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Santa Sofía, desde su construcción en el año 537, ha simbolizado el poder de quienes controlan la ciudad.  | Foto: foto: Robert Harding Heritage-ap

TURQUÍA

Santa Sofía: la joya de la corona en Turquía que vuelve a ser mezquita

Pese a la indignación mundial, el presidente Recep Tayyip Erdogan consiguió su victoria más simbólica en su propósito de islamizar a su país: reconvertir a Santa Sofía en mezquita. Estas son las razones por las que no dará su brazo a torcer.

18 de julio de 2020

Una cúpula gigantesca de 30 metros de diámetro, cuatro minaretes que la custodian en su exterior y obras de arte que datan de tiempos tan remotos como el Imperio bizantino. Todo esto convierte a Santa Sofía no solo en una joya de la arquitectura y del ingenio humano, sino en un claro símbolo de poder, que aún hoy es motivo de disputa.  

Así lo concibieron aquellos grandes personajes de la historia que pusieron sus ojos sobre esta imponente construcción que, además, tiene una posición estratégica en la ciudad. Ella sobresale de entre los techos de la ajetreada Estambul y hace guardia a la entrada de la urbe por el estrecho del Bósforo. 

El emperador Justiniano ordenó construir allí la primera iglesia en el siglo VI, con el objetivo de convertirla en el centro de la cristiandad. La ciudad entonces se llamaba Bizancio, y era la sede del Imperio romano de Oriente. Entonces, Santa Sofía para muchos fue un milagro, y Justiniano, el santo que lo hizo posible. Se dice, incluso, que cuando la consagró, dijo: “¡Salomón, te he superado!”, en referencia al bíblico rey israelí que construyó el Templo de Jerusalén.    

Casi 1.000 años después, las relaciones de poder cambiaron y un nuevo señor llegó a reclamar la ciudad, junto con la custodia de la gran Santa Sofía. El sultán Mehmed II, soberano del Imperio otomano, conquistó Constantinopla, el nombre de entonces de la actual Estambul, y acabó con lo que quedaba del Imperio bizantino. Convirtió a Santa Sofía en mezquita como símbolo del poder de la fe musulmana y centro del enorme territorio que su imperio llegó a dominar en sus años de mayor gloria.

Al terminar el siglo XIX, en plena decadencia, se había convertido en el ‘enfermo de Europa’. Tras alinearse con el bando perdedor en la Primera Guerra Mundial, desapareció como los demás imperios, y dio paso a la República de Turquía, fundada en 1923 por Mustafa Kemal Atatürk, conocido como padre de los turcos. Atatürk, obsesionado por modernizar el país y europeizarlo, decidió que Santa Sofía se convertiría en un museo, en honor al Estado secular que construyó sobre las cenizas del Imperio otomano.

Durante años, los sucesivos Gobiernos mantuvieron ese estatus, vigilado de cerca por el Ejército, verdadero heredero de Atatürk. Hasta que llegó el actual presidente Recep Tayyip Erdogan al cargo de primer ministro en 2003. En repetidas ocasiones prometió recuperar el monumento para los musulmanes, pero se enfrentaba con dificultades legales. Estas terminaron cuando la Corte Suprema aprobó una demanda que pedía la anulación de la orden ejecutiva de 1934, que la convirtió en museo. El fallo le dejó al Gobierno el camino abierto para convertir a Santa Sofía de nuevo en mezquita.   

Erdogan celebró la decisión y anunció que el 24 de julio abrirá con su nuevo estatus. Además, el mismo día del fallo de la corte, cientos de creyentes se reunieron a las afueras de Santa Sofía para celebrar con arengas y rezos. En un video publicado por El País, de Madrid, uno de los presentes dice: “Siento la emoción que sintieron cuando Santa Sofía se abrió por primera vez para las oraciones musulmanas en 1453. Esta es como una nueva caída del Imperio bizantino”.    

El mismo día de la decisión de la corte, cientos de creyentes llegaron a las afueras de Santa Sofía a rezar y a celebrar la reconquista del templo.  

