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“Víctor organizaba el tráfico, y con el paso de los días distinguía a todo el mundo” | Foto: Fotomontaje Semana

PERFIL

Víctor, el ‘ángel guardián’ de los rosaristas

Este hombre amante de la televisión, que vivió en el Cartucho, que pasó por la cárcel y que incluso protagonizó una película fue el alma del claustro capitalino. Cuidó a sus estudiantes y egresados de los peligros del centro por décadas. Falleció la semana pasada. Esta fue su increíble vida.

13 de enero de 2019

Por María Paula Castro Fernández*

“¡Rosarios! Una moneda”, “esos son rosarios, los originales” o “¡no se meta con los rosarios!” eran algunas de las expresiones que escuchaban los transeúntes que deambulaban por la calle 12C, en el centro de la ciudad de Bogotá. La voz que las pronunciaba era grave, imponente. Captaba la atención de todo el que pasara por ahí. Justo al frente del parqueadero de la Universidad del Rosario, ubicado en el edificio Cabal, estaba el hombre dueño de esas frases.

Una pequeña cola de caballo de pelo crespo, que era símbolo del sinnúmero de experiencias que había vivido; barba en forma de candado; color de piel que daba fe de tantas horas bajo el sol; una mirada sin secretos y una sonrisa, siempre una sonrisa. Así se veía.

Jean, camisa, zapatos formales y, sin falta, una chaqueta con al menos un bolsillo destinado a una labor específica: recibir sus monedas como final de la maroma que lo inmortalizó. La cual consistía en lanzar los pedazos de metal al aire, darles un golpecito ya fuera con el pie o la rodilla y hacer que, como si siguieran sus órdenes, cayeran una a una justamente para quedar resguardadas en el espacio preciso de su gabán.

Esta es la maroma por la que Víctor era reconocido. Las risas son de su hermana, Amalia.

Su nombre era Víctor, mejor conocido como ‘Rosario’. De sus 64 años, destinó más de 20 a cuidar mañana, tarde y noche a estudiantes y funcionarios del claustro rosarista. Hizo de la esquina de la calle 12C con carrera quinta su fuerte, al que asistió casi a diario, prácticamente hasta su fallecimiento la semana pasada por cuenta de una bronconeumonía.

Su frecuente perseverancia, su presencia permanente y la confianza que inspiraba lo llevó a convertirse en un ícono del Rosario, a ser el Rosario. Sin dudarlo un segundo, veló cada día por la seguridad de la comunidad rosarista.

“El toque amable o la sonrisa al final del día”: su importancia para los rosaristas

La fecha exacta en la que Víctor llegó a su esquina no se sabe. Edwin Suárez, lustrador de zapatos que lleva 24 años en la plazoleta del Rosario (o como él dice “sentado frente a las puertas de la sabiduría”), recuerda la llegada de Víctor a la cuadra.

“Antes, en ese mismo punto, se hacían La Cuqui y La Jorge (dos mujeres trans) que le gritaban a uno ‘¡mi amor!”, recuerda Suárez mientras ríe. “Víctor fue su reemplazo. Llegaba a las 9:00 a.m. y se quedaba como hasta las 10:00 p.m., cuando ya se iban todos los estudiantes”, agrega.

Suárez fue testigo de que Víctor cuidaba a los rosaristas. “No dejaba que ningún habitante de calle se acercara a la zona. Les decía ‘sale, sale, sale’, y su lema era ‘yo cuido a los rosarios’”, comenta.


Edwin Suárez, el lustrador que lleva “sentado 24 años frente a las puertas de la sabiduría”.

Ante cualquier grito de auxilio o noticia de un rosarista en problemas Víctor pegaba carrera para ir a brindarle una mano. Más de uno se salvó de ser atracado gracias a su pronto accionar. Incluso recibió puñaladas por defender no solo su territorio sino a sus protegidos.

“Con el tiempo se volvió una institución de la universidad. Por eso su apodo era ‘Rosario’”, cuenta Juan Daniel Oviedo, egresado de Economía de la Universidad y actual director del Dane. “Él siempre tenía una sonrisa. Su compañía también era una oportunidad de brindar más seguridad a las personas que a veces podían sentir inseguridad en el entorno. Pero más allá de eso era el toque amable o la sonrisa al final del día cuando uno ya había finalizado sus clases”, relata.

