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Margarita Villafañe, líder de la comunidad arhuaca, es una de las 10.813 mujeres de esa comunidad que habitan el país, según el censo de 2005. | Foto: David Amado

EL PODER DE LAS RAZAS

La fuerza femenina

Las mujeres indígenas mantienen vivas a sus comunidades. Muchas han logrado sobresalir a pesar de que en su cultura los hombres tienen el papel preponderante.

Rosa Margarita Villafañe*
2 de julio de 2016

Soy indígena arhuaca y nací en la cabecera del río Guatapurí, en el Cesar. Mi papá es un mamo –líder espiritual– y mi mamá es hija de otro gran mamo. Mi familia históricamente ha luchado por recuperar nuestro territorio ancestral y por conservar el ecosistema en donde vivimos: la Sierra Nevada de Santa Marta, un territorio que compartimos con los koguis, los wiwas y los kankuamos.

Estamos en esa zona desde la creación del mundo. Antes vivíamos alrededor del mar, hasta llegar a los picos nevados, pero a raíz de la colonización fuimos arrinconados a la parte más alta de la sierra. Sin embargo, hemos ido recuperando nuestro territorio poco a poco y aunque es imposible llegar a lo que teníamos ancestralmente, ya tenemos determinado hasta dónde llegaremos.

Los arhuacos somos el grupo étnico que más se ha caracterizado por proteger y mantener vivas nuestras raíces ancestrales, y las mujeres somos determinantes para lograr ese objetivo. No solo somos el sostén de nuestra cultura y de nuestra identidad como pueblo indígena, sino que simbolizamos el principio y el final de la vida. Además somos como la tierra, porque tenemos la facultad de producir vida, así como esta lo hace con los alimentos. La cultura ancestral se mantiene viva gracias a nosotras, pero muchas veces las mujeres indígenas no se dan cuenta de eso. Tenemos una responsabilidad muy grande como formadoras de nuevas generaciones y no la valoramos como debe ser.

Nos hemos quedado con que nuestras tareas son tener familia y hacer las actividades del hogar. Eso es importante, pero nuestra labor va mucho más allá: somos dadoras de vida, formadoras, constructoras, la simiente de nuestra comunidad y el soporte del hombre, quien se apoya en nosotras para ejecutar los trabajos físicos y las actividades espirituales.

Sin embargo, para una mujer arhuaca no es fácil sobresalir. Pero no porque la comunidad sea cerrada, sino porque estamos en Colombia, que es un país machista, y eso ha marcado a toda la sociedad. Además los indígenas hemos sido una población azotada por la discriminación y por la violencia. Cuando invadieron nuestros territorios las mujeres fuimos las más afectadas y violentadas. Eso creó un temor histórico y por eso cuando una mujer indígena sale del territorio, lo primero que los hombres piensan es que va a generar mestizaje y no va a volver a su comunidad.

Pero las cosas han cambiado. Hoy las autoridades nos invitan a participar y a aportar. Por ejemplo, mi papá, siendo mamo, me impulsó a estudiar una carrera profesional y me apoyó a la hora de salir a prepararme. Y hoy existen muchas mujeres indígenas que sobresalen. A nivel nacional está Ati Quigua, quien fue concejal de Bogotá, o Belkis Izquierdo, magistrada del Consejo Superior de la Judicatura. También Leonor Zalabata, defensora de los derechos indígenas, y Benedexa Márquez, quien ha marcado la pauta en el sector de la salud.

En mi caso soy líder del pueblo arhuaco y llevo 30 años trabajando por mi gente. Empecé luego de terminar el bachillerato, cuando apoyé a un hermano (Adalberto Villafañe) en la lucha por la recuperación del territorio ancestral y terminé impulsando la creación de una organización (Gonawindua Tayrona) que funciona como interlocutora entre los tres pueblos indígenas y la sociedad no indígena. Así, me he convertido en una experta en las relaciones entre las comunidades y las instituciones regionales y nacionales.

Yo me siento orgullosa de portar mi cultura y de poder entender la cultura no indígena porque eso me permite ampliar mi visión de la mujer. Creo que desde mi posición puedo ayudar a que otras mujeres indígenas no le teman a la preparación profesional, siempre y cuando no pierdan el arraigo y la esencia cultural. Porque eso es lo que nos ha permitido permanecer en el tiempo. Además, para nosotras la tierra determina lo que somos y cuando esa relación es estrecha, hay un equilibrio de comportamiento y de pensamiento. Si nosotros educamos a nuestros hijos con esos valores vamos a tener una sociedad equilibrada, sana, que respeta y que piensa en los demás. Y eso es lo que necesita la sociedad de hoy: sentido de identidad y de pertenencia.

*Asesora y coordinadora de la Organización Indígena Gonwindua Tayrona. Enlace de la Gobernación del Magdalena con los pueblos indígenas.