Una obra pública no se mide por el cemento que se entrega, sino por el desarrollo que es capaz de generar. En 2024, el Tolima fue el departamento que más dinamizó la economía nacional, creciendo al 2,6 por ciento, muy por encima del promedio del país. En turismo, mientras Colombia crecía al 9,7 por ciento en alojamiento y servicios de comida, el Tolima creció al 48,3 por ciento. Cinco veces más. Un departamento que hoy no vive de discursos. Vive de resultados.
A un territorio no se llega con frialdad, sin preparación y sin respeto. Por eso, no puede pasarse por alto ni permitirse el desprecio institucional, desde el gobierno central.
¿Y por qué lo digo? Porque el Aeropuerto Santiago Vila de Flandes no es una infraestructura cualquiera. Existe desde 1948. Fue diseñado para conectar el río con el aire, el centro del país con las costas, y durante décadas fue motor del comercio y la economía del interior de Colombia.
Por eso, su reapertura no podía reducirse a un simple trámite administrativo ni a una visita exprés; que fue exactamente lo que ocurrió el pasado 22 de diciembre por parte de la ministra de Transporte, María Fernanda Rojas: una entrega sin alma, sin diálogo y sin visión de futuro.
Una ministra de transporte que llegó de carreritas, habló menos de diez minutos, no escuchó a nadie, no conversó con el gobierno municipal, departamental, ni con los actores locales, los empresarios o el sector productivo allí presente ávido de articulación. No explicó qué viene después, no habló de rutas, de turismo, de comercio ni de impacto regional. Llegó, casi que tiró la obra y se fue.
Y eso no ocurrió en cualquier territorio. Ocurrió en el Tolima. Con ese acto no hubo una falta menor, ni un error de protocolo ni mucho menos de cortesía, que es de lo menos importante. Lo que se notó fue desprecio por la región, desprecio por la conversación y desprecio por la corresponsabilidad sobre lo público y sus inversiones. Donde primó fue el interés por la foto social de registro y el video para las redes sociales.
Es que esas inversiones no son un regalo del Gobierno nacional. Son su obligación pagada con la plata pública, que es de todos.
Y así como al Gobierno le corresponde invertir, a los gobiernos territoriales nos corresponde potenciar, hacer eficiente y multiplicar esa inversión del erario junto al nuestro. Pero ello solo es posible cuando hay verdadero liderazgo, articulación y respeto.
Los territorios no necesitan visitas fugaces. Necesitan gestión compartida. Y quiero decir algo más con firmeza pero con responsabilidad: un gobierno que no escucha a sus regiones no solo pierde legitimidad, pierde eficacia, sus obras se debilitan, sus inversiones se estancan y sus discursos se tornan cada vez más vacíos, porque no hay sentido de apropiación ciudadana.
Mientras esa actitud continúe, el Tolima hará lo que siempre ha hecho: trabajar, responder y convertir oportunidades en resultados tangibles. Pero no vamos a normalizar que se gobierne desde el afán, el centralismo y la desconexión, porque reitero que gobernar no es llegar, dejar y marcharse. Gobernar es quedarse a escuchar, conversar y acordar la hoja de ruta a seguir para el beneficio de quienes habitamos los territorios.
Un ejecutivo que no escucha, o que solo se escucha su propia voz, termina gobernando solo, sin rumbo y sin propósito. Ojalá que este mal ejemplo público no se convierta en “marca de gobierno” para lo que le queda de mandato constitucional. Esto es solo una respetuosa sugerencia desde el Tolima.
*Gobernadora del Tolima