En los 90, los alrededores del claustro eran peligrosos. Era poco común que los estudiantes se movilizaran en sus propios vehículos para asistir a la universidad, por lo que la mayoría al salir de clases debía buscar el transporte público en la carrera décima o en la calle 19. “En esa época había mucha inseguridad y Víctor se convirtió como en una especie de cuidador de nosotros los estudiantes. Especialmente de las estudiantes, que eran más vulnerables a agresiones de todo tipo en ese tiempo”, explica Francisco Bernate, reconocido abogado penalista del Rosario. “Era una especie de ángel de la zona que lo cuidaba a uno, él lo acompañaba a uno o al taxi o al bus o al parqueadero”, añade.

De las características más impresionantes de Víctor una era su excelente memoria. Diferenciaba sin vacilar a quienes eran parte del Rosario de quienes no y llamaba por su nombre a todo aquel que llegaba a compartírselo.

Estudiantes de primer semestre del Rosario junto a Víctor

“A todas las personas de la universidad tanto en los 90 como en este siglo las llamaba por su nombre. Eso es muy valioso”, cuenta Bernate. Lina Céspedes, vicedecana de la Facultad de Jurisprudencia, define a Víctor como una gran persona.

“Conocí a Víctor apenas entré a la universidad. Ha sido parte de la cotidianidad rosarista”, relata la abogada, que vivió una curiosa anécdota con el guardián de los rosaristas el día del grado de una de sus amigas:

“Mi amiga hizo un pequeño coctel en un piso de las torres de Casur (un edificio parte de la universidad donde antes el club de abogados rosaristas tenía un piso) y nos invitó a mi mamá y a mí. Cuando salimos Víctor estaba en la esquina y recuerdo mucho que se ofreció a llevarle la cartera a mi mamá y a acompañarnos hasta el parqueadero de Don Juaco. Mi mamá me miró pensando ‘no, pues qué esto tan raro’. Yo tuve que decirle ‘no mamá, tranquila’. Subimos hablando con él. Al final a mi mamá le pareció encantador que tuviéramos esta relación con este señor y que además él nos cuidara cuando salíamos tarde de la universidad. Nos acompañaba siempre a los parqueaderos para que llegáramos seguras”.

Víctor era detallista. A quienes estudiaban Jurisprudencia les decía durante su pregrado “rosarios, qué más” y una vez que se graduaban cambiaba los nombres por “doctor”. “Víctor siempre estuvo ahí. No se le olvidaba la cara de uno, siempre estaba muy servicial, para mí era una tranquilidad encontrar a Víctor en la calle. Se muere un personaje legendario de nuestra cotidianidad rosarista”, agrega Céspedes.

La vigilancia que brindaba se extendía también a los profesores y funcionarios. “Se preocupaba mucho por la seguridad. Se encargaba de que los malandros no se acercaran”, cuenta Luis Enrique Nieto, director del Patrimonio Histórico y Cultural del Rosario. “Era un ángel custodio, guardián. A mí me acompañaba a coger taxi incluso caminando hasta la 19”, indica.

Julián López de Mesa, rosarista profesor de la Universidad Santo Tomás y columnista de El Espectador, fue amigo de Víctor durante 22 años. “Al principio era una figura intimidante, siempre con su apariencia como ruda y áspera en la época nuestra él tenía esa fama”, relata. En ese momento, el cuento alrededor de Víctor era que acababa de salir de la cárcel.

“El truco de la moneda, él decía -luego cambió el cuento mucho más adelante- que lo había aprendido en la cárcel porque no tenía nada que hacer”, explica López de Mesa.

La importancia del personaje era tal que dentro de una de las cátedras del Rosario dictada por este rosarista la primera tarea que dejaba a los estudiantes, que estaban en primer semestre, era acudir a conocerlo y tomarse una fotografía con él. “Víctor se volvió una parte integral  de lo que era ser primíparo también, de conocerlo. Al principio quizás hacerle el feo y después confiar en él para que le guardara a uno la espalda”, comenta.

