Foto: Alejandra Salazar Molano/FCDS.

BIODIVERSIDAD

El ‘arca de Noé’ que está en riesgo por la construcción de una carretera en las selvas del Guaviare

Después de la guerra, los científicos están accediendo al conocimiento de la enorme riqueza biológica de esta zona del país. Sin embargo, una vía que pretende atravesar la región está amenazando seriamente su existencia.

Andrés Bermúdez Liévano
18 de diciembre de 2017

Con el Acuerdo de paz y el fin de la guerra, cientos de biólogos y científicos están explorando zonas de Colombia donde antes no habían podido ir y están enriqueciendo la enciclopedia de nuestra riqueza natural. Pero, al mismo tiempo, están comenzando a entender cómo algunos de esos lugares están desapareciendo rápidamente.

Hace un año, coincidiendo con la firma del Acuerdo de paz, un grupo de científicos colombianos y del Museo Field de Chicago se sumergió durante 12 días en los bosques al oeste de San José del Guaviare en la Serranía de la Lindosa y los cerros Capricho y Cerritos, una zona que por años estuvo muy bien preservada pero donde la deforestación está avanzando a pasos agigantados.

El mayor factor de riesgo tiene nombre propio: la Carretera Marginal de la Selva. Esta vía, que busca conectar los 381 kilómetros desde San José del Guaviare hasta San Vicente del Caguán. apenas está en su fase de planeación en el Ministerio de Transporte, pero tiene muy preocupados a los biólogos porque el trazado ya se convirtió –según el Ideam- en uno de los ocho mayores focos de deforestación en Colombia.

La franja de bosque donde trabajó este grupo de científicos está ubicada en una zona bastante intervenida y relativamente poblada, que sin embargo todavía conserva una riqueza biológica impresionante. En menos de dos semanas, identificaron 1.100 especies de plantas, 89 de peces, 32 de anfibios, 58 de reptiles, 226 de aves y 48 de mamíferos. Catorce de ellas son completamente nuevas para la ciencia: dos de plantas, 10 de peces de agua dulce, una de serpientes y una de ranas.

Foto: Alexander Urbano-Bonilla.

“Con el posconflicto, se están abriendo posibilidades de ir a estos lugares. Algunos investigadores del Sinchi habían visitado este tipo de zonas, pero el acceso ahora es mucho más fácil”, dice Andrés Barona, botánico del Instituto Sinchi que hizo dos descubrimientos.

En dos puntos distintos, él y sus colegas encontraron una nueva especie de Zamia –un arbusto aplastado y parecido a un helecho, considerado un fósil viviente y muy apetecido por los coleccionistas de plantas ornamentales fuera de Colombia- y una nueva especie de árbol Melastomataceae, la misma familia de los sietecueros. “A 200 metros del poblado de El Capricho vimos un grupo grande de monos churucos, algo que solo sueles ver en el corazón de la jungla. Estaban tranquilos, sin preocuparse por nosotros. Eso me impresionó muchísimo. Ojalá se puedan tomar las medidas para que sigan ahí para siempre”, cuenta el ecólogo peruano Álvaro del Campo, que trabaja en el Museo Field de Chicago y que fue uno de los líderes de la expedición.

Para ello, usaron una metodología del Museo Field -una de las instituciones de ciencias naturales más respetadas del mundo- llamada ‘inventarios rápidos biológicos y sociales’, en los que los científicos identifican a las especies de la mano de las comunidades locales y un equipo social documenta las relaciones de esos pobladores con su entorno natural y sus aspiraciones a futuro.

El resultado es un mapeo que permite vislumbrar, en corto tiempo, la riqueza biológica y cultural de un área que no había sido seriamente explorado por la ciencia. De hecho, en este momento se están preparando para sumergirse tres semanas en la remota selva de Cartagena del Chairá y Solano, en el oriente del Caquetá, justo en el interfluvio de los ríos Bajo Caguán y Caquetá en el corredor que conecta los Parques Nacionales La Paya y Chiribiquete.

“Si esto se rompe, perdemos la conexión entre estos ecosistemas, la capacidad de las especies de moverse y, en últimas, toda esa biodiversidad. Y, dependiendo del uso que se le termine dando al suelo, si llega a ser ganadería o palma africana, podemos perderlo para siempre”, dice la científica social medioambiental Diana ‘Tita’ Alvira, la única colombiana que trabaja en el Field, como parte del equipo social.

