célebre "concesión Barco" que perteneció a su abuelo, el general Virgilio Barco, y es simplemente una persona acomodada. Lo creen "agringado" y habla el inglés con un marcado acento cucuteño. Y en cuanto a la imagen de "gringa" que Osuna le creara a su mujer, nada hay menos cierto: Carolina no sólo vivió en Cúcuta desde los 7 años, sino que quienes la conocen dicen que es más nortesantandereana que el mute. Lo creen ingeniero y jamás ha ejercido la profesión, que estudió en la Universidad Nacional y perfeccionó en el M.I.T.: más le han servido en la vida sus estudios de Ciencias Sociales en la Universidad de Boston y de Ciencias Económicas en el mismo M.I.T., realizados entre 1950 y 1954, ya casado y cuando la época negra de la violencia lo llevó a salir del país.
Pese a su hoja de vida, llena de acción, más que ninguna otra, la imagen de Barco irradia un permanente control y tranquilidad. Silencioso, cauto, discreto, detesta hablar de si mismo. Tiene la apariencia de ser "demasiado serio" como le pareció a la joven Carolina Isakson, una estudiante de bachillerato que rumbiaba con sus "amigos coca colos" cuando Barco, de bigote y vestido tropical de lino blanco, regresó a Cúcuta en 1943, después de graduarse en los Estados Unidos, como el "niño bien" de la ciudad, hijo del patriarca de la región don Jorge Barco. Vino entonces la Secretaría de Obras Públicas del Departamento y la responsabilidad del hogar, a los 21 años, a raíz de la muerte de su padre. Poco a poco, y a pesar de que era bastante coquetón y salía aquí y allá con las niñas de Cúcuta, fue logrando que Carolina no lo viera como "un señor grande" y le parara bolas. Hasta el día en que, después de un noviazgo azaroso en medio de una situación de violencia, (que obligaba a su suegro a llevarlo personalmente en carro a su casa después de las visitas de novio) y ya ella estudiando en los Estados Unidos, le pidió en una de sus cartas diarias que se casara con él.
Es serio, riguroso, ordenado hasta la meticulosidad, irritable con la impuntualidad ajena. No es raro encontrárselo caminando por la calle en el sector de la 85 en Bogotá y resulta habitual ver los artículos que lee en los periódicos, subrayados en dos colores: amarillo para lo que cree justo y verde para lo que no. Tras sus espesas gafas de miope se esconde un gran observador, un hombre "con una gran entereza de carácter, que no hace concesiones a nada que no responda a los principios de la rectitud y la honestidad" como afirma su mujer. Es estricto con sus colaboradores, lo mismo que con sus hijos Carolina, Julia, Diana y Virgilio. Minucioso al máximo, rompe y rompe cuartillas cuando está escribiendo y, las que logran salvarse, se ven sometidas a la prueba ácida de la corrección, que practica en forma implacable haciendo la tarea de sus secretarias prácticamente un martirio. "No es impetuoso, sostiene Carolina, no toma nunca decisiones apresuradas. Piensa una y otra vez las cosas, como una vaca rumia el pasto". Se vuelve obsesivo cuando le interesa un tema y sus amigos dicen que no es raro que se encierre días enteros a "darle mate", para conocerlo a fondo.
Para los cargos públicos fue uno de los grandes consentidos del Frente Nacional: Alberto Lleras lo nombró ministro de Obras Públicas, tras haber sido, bajo la Junta Militar, miembro del Comite Bipartidario de Asuntos Económicos. Guillermo León Valencia lo designó ministro de Agricultura. Carlos Lleras le dio la alcaldía de Bogotá, que sigue siendo hoy su cargo estrella y el que le dejó más satisfacciones. Barco era entonces -cuentan sus colaboradores de la época "una máquina de vapor"; abrió parques, construyó vías, amplió los servicios públicos. Obras todas acometidas con un sentimiento de urgencia provocado por la visita a Bogotá del Papa Pablo VI. Barco se levantaba al amanecer para supervisarlas, y no vacilaba en instaurar dos turnos o triplicar salarios para impulsarlas más velozmente. Su capacidad de trabajo y su eficacia eran reconocidas por todos.
Y en las pausas inevitables, entre un ministerio y una alcaldía, fue ocupando también diversas posiciones internacionales: presidente del Consejo Directivo del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo miembro de la Junta de Directores del Banco Mundial... Para llegar por último al cargo que tradicionalmente ha sido en Colombia la antesala de la candidatura presidencial y de la presidencia de la República: embajador en Washington, donde lo nombró López Michelsen y lo mantuvo Turbay Ayala, administración durante la cual se firmó el discutido tratado de extradición entre Colombia y los Estados Unidos. Es un experto en hacienda pública y en temas agrarios, que con el transcurso de los años se han convertido en sus "hobbies".
De la embajada en Washington Virgilio Barco regrosó a Colombia.
Proclamado pre-candidato liberal para el período 1982-86, era la culminación de cuarenta años de carrera, iniciados con la Secretaría de Obras de Santander del Norte y favorecidos por el apoyo sin eclipses de todos los poderes visibles del "establecimiento", de Santos a los Lleras, pasando por El Tiempo y las Fuerzas Armadas: Barco es quizá el político colombiano que más condecoraciones ha recibido de los distintos cuerpos militares. Pero en la convención liberal de 1981 lo abandonó por primera vez en su vida la fortuna y las bendiciones de lo alto no le slrvieron esta vez para nada, pues los convencionistas prefirieron intentar la aventura de la reelección de López Michelsen.
Ahora, cuatro años después, Barco recibe la candidatura de su partido y se enfrenta a una gran batalla que, seguramente, será la última de su carrera política.