Su trabajo como ‘director de movilidad‘ de la calle 12C

Además de custodiar el bienestar de los rosaristas, Víctor se encargaba de dirigir la movilidad de la transitada calle 12C. “Víctor organizaba el tráfico, y con el paso de los días distinguía a todo el mundo”, cuenta Aldo Buenaventura, egresado de Administración de Empresas que se ha desempeñado como decano en la universidad y coordinador del Programa de Acompañamiento para todos PACTO, entre otros cargos. Su habilidad era tal que sabía qué automóvil pertenecía a quién.

“Se había adueñado un poco a sangre y fuego de esa esquina que era muy lucrativa para el negocio en el cual estaba, que era estar en la calle y dar el paso a los carros”, narra López de Mesa. La 12C “es una vía ciega, que baja y sube, es confusa,se hacen trancones”, agrega. Y Víctor se ganaba el pan evitando que el caos se adueñara de esta calle. Eso sí, un poco de malicia risueña acompañaba su labor diaria, pues auspiciaba que los vehículos cometieran una rápida infracción de tránsito.


Esta es la calle 12C. Generalmente, las personas podrían encontrar a Víctor en el costado izquierdo, frente a las puertas de reja blanca o a la entrada del parqueadero de paredes verdes.

Los rosaristas de toda alcurnia y estirpe le patrocinaban con una moneda a Víctor que los ayudara con la infracción de tránsito: era hacer los 20 metros de contravía a la salida del parqueadero del Cabal para poder coger la 12C hacia el oriente”, declara Juan Daniel Oviedo entre risas. En palabras del economista, esa pequeña infracción hacía que Víctor pudiera verse con la capacidad de tener dominio de ese espacio.

Según Alejandro Rodríguez, guardia de seguridad del Rosario que trabajó codo a codo con Víctor en los alrededores del parqueadero, “uno no lo veía llegar, lo escuchaba llegar”. “El truco de la moneda se ve fácil, pero no lo es”, dice con una tierna sonrisa.

Rodríguez consideraba a Víctor como un apoyo. Como cuenta, si en la institución había algún evento se quedaba hasta que terminara y, además, los ayudaba mucho en cuanto a los ladrones. “Va a hacer muchísima falta. La gente siempre lo pregunta, su muerte fue algo inesperado. Se le va a extrañar, pero aquí queda el hijo”, señala.

Milton, el hijo de Víctor, desde hace algunos años acompañaba a su padre en el desempeño de su labor. A pesar del dolor de la pérdida y de la nostalgia que se ve en su mirada, se encuentra firme en el lugar que ocupaba su progenitor dispuesto a continuar su legado. “Ahora me toca cuidarlos a mí”, afirma.

Alejandro Rodríguez (izq) en la puerta del parqueadero de la Universidad del Rosario. Frenta a él está Milton, ‘Titino’, el hijo de Víctor.

La vida privada de Víctor

Víctor Manuel Castro era su nombre completo. Nació en Bogotá en los últimos días del mes de junio del año 1954, siendo el cuarto de cinco hijos. Rosa (hija), Ernesto, Blanca y Amalia eran sus hermanos. Para cuando él nació los tres primeros eran ya mayores de edad y tenían hijos.

Doña Rosa, su madre, tuvo que sacarlo adelante a él y a Amalia, dado que su padre falleció. Madre cabeza de hogar, mantenía a sus chiquitos trabajando en una panadería.

La casa que lo acogió en sus primeros años estaba ubicada en el barrio 12 de octubre. Creció en compañía de su mamá; su hermana Amalia, la más pequeña de todas, con quien se llevaban alrededor de cinco años de diferencia y que se convirtió en su compinche de vida; y una de sus hermanas mayores que tenía tres hijos.

“Víctor Manuel era necio, hiperactivo. Dañaba las cosas, los relojes y radios de mi mamá en donde ella oía las novelas. Por eso le pegaban muchísimo”, cuenta doña Amalia, con quien jugaba damas chinas. Y en caso de perder, Víctor se ponía muy bravo y le daba patadas. “A mí las patadas no me dolían, me dolía era verlo bravo. Y no quería que le fueran a pegar en castigo”, explica.


En la foto: Amalia es la pequeña de la izquierda. Víctor, el niño al extremo derecho.

Víctor vivió parte de su niñez en Cartagena. Rosa (hija), la mayor de todos, vivía en Cartagena y su situación era mucho mejor que la que estaban viviendo en Bogotá. Por ello, le propuso a su madre que Amalia y Víctor se fueran a vivir con ella, con el fin de brindarles una  buena educación.

