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Lobo permanece recluido en la cárcel Picaleña de Ibagué. Allá paga una condena a 27 años por un asesinato ocurrido cuando él estaba preso. | Foto: EL NUEVO DÍA / SEMANA

JUSTICIA

El supuesto asesino que no estuvo en el lugar donde mató a su víctima

A Eugenio Lobo lo condenaron porque dicen que le disparó a un joven que no le recibió un trago de cerveza en una taberna de Cartagena. Aunque hay pruebas de que esa noche estaba encerrado en una cárcel, sigue pagando por ese muerto.

1 de junio de 2019

¿Cómo fue que Eugenio Lobo le descargó tres balazos al joven Arnoldo Peñaranda en el Foco Rojo, una oscura taberna del barrio Nelson Mandela de Cartagena? ¿Cómo lo hizo, si aquella noche de sábado estaba encerrado a dos kilómetros de allí, en la cárcel La Ternera? Con la duda en el aire, un hombre al que 19 hijos esperan volver a ver, paga una condena a 27 años de prisión.

La sentencia que, en teoría, resolvió el crimen dice que minutos antes de la medianoche del 21 de julio de 2001, en la pista de baile del Foco Rojo, Peñaranda, con 17 años cumplidos, pisó accidentalmente a Martín Hernández, un cuarentón moreno, pequeño y con un bigote ralo. Desde ese instante, el ambiente se puso tenso en la cantina de barrio. Hernández abandonó el local para regresar poco después con Lobo, su primo, otro cuarentón un poco más alto, moreno y de ojos pardos.

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Los dos hombres se acercaron al muchacho y le ofrecieron un trago de cerveza, con la supuesta intención de calmar los ánimos. Pero cuando Peñaranda se negó, Lobo desenfundó un revólver y le disparó. El primer tiro entró en el pecho. Peñaranda quiso reaccionar, intentó ponerse de pie. Entonces vinieron dos balazos más, uno de ellos, por el pómulo derecho, lo mató.

Con esa historia la Justicia condenó a los supuestos asesinos, pero no responde lo que se supo después. ¿Cómo pudo disparar Lobo si hay documentos que indican que pasó esa noche encerrado en una celda? Aún así, casi 20 años después y tras un proceso cargado de extrañas circunstancias, sigue en prisión un hombre que cree tener pruebas de su inocencia.

Una foto en el periódico

Eugenio Lobo nació en 1957 en una pequeña finca en Urabá. Nunca fue a la escuela ni aprendió a leer. Siguiendo los pasos de su padre se dedicó a los cultivos y los animales. Y también como él, fundó pronto una larga estirpe: 19 hijos con cuatro mujeres.

Por los tiempos de su tercer hogar, cuando Lobo criaba animales y atendía un billar en el barrio Nelson Mandela de Cartagena, cayó preso por primera vez. Estaba alimentando a dos marranos de su cochera cuando el barrio se llenó de policías que lo capturaron. El 7 de junio de 2001 lo señalaron de la muerte de Estivenson Acklin Miranda, asesinado por hombres encapuchados. Testigos dijeron que uno de ellos se parecía a Lobo, a quien enviaron preso a la cárcel La Ternera.

Mientras estaba encerrado, el 4 de julio de 2001, un periódico cartagenero publicó un artículo sobre una banda que azotaba al barrio Nelson Mandela. A la nota la acompañaba la foto de un supuesto delincuente capturado. Era Eugenio Lobo, quien estuvo encarcelado durante 50 días. Años después, lo exoneraron de ese crimen. Sin embargo, por esas mismas fechas comenzó otro juicio. Seis días antes de que él saliera de prisión, el joven Arnoldo Peñaranda murió asesinado en la taberna el Foco Rojo, en el barrio donde vivía Lobo.

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Cuando salió de la cárcel, este se sentía sin rumbo. “Quedé como desesperado. Veía que la gente del barrio no me tenía ya el mismo afecto. Me sentía como avergonzado por lo que me habían hecho”. Entonces decidió irse de Cartagena con otra mujer, Íngrid Sánchez, a quien había conocido en el barrio Nelson Mandela. Se devolvió a Urabá.

Mientras tanto, la madre de Arnoldo Peñaranda avanzaba en su cruzada por encerrar a los hombres que mataron a su hijo en el Foco Rojo. Meses después del asesinato, dio con el artículo de prensa donde reseñaban a Lobo. Le había llegado el rumor de que el hombre de la foto era el asesino. La mujer le llevó esa página de prensa al fiscal del caso, y le pidió llamar nuevamente a los testigos.

Lobo lleva siete años preso, en los que no ha podido ver nu una vez a sus hijos.

Entonces, la Fiscalía vinculó a Lobo a la investigación. Y como no pudieron dar con su paradero, el juicio comenzó en su ausencia, sin que él pudiera defenderse. En el juicio, todo se estableció a partir de los testimonios de las personas que acompañaban a la víctima. Tres testigos del asesinato, amigos del muerto, reconocieron a Lobo como el hombre que disparó. Otra más dijo que el hombre del periódico no se le parecía al asesino.