El problema, explica Alvira, es que los parques nacionales no funcionan apropiadamente si se convierten en islas en medio de un mar de potreros o monocultivos. Ese es el quid de la conectividad para los animales y las plantas: las especies necesitan moverse, dispersando sus semillas y reproduciéndose, enriqueciendo así el acervo genético de sus distintas comunidades.

Lo mismo sucede con el agua: todos los ríos amazónicos, que aseguran el correcto funcionamiento del mayor pulmón en el planeta, se nutren del agua que viene de los páramos en la zona andina.

En este caso, ese corredor de bosques, sabanas y formaciones rocosas a la altura del río Guayabero son el parche verde que más rápido se podría romper en una línea intermitente y casi recta que va desde los Andes colombianos hasta la Amazonía, conectando los parques nacionales y ecosistemas desde el Páramo de Sumapaz en las márgenes de Bogotá hasta Amacayacu sobre el río Amazonas.

“No podemos determinar a ciencia cierta la magnitud del efecto de una carretera, pero por eso estamos mirando en los tributarios pequeños, que es donde están todas estas especies que son muy sensibles a la composición físico-química del agua”, cuenta el ictiólogo Javier Maldonado, que enseña en la Universidad Javeriana y fue uno de los integrantes del equipo de peces que encontró casi una especie nueva por día, incluyendo dos bagres casi transparentes de menos de tres centímetros de largo.

Foto: Ana Rosa Saenz.

Hacia la ampliación de Chiribiquete

La exploración científica de esta franja aledaña a la Carretera Marginal cumple una misión fundamental: al documentar la riqueza de esa área, está engrosando el dossier que permitirá conservar la Serranía de Chiribiquete, que –con sus casi 28 mil kilómetros cuadrados de selva- constituye el principal aporte del país a mitigar el efecto de los gases contaminantes en la temperatura mundial.

Ese remoto Parque Nacional, el más grande de Colombia, es considerado por los científicos como un verdadero ‘mundo perdido’ por la singularidad de los rocosos tepuyes que se alzan en medio de la selva, porque cada expedición revela decena de especies nuevas para la ciencia y por sus milenarias pinturas rupestres de autores aún desconocidos. No en vano el célebre etnobotánico canadiense Wade Davis lo describe como ‘la Capilla Sixtina del Amazonas’.

Aunque en 2013 el gobierno Santos duplicó el área del parque, que hoy tiene el tamaño de Bélgica y es el segundo mayor de toda Sudamérica, todavía hay un factor de riesgo en su lado norte, vinculado justamente a la acelerada deforestación en la zona de la Marginal que podría romper la conectividad que existe con los Andes y los Llanos. Por esa razón, la CDA –la autoridad ambiental de la región- está trabajando también en la protección, bajo una figura regional, de la zona de la Lindosa.

Foto: César Arredondo.

Los científicos y Parques Nacionales vienen trabajando en una doble estrategia para garantizar que se pueda conservar en las condiciones en que está hoy. Por un lado, acaban de postular al parque a la lista de Patrimonio de la Humanidad de Unesco, un estatus que le permitiría mayor visibilidad y movilizar recursos para proteger su riqueza natural y cultural. La inspección técnica que hacen la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y Unesco –el brazo cultural de Naciones Unidas- se hará apenas amainen las lluvias invernales y la decisión debería tomarse en julio próximo.

Y, por el otro, se está proponiendo una nueva ampliación del parque, que asegure la preservación de la región boscosa hacia el norte y el oriente. El polígono exacto del área que Parques Nacionales propondrá a la Academia de Ciencias Naturales no ha sido definido aún, pero la declaratoria se facilitaría dado que parte de la zona ya está protegida por la reserva forestal de la Amazonía. De hecho, Parques ya comenzó el proceso de consulta previa con dos de los resguardos indígenas – Yaguará y El Itilla- que están en la zona.

Foto: Alejandra Salazar Molano/FCDS.

Uno de los argumentos fundamentales es que los ecosistemas y la fauna en esa zona son muy distintas de las del actual parque. Los hallazgos del biólogo Gonzalo Andrade, experto en mariposas y profesor de la Universidad Nacional, son un buen ejemplo de ello.

En el parque se han registrado 179 especies distintas de mariposas, nueve de ellas nuevas para la ciencia. Y en la zona justo al norte, en plena influencia de la Marginal, se han documentado 293 especies que no están en el parque. De ellas, doce han sido nuevas para la ciencia y distintas a las descubiertas en Chiribiquete.

Por eso, si se llega a romper ese corredor verde, se corre el riesgo de perder un arca de Noé que apenas está comenzando a descubrirse.

*Este reportaje se hizo gracias a una beca de reportería del Earth Journalism Network en temas de biodiversidad.