Doña Rosa aceptó y dejó que sus pequeños cogieran camino para la costa caribe. Allí Víctor estudió en el colegio León XIII y Amalia en el Gimnasio Bolívar Femenino, donde hizo su bachillerato.

“Mi hermana y mi cuñado tenían unas reglas muy estrictas. Víctor era un niño al que las reglas lo maltrataban mucho. Él era noble pero a él no le gustaba que lo castigaran”, cuenta doña Amalia. Por esa razón, él no quiso continuar bajo el cuidado de su hermana, por lo que escapó.

“Nosotros nos queríamos tanto”, dice doña Amalia entre risas, “que después Víctor volvió por mí. Y como yo era tan obediente y quería tanto a mi hermano yo hacía todo lo que él me dijera”, narra.

Los familiares de Víctor recuerdan que su hermanita y él se escaparon. Víctor tenía tan solo 14 años. En su rumbo de vuelta a Bogotá, ‘Rosario’ protegía a su hermana a como fuera lugar. “Para que a mí no me hicieran daño ni nada él se dormía poniéndome la cabeza y los brazos encima de mí para que nadie me fuera a tocar. Él me protegía, me cuidaba. Yo quería mucho a mi hermano, era un protector para mí”, cuenta doña Amalia mientras su voz transmite felicidad pura.


Víctor en su primera comunión. 

Al llegar a Bogotá Víctor le mostró a Amalia dónde quedaba la casa de su mamá, la misma casa del 12 de octubre donde crecieron, pues él no quería que doña Rosa lo viera por ahí. “Vaya golpee y yo desde la esquina la veo”, le dijo Víctor.

“Cuando mi mamá abrió la puerta lo que hizo fue ponerse a llorar. Víctor desde la esquina estaba haciendo coquitos para que no lo vieran”, relata doña Amalia. Sin embargo, doña Rosa vio a Víctor y lo regañó por “sinvergüenza”. Pero los recibió a ambos con un amor inmenso.

Crecieron juntos en la capital. Víctor empezó a juntarse con malas amistades y a “coger los vicios”, como cuenta doña Amalia. Cada uno cogió camino y se fueron separando poco a poco.

Víctor se casó por primera vez. De su primer matrimonio tuvo tres hijos. Todavía mantenía cierto vínculo con su hermana y su mamá. Se separó de su mujer y, por ello, volvió a su casa. Sin embargo, los malos pasos llevaron a que la unidad familiar se rompiera. “Había muchos problemas. Se llevaba la mejor ropa, el radio, las cosas… las vendía. Cogía la plata del mercado. Empezaron las peleas”, cuenta doña Amalia.

Posteriormente, se casó por segunda vez y se fue a vivir al centro de Bogotá. Con su segunda esposa tuvo ocho hijos. Víctor desapareció, dejaron de tener contacto durante más 20 años.

¿Qué pasó con él?

En una entrevista que estudiantes del Externado le realizaron, Víctor cuenta sin tapujos esta parte de su historia. “Lo más difícil que yo he vivido es haber vivido en El Cartucho. Entre la droga, entre drogadictos, gente que no respeta, gente sin corazón pero que son humanos”, narra. Allí permaneció 10 años.

Mis hijos fueron los que me quitaron de ahí porque me puse a pensar en lo que yo veía. Toda esa gente botada y muriéndose de hambre. De la misma drogadicción que tenían no se levantan a conseguir comida sino se quedan ahí”, añade.

Lo que lo hizo poner los pies sobre la tierra fue un momento en el que se le perdió uno de sus hijos. Mientras miraba desesperado, observó que una señora ya se lo estaba llevando. “Me di cuenta de que podía perder mi familia”, afirma Víctor.

Fue drogadicto y dio puñaladas por superviviencia. “Anduve armado. Hace años no cargo ni una aguja, cuando uno lleva un arma uno muchas veces no la sabe usar y de la rabia uno puede matar”, les cuenta a los estudiantes, agregando que “me da tristeza la gente que es igual a mí, que está en la calle. Ver mi pueblo sintiendo hambre”.

Sin pelos en la lengua, relataba que estuvo en la cárcel más de una vez.

