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EL ERROR DE DE GREIFF

María Isabel Rueda
26 de abril de 1993

NO ES TAN MALO, COMO PARECE, que dos estructuras de la lucha contra la delincuencia, las Fuerzas Armadas y la Fiscalía, tengan sus diferencias: que una cuestione la eficacia de la otra, con ese respaldo acorazado que ante el país ha adquirido la figura del fiscal De Greiff, y que la otra se defienda, amparada por un renacimiento de la credibilidad nacional en torno a la eficacia militar, ante la perspectiva, que el país cree cerca, de la captura de Pablo Escobar.
No son malas esas diferencias, insisto, porque ante el país no dan la fatal sensación del amangualamiento de las autoridades, que se tapan mutuamente sus incapacidades.
Las divergencias entre dos cuerpos con funciones tan vitales y tan distintas proyecta más bien la sensación de que no será fácil que ninguno de los dos se quede por debajo de las expectativas que el país ha depositado en su eficacia.
Pero en realidad, en cuanto al episodio de la semana pasada se refiere, me parece que las Fuerzas Armadas reaccionaron exageradamente duras contra las palabras espontáneas de De Greiff. A uno de los firmantes de la llamada "Carta de los Generales", el director de la Policía, Miguel Antonio Gómez Padilla, nadie le cobró una semana antes una frase que pronunció en el Congreso, asediado por los periodistas. Ante la insistencia de cuándo se sabría la identidad del autor de la violación y asesinato de una menor en una estación de Policía, respondió desairadamente: "¿Y qué quieren, si todavía no se sabe quién mató a Gaitán".
En cambio al fiscal De Greif se la cobraron íntegra. Quienes le hemos seguido la trayectoria encontramos que su único defecto es su claridad, y de pronto hasta la ingenuidad con la que habla ante la opinión.
No calla nada, en un país acostumbrado a que se le calle todo. Es transparente, hasta el punto de que interrogado por una perio dista sobre la versión de un posible soborno del Bloque de Búsqueda, prefirió decir que sí la había escuchado, y que la estaba investigando, a sostener que no sabía de qué le estaban hablando. Si dentro de unas semanas se hubiera comprobado esta terrible noticia, el Fiscal se habría caído por haber negado que conocía su versión, como se cayeron o tambalean todos los que en su momento oyeron la versión de los lujos dc la cárcel de La Catedral, y se la negaron a la opinión.
Me parece que los generales antes de haber reaccionado, como lo hicieron, deberían haber hecho una reflexión quc incluye varios puntos.
Mientras Fuerzas Armadas han habido siempre, Fiscal sólo existe desde la nueva Constitución, y precisamente como reacción al clamor nacional de que al país le faltaba justicia, le faltaban autoridades y le faltaba moralización.
Por otro lado, la única respuesta a la pregunta de por qué no se ha capturado todavía a Pablo Escobar es la misma que se daba antes del Fiscal, y después del Fiscal: por ineficacia y por corrupción. Lo de la cobardía es un término nuevo que creíamos menor, pero que a los militares aparentemente les molesta más que lo de la ineficacia y lo de la corrupción, a juzgar por todos los párrafos que le dedicaron en su carta. Y no debería ser así. Porque la cobardía es una acusación que nos cabe a todos los colombianos, militares o no militares, que cíclicamente nos hemos amedrentado ante la amenaza narcoterrorista, y que en varias oportunidades hemos clamado porque se negocie con los carteles de la droga a cambio de una paz que hasta ahora nos ha resultado efímera.
Pero de estas reflexiones, quizá lo más doloroso para nuestras Fuerzas Militares, es que sobre ellas ha recaído el peso de la captura de Pablo Escobar, y se están rajando en el examen.
Hasta ahora, los elementos de este examen no las favorecen. Para comenzar, Pablo Escobar se entregó porque las Fuerzas Militares nunca lograron capturarlo, y tocó negociar su pena. Segundo, Pa blo Escobar se escapó, porque logró sobornar el cordón militar que lo vigilaba, algunos dicen que con una ensalada de papa, pe ro versiones recientes de la Procuraduría indican que desde meses atrás Escobar tenía a oficiales y soldados a sueldo por medio de "bonos" pagaderos en una oficina de Granahorrar de Envigado. Tercero, y más importante, es que desde su fuga, Pablo Escobar no ha sido recapturado. Y a menos de que se lo haya tragado la tierra, cosa poco probable alguna autoridad tiene que haberlo visto, u olfateado, u oído sobre él, o haberle seguido la pista, o haberle pasado cerca, por lo menos.
La susceptibilidad de los generales, a fin de cuentas, tiene sentido. Hasta ahora, los casos de ineficacia y de corrupción los hemos adjudicado, como es lógico. a casos aislados en medio de un cuerpo sometido a toda suerte de presiones y tentaciones.
Pero lo que sí no puede concluirse es que la no captura de Pablo Escobar también se deba a un caso aislado de las Fuerzas Militares. El error de las declaraciones de Gustavo de Greiff consiste en haber hecho evidente que él tampoco cree en esa conclusión.