Santa Sofía simboliza el poder de Turquía, como demostró Erdogan. Un presidente con aires de sultán que para mantenerse en el poder ha apelado a toda clase de maniobras legales y constitucionales, con el apoyo de una mayoría musulmana tradicionalista que durante años se sintió excluida de la sociedad moderna y laica que forjó Atatürk.   

Erdogan siempre ha proclamado su intención de consolidar la identidad nacional alrededor del islam, con él al frente. Se ha referido a sí mismo como el líder religioso de Estambul o, incluso, en un discurso al posesionarse como primer ministro por tercera vez, dijo “Beirut ganó tanto como Izmir, Damasco tanto como Ankara”. Una manera de expresar su deseo de extender su poder en el mundo musulmán.   

Recep Tayyip Erdogan había prometido devolver Santa Sofía a los fieles musulmanes desde que llegó al poder. 

La periodista alemana Marion Sendker, corresponsal en Estambul de Die Welt, le explicó a SEMANA que “el comportamiento de Erdogan demuestra que él realmente cree que es un enviado de Alá para promover el islam suní en Turquía, y para hacer al país grande de nuevo”, como en la época del Imperio otomano.  

Pero no todos los turcos, sobre todo en las grandes ciudades, comparten sus ideas, y preferirían una sociedad más pluralista e inclusiva. Erdogan se ha cuidado de permitir este disenso. Sus medidas autoritarias han afectado el balance de poderes del Estado, suprimido la oposición y permitido la violación de derechos humanos. Y en la más importante de 2017, por medio de un referendo, logró que la nación pasara de un régimen parlamentario a uno presidencialista. Eso le permitió asumir el poder en solitario como presidente, con amplias facultades como legislar por decreto, disolver el parlamento y nombrar jueces y ministros.  

Por eso, la conversión de Santa Sofía en mezquita es posiblemente una de las victorias simbólicas más poderosas de Erdogan en el poder. Representa la reconquista musulmana de un templo que por muchos años les fue negado por el secularismo de la república. La imponente Santa Sofía es la cereza del pastel de un plan de islamización y control que lleva fraguando desde hace años.  De ahí que de nada valgan las protestas llegadas de Occidente, en primer lugar del papa Francisco, que lamentó que el monumento pierda su simbolismo de encuentro de culturas y religiones. Otros Gobiernos también se manifestaron, como el francés y el griego, y por supuesto la Unesco.   

El presidente francés, Emmanuel Macron, y el papa Francisco, entre otros, rechazaron la reconversión de Santa Sofía en mezquita. Para ellos, la medida pone en riesgo el legado histórico del monumento.

No obstante, la jugada de Erdogan tiene doble filo. Para Koray Saglam, conferencista e investigador sobre Medio Oriente de la Universidad de Tubinga en Alemania, la decisión sobre Santa Sofía llega en un momento difícil para el presidente y su partido. “La economía cojea, sube la inflación, aumentan los costos de la intervención militar de Turquía en el norte de Siria y Libia, y lidian con el coronavirus”, dijo a SEMANA. De igual manera, su partido enfrenta dificultades en la arena política. En las elecciones locales de 2019, perdieron las principales ciudades, como Estambul, frente a sus opositores.   

En ese sentido, Marion Sendker cree que el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), fundado por Erdogan, “está implosionando. Ya no es homogéneo ni está unido. Muchos políticos que aún hacen parte de él están esperando el momento justo para salirse. Algunos ya lo han hecho y han formado nuevos partidos”. 

El presidente se juega la carta de Santa Sofía, pero no necesariamente tiene una buena mano. Es un comodín para recordar a la población lo que él puede hacer por la fe musulmana. La pregunta es: ¿cuánto durará su jugada? Para el Imperio bizantino duró casi 1.000 años; para los otomanos, cerca de 400; para Atatürk, nadie lo sabe aún con seguridad. Y menos para Erdogan.