El reencuentro con su madre y su hermana

Doña Rosa, la mamá de Víctor, enfermó. En más de una ocasión le preguntaron si deseaba volver a ver a su hijo con el fin de iniciar su búsqueda, pero ella decía que no, porque se imaginaba las condiciones en las que él estaba viviendo.

“Mi mamita vivió toda la vida conmigo hasta que se murió. Llevaba ya cuatro meses muy grave y le llevamos un sacerdote”, relata doña Amalia. Luego de que el presbítero habló con doña Rosa, le dijo a doña Amalia que su mamá estaba esperando a alguien para poder fallecer, que sus hijos no estaban completos. En ese instante, doña Amalia empezó a averiguar el paradero de su hermano adorado.

De pregunta en pregunta supo que Víctor andaba por el centro de Bogotá, en una esquina.  La misma esquina de la Universidad del Rosario.

Antes de llegar al sitio que le habían dicho pasó por una iglesia. “Yo le pedí a Dios que me ayudara a encontrar a Víctor y que si era Víctor a quien mi mamá estaba esperando que él aceptara venir. No sabía qué tanto rencor había de él hacia mi mamá, a mí me daba miedo”, expresa doña Amalia.


Este era el lugar en el que Víctor solía pararse para manejar el tráfico de la 12C

Se fue caminando por la Séptima hasta que llegó a la esquina, expectante por las dos señales que había pedido al cielo. Se encontraron cara a cara, luego de dos décadas de no verse.

“¿Hermana?”, “¿Víctor?”, “¡Sí! ¡¿Cómo está?!”. Se reconocieron de inmediato y se abrazaron. Amalia le contó la razón de ir a buscarlo, que su mamá estaba en las últimas y que parecía que lo estaba esperando a él. “¿Quiere ver a mi mamá?”, le preguntó Amalia. “Sí, mañana”, respondió Víctor, que para entonces vivía en Las Cruces.

Pero a los tres segundos cambió de parecer y decidió ir a visitar a doña Rosa de inmediato. En el taxi, Amalia y Víctor aprovecharon para ponerse al día. El taxista, curioso, le preguntó a Víctor que hace cuánto tiempo no veía a su madre. Cuando supo la respuesta, le dijo “¡Uy! ¡Usted va para una cita muy importante!”.

Llegaron. Entraron y Víctor ingresó al cuarto donde estaba su mamá. Apenas la vio se arrodilló ante ella. “Cucha, perdóneme”, fueron las primeras palabras que le dirigió. Para ese entonces, doña Rosa no reconocía a nadie, a ninguno de sus hijos, pero cuando esa frase entró a sus oídos ella respondió “Víctor, Víctor, Víctor Manuel, Dios lo ama”. Una escena hermosísima que valía la pena ser filmada.

Amalia le contó a Víctor que su mamá ya no hablaba, pero que en su nombre le pedía que la perdonara a ella también. “No, no, no, el que falló fui yo. El que cometió los errores fui yo, no mi mamá”, afirmó Víctor.

A partir de entonces asistió durante 15 días seguidos a visitar a doña Rosa y a darle la comida. Sentado, la acompañaba horas. Un martes, antes de que Víctor se fuera, doña Rosa empezó a llorar. “Cucha, no llore que yo el jueves vengo a visitarla”, le dijo él.

Al parecer, en medio de su convalecencia doña Rosa se estaba despidiendo. Falleció el jueves en la madrugada. En efecto, Víctor era por quien ella tanto esperaba.

“Luego de que falleció mi mamá yo me prometí que no iba a dejar perder a mi hermano”, comenta doña Amalia. Cada mes, entre el 20 y el 24, se veían y él le contaba sus secretos, sus historias, cómo estaban sus hijos. Amalia se volvió en su confidente y en su apoyo, de diversas maneras.



Amalia y Víctor en uno de sus encuentros mensuales

Almorzaban en las fechas especiales como cumpleaños, navidad y año nuevo. Iban juntos a restaurantes en Chapinero o en el centro, donde él se portaba como todo un caballero y sabía hasta cómo coger los cubiertos. 

Charlaban, se fotografiaban y Amalia buscaba que Víctor visitara a su mamá en la iglesia de la 53 con 13. “Voy a ver a mi madrecita”, decía, antes de subir a orar un rato. Víctor era un hombre supremamente creyente en Dios, lo amaba y lo respetaba mucho. Por eso, afirmaba, respetaba al ser humano.