La Procuraduría pidió la absolución argumentando que los testigos identificaron en forma irregular a Lobo como el supuesto asesino. La Fiscalía les mostró directamente la foto publicada en el periódico, cuando había que hacer un reconocimiento en fila de personas.

La Procuraduría también dijo que, aunque las descripciones del asesino coincidían con las del hombre de la foto, “estas son las mismas de cualquier costeño promedio”. Moreno, de labios anchos, pelo corto. Por eso, el ente consideró que la investigación había sido superficial, pues se limitó a culpar al mismo que por esos días habían aparecido en el periódico, señalado como el terror del barrio Nelson Mandela.

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Pero el juez dio validez a los testimonios de los amigos de Peñaranda y el 31 de octubre de 2008 condenó a Lobo a 27 años de cárcel. Por esos días, Lobo vivía en Urabá y no se enteró de que cargaba con un muerto encima, ni lo haría por un par de años más.

Ante la ley

El 24 de febrero de 2012, Lobo llegó al terminal de Montería con Íngrid Sánchez, su pareja del momento, y sus cuatro hijos, los menores de los 19 que tuvo. Cargaba en sus brazos a Jesús, el más pequeño, de escasos meses de nacido, cuando un policía le pidió su cédula. Él la entregó confiado. Entonces el agente le dijo que no se podía ir, que tenía una orden de captura. A Lobo le entró la risa, pensando que era un chiste. Pero se lo llevaron preso.

Lobo pasó de cárcel en cárcel hasta que fue a dar a la de Ibagué. Durante dos años ni siquiera tuvo muy claro por qué lo habían apresado. Como le dijeron que estaba respondiendo por un homicidio, y asumió que era el mismo por el que lo exoneraron la primera vez, cuando estuvo detenido por 50 días en La Ternera. Creía que el abogado que lo defendió en ese tiempo lo había estafado, que lo había dejado emproblemado.

La sentencia concluye que Lobo le disparó a Peñaranda. Sin embargo, un documento de la Fiscalía dice que la noche de ese crimen, el condenado estaba en prisión.

Eso pensó hasta que recibió su expediente. Como no sabe leer, pidió ayuda a otros presos para revisarlo. Finalmente se enteró de lo que lo acusaban y encontró en su condena muchas cosas que no tenían sentido. Pero le tomaría meses hallar la clave de este proceso. Lobo tenía la mente tan turbada que no se había dado cuenta de un hecho tan sencillo y contundente para su defensa. Que él pasó la noche del 21 de julio de 2001, la del asesinato del Foco Rojo, preso en la cárcel La Ternera. Ahora tenía que demostrarlo, y no sabía cómo.

Pero más que conseguir la libertad, a Lobo le preocupaba el destino de sus cuatro hijos menores. Un par de meses después de que lo apresaron, su pareja, que había quedado sola a cargo de los pequeños, los dejó. Cuando hablaron al teléfono por última vez, ella solo le dijo que estaba enferma. Aunque en realidad no tenía ningún vínculo con ellos, Esperanza Berrío, su segunda esposa, terminó al cuidado de los pequeños.

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Los niños viajaron a Pueblo Nuevo, Necoclí. Se instalaron en la casa de Esperanza -suelo de tierra, muros de madera y techo de zinc. Recientemente, una psicóloga del Bienestar Familiar los visitó.Los encontró descalzos, con un estado nutricional apenas aceptable. Entre las notas de su visita, dejó constancia: “Los niños expresan sensación de rechazo aparente hacia su madre y rencor porque ella no asumió sus cuidados (...) Los hermanos Lobo Sánchez han establecido una relación significativa con doña Esperanza, tanto que hace algunos días ella enfermó y sus hijos se la llevaron inconsciente al hospital. Y los niños lloraban desconsoladamente”.

En los siete años que lleva preso, Lobo no ha visto a sus hijos. La familia no tiene dinero para llevarlos de visita hasta Ibagué. “Eso es un dolor de cabeza porque son los más pequeñitos y en realidad no los conozco, les paso por el lado y no sé quiénes son”.

Lobo permanece en la cárcel pese a que desde hace casi tres años tiene en su poder la prueba que debería liberarlo. El 23 de agosto de 2016, la Fiscalía le envió, por las gestiones del mismo preso, un oficio sobre la primera vez que estuvo detenido. “Esta investigación se inició el 7 de junio de 2001, cuando se escuchó al señor Eugenio Lobo, se resolvió su situación jurídica con medida de aseguramiento y se revocó con fecha 27 de julio de 2001”. Es decir, la propia Fiscalía notificó que, para el día del asesinato del Foco Rojo, Lobo estaba en una celda.

Pero el condenado no ha podido controvertir la sentencia por los muros que el aparato judicial le ha puesto en frente. El último lo encontró su abogada, Olga Sánchez, miembro del Proyecto Inocencia de la Universidad Manuela Beltrán. Ella lleva una año y medio a la espera de que el juzgado de Cartagena expida un certificado necesario para que revisen la sentencia bajo la luz de la nueva prueba. Mientras tanto, el viejo Lobo sueña con la parranda que armará con todos sus hijos, sus hermanos y primos, el día que pueda volver, por fin, a casa.