Para contactarse Amalia le regaló un celular. Durante 10 años no pasó más de un mes sin que se vieran. La condición era que Víctor estuviera, cada que se encontraran, muy tieso y muy majo. Verse con él era el plan preferido de Amalia. Aunque eso sí, como buenos hermanos peleaban (sobre todo porque Amalia lo regañaba cuando él le contaba las locuras en las que se metía). Cuando estaban disgustados Víctor la llamaba al teléfono “doña Amalia, ¿todavía está brava?”, y luego de una risa cuadraban su próxima visita.

Era necesario recuperar el tiempo perdido, y fortalecer todavía más ese vínculo de hermandad que, a pesar de la distancia, nunca se quebró. Víctor se separó de su segunda esposa. “La única familia que yo tengo es usted”, le decía a Amalia.

Durante sus últimos años, Perla -la hija menor de Víctor- se encargó de cuidarlo, y generaron un lazo con Amalia. Johanna, la hija mayor del primer matrimonio, volvió a hablar con su padre. Amalia pudo tomar su papel como tía para los hijos del segundo matrimonio a raíz de haberse vuelto a ver con su hermano.


Víctor, Amalia y la hija de Víctor, Perla (sostiene una pequeña en brazos)

Sus 15 minutos de fama: Cuando Víctor protagonizó una película colombiana

Víctor fue actor natural en la película colombiana “La Sociedad del Semáforo”, de Rubén Mendoza. Su increíble voz es la que narra la historia del filme en el tráiler.

El estreno fue en el teatro Jorge Eliécer Gaitán. La producción le compró un traje para el día de la presentación y le dio boletas para que invitara a su familia. Víctor invitó a Amalia. Ella, encantada, aceptó. “¡Para mí va a ser un orgullo verlo allá!”, le dijo. A pesar de que no le pagaron mucho, siempre que podía en sus conversaciones Víctor nombraba su historia en el cine.

Luego de su papel en esta película lo buscaron en el 2018 para hacer una nueva grabación, pero esta vez sería francesa. Le habían prometido que se lo llevarían a Francia. “Hermano, ¡usted va a ser muy importante! ¿Quién hubiera pensado que usted era el que iba a salir adelante?”, le manifestó regocijada Amalia a Víctor cuando le contó. “¡Me lleva para Francia para vivir con usted, porque va a tener mucha plata y va a ser muy importante! Yo quiero que usted comparta conmigo”, le pidió Amalia. “Sí, yo la llevo”, le decía Víctor.

Sin embargo, como cuenta doña Amalia, al final hubo un cambio de planes y la filmación se canceló. No pudo seguir con su carrera en la pantalla grande.


Víctor en compañía de su hija mayor, Johanna

Un amante de la televisión y el ajedrez

Una curiosidad sobre ‘Rosario’ es que amaba la televisión. En su niñez se sentaba horas y horas, con los ojos fijos frente a la pantalla, a disfrutar de la programación. “Cuando niños no teníamos televisor. Teníamos que pagar 50 centavos en una casa en la que sí había y debíamos quedarnos sentados juiciosos para poder ver. Pero él (Víctor) no se podía quedar quieto. Empezaba a moverse y a tocar todas las cosas. Y como era de muy mal genio, se ponía a pelear con la señora y lo sacaban”, recuerda doña Amalia.

Ella, como gran hermana, se sacrificaba y le decía “camine hermano, camine porque o si no no nos vuelven a dejar entrar”. Se salía con él y terminaba castigada. “Perdíamos los 50 centavos. Yo era solidaria con mi hermano”, dice mientras ríe.

Las favoritas de Víctor eran las películas mexicanas y las noticias. El fútbol también era de sus preferencias. El 24 de diciembre de hace tres años Amalia le regaló el dinero para que se comprara un televisor, pero le dijo que revisara que tuviera control remoto. En la navidad del año pasado Amalia le preguntó si seguía viendo tv. “¡Uy, más bueno hermana, acostado yo prendo y apago!”, le respondió emocionado.

“El sentía que le habíamos dado la quinta maravilla. Se sentía el hombre más feliz. Con las cosas mínimas se llenaba de mucha felicidad. Uno lo tiene todo y no lo valora. Él no tiene nada y todo lo valora de una forma que ojalá que nosotros lo hiciéramos”, afirma doña Amalia.

Además del televisor, el ajedrez era otra de sus pasiones. “Él jugaba con los mejores del barrio y era respetado en ese medio, antes de caer en los vicios”, cuenta doña Amalia. “Era muy inteligente, pero no le gustaba el estudio. Más de una vez se escapó del colegio y se ganó pelas”, agrega.

“El amor es más fuerte que la misma muerte”: Hasta pronto, Víctor Manuel

Una bronconeumonía se llevó el último aliento de vida de Víctor en la noche del domingo 6 de enero de 2019. “Cuando un ser humano es bueno, Dios le perdona todo y le da una muerte buena”, afirma doña Amalia. La nieta de Víctor, Fernanda Morales que por cosas de la vida terminó siendo estudiante del Rosario, fue la encargada de comunicar a la comunidad rosarista del fallecimiento.

Además, en la pared que a diario veía el rostro sonriente de Víctor de frente se colgó el anuncio. Alguien, al verlo, encima de “Víctor Manuel Castro” escribió lo que él era: El Rosario.

"El Rosario", puede leerse escrito encima del nombre de Víctor.

Sus exequias fueron en la sede Orquídeas de Capillas de la Fe, en la carrera 30 con calle 68. En el piso quinto de ese edificio cuyas paredes, pisos y escaleras eran blancos, descansaba el cuerpo de Víctor.

En efecto había tristeza en el ambiente. Abrazos, lágrimas, pero también sonrisas. Alegría por todos los recuerdos. Se celebraba una vida, la vida de Víctor.

Lo acompañaban sus familiares quienes al ver un desconocido le preguntaban si era rosarista. En caso de que la respuesta fuera afirmativa se emocionaban y con el mayor de los sentimientos le decían, mirándolo a los ojos, “gracias, gracias por todo lo que el Rosario le brindó a él”.

Durante la ceremonia religiosa de despedida.

El jueves 10 de enero fue la eucaristía y la cremación. “El amor es más fuerte que la misma muerte”, afirmó el sacerdote durante la misa. “Él (Víctor) creía en Dios. Amaba a Dios. Dios nos lo dio, Dios los lo quitó, bendito seas por siempre, Señor”, expresó, añadiendo que Víctor “siempre va a permanecer en nuestras mentes y en nuestros corazones”.

Poco antes de que el féretro ingresara al horno de cremación, en el ambiente de silencio, una voz se levantó: “Démosle un gran aplauso a mi hermano”. Víctor Manuel Castro fue despedido en medio de aplausos.

Un hombre bueno, así era Víctor

El loco y el poeta, ese era mi hermano. Era un ser humano bueno. Siempre lo dije. Víctor fue el producto de una educación mala, pero yo tampoco juzgo a mi mamita. Mi mamita no era una persona que supiera leer ni escribir, que tuvo cinco hijos, que tuvo que luchar por esos cinco hijos, fue duro para ella. Pero ella nunca nos dejó ni nos botó.

Mi mamá a todos nos quería. No murió hasta que Víctor no llegó a estar con ella.

Víctor para mí es una gran persona, un gran ser humano. Que a pesar de estar en una calle tenía unos sentimientos muy bonitos, a pesar de que él tuviera que defenderse con cuchillos y eso, él trataba de no hacerle daño a la gente. Se defendía como cualquier ser humano al que van a atacar, pero él no era malo con la gente. Era muy humano, tenía mucho corazón.

Nunca le tuve miedo ni rencor. Siempre le perdoné y le disculpaba sus faltas porque lo amaba. Yo siempre amé a mi hermano, fue mi hermano predilecto, el hermano que siempre me quiso. Cuando lo veía sentía una satisfacción, una paz de poderlo ver, de poderlo escuchar. Me tomaba el tiempo porque quería saber qué hacía, qué sentía, qué pensaba. Para mí era muy importante verlo como persona, todo lo que él sentía como ser humano. A las mujeres nos cuidaba mucho.

Me duele mucho mucho que se haya ido. ¿El 24 a quién voy a llamar para que venga? Me da nostalgia que ya este mes no voy a verlo.

Amalia Castro, su hermana menor

Por todo muchas gracias, Víctor. El Rosario ya te echa de menos.

*Egresada de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, periodista de SEMANA