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Álvaro Uribe fue el primero en salir a reconocer la derrota de su partido. | Foto: Fotomontaje Semana

POLÍTICA

¿Se acabó el miedo a Uribe y Petro?

En política es difícil hacer predicciones. Sin embargo, el resultado de las elecciones deja la impresión preliminar de que el próximo presidente de Colombia no va a ser de Uribe ni de Petro. 

2 de noviembre de 2019

Hasta el domingo pasado la dinámica de la política colombiana giraba en torno al miedo a Álvaro Uribe y a Gustavo Petro. El país estaba polarizado y eso hizo que la gente votara más para trancar que para elegir. Ese fue el fenómeno de las elecciones presidenciales de 2018 donde esas dos fuerzas políticas enfrentadas tuvieron 10 y 8 millones de votos, respectivamente. Las dos votaciones constituyeron hitos: la del uribismo, por medio de Iván Duque, fue la más alta registrada en la historia. Y la de Petro convirtió por primera vez a la izquierda en una opción real de poder.

Ese resultado creó dos fantasmas que para muchos iban a definir la política nacional en los próximos años. Pero el domingo pasado se volteó la torta. Los ganadores de 2018 perdieron en 2019. Y con esto los miedos mutuos han comenzado a desvanecerse.

Se anticipaba que tanto a Petro como a Uribe les iba a ir mal, pero les fue peor. Y como en política el músculo de los protagonistas se mide por los resultados obtenidos en la última elección, los pesos pesados de hoy podrían ser pesos medianos en 2022. 

En Colombia después de cada elección todos pretenden haber ganado, y estos dos sectores no fueron la excepción. En el Centro Democrático el único realista fue el expresidente Uribe al reconocer la derrota y al atribuirse gallardamente la responsabilidad de la misma. Para ese resultado adverso pudo haber influido la indagatoria a la que lo llamaron. Pero a renglón seguido algunos de sus alfiles salieron a matizar esa interpretación. Con números trataron de reclamar la victoria al decir que habían pasado de una gobernación a 4 y de 57 alcaldías a más de 120. Eso matemáticamente es verdad, pero en la práctica no es lo mismo ganar la Alcaldía de Bogotá que la de San Vicente del Caguán. 

En el Centro Democrático el único realista fue el expresidente Uribe al reconocer la derrota y al atribuirse gallardamente la responsabilidad de la misma.

Estas eran las grandes apuestas del uribismo: Alcaldía de Medellín con Alfredo Ramos; Alcaldía de Manizales con Jorge Mesa; Gobernación de Caldas con Camilo Gaviria (hijo de Adriana Gutiérrez); de Huila con Carlos Ramiro Chavarro; y la del Casanare con Salomón Sanabria. De estas, perdieron todas con excepción de la última. 

A las anteriores las consideraban aseguradas. Pero al lado de ellas estaban las posibles. Y eran muchas más. Por ejemplo, no descartaban que Roberto ‘el Chontico’ Ortiz ganara la Alcaldía de Cali. Nohora Tovar, la Gobernación del Meta, Carlos Gómez la de Córdoba y así muchos otros. El resultado en ese frente fue igualmente decepcionante. 

En términos geográficos el panorama es claro. El uribismo, el partido de gobierno, perdió en los centros urbanos y ganó las zonas despobladas de los antiguos territorios nacionales. En Bogotá quedaron de últimos; en Medellín perdieron contra todo pronóstico y en Montería quedaron de segundos. En Antioquia, Córdoba y el Eje Cafetero hasta ahora los pilares del poder electoral de esa fuerza política, los votantes les dieron la espalda. En cambio ganaron en Casanare y Vaupés, departamentos donde hay más tierra que gente. En el Vaupés ganaron la gobernación con 3.870 votos, la misma cifra que necesita un edil para elegirse en la localidad de Kennedy en Bogotá.

En términos geográficos el panorama es claro. El uribismo, el partido de gobierno, perdió en los centros urbanos y ganó las zonas despobladas de los antiguos territorios nacionales.

Por los lados de Petro no se esperaba casi nada y justo eso pasó. Nicolás, su hijo, logró apenas el 18,5 por ciento de los votos para la Gobernación de Atlántico con el aval del Partido Verde en coalición con Colombia Humana. En Bogotá se podría decir que el 14 por ciento de Hollman Morris es un resultado respetable a nivel individual para un candidato con un escándalo familiar reciente. Pero muy malo para una estructura política que aspira llegar al poder en 2022. 

También le fue mal en su apuesta por el departamento de Nariño. El exsecuestrado Luis Eladio Pérez, apoyado por la Colombia Humana y el Partido Farc, quedó de tercero en las votaciones, muy por debajo de las expectativas. En Putumayo su esperanza, Andrés Cancimance, quedó de segundo. En términos anecdóticos se podría también anotar que el hermano del exalcalde, Juan Fernando Petro, logró 601 votos para la Alcaldía de Cajicá, que corresponde al 1,81 por ciento de la votación.

Por todo lo anterior en este momento no hay pánico por Uribe ni por Petro. El final de esos miedos cambia la ecuación matemática para 2022. De las 10 millones de personas que votaron por Duque se podría decir que la mitad lo hicieron para evitar que subiera Petro. Con los 8 millones de Petro pasaba lo mismo, en ese caso para atajar el regreso del uribismo al poder. Se podría decir que la quemada en las urnas fue de tal magnitud que es poco probable que esa tendencia pueda dar reversa. El debilitamiento de esos dos monstruos electorales deja un panorama no muy alentador tanto para Petro como para los presidenciables uribistas. 

El debilitamiento de esos dos monstruos electorales deja un panorama no muy alentador tanto para Petro como para los presidenciables uribistas.

Los resultados del 27 de octubre le abren espacio a otras opciones políticas. El centro se consolidó como una alternativa viable de poder para 2022. Sergio Fajardo, los hermanos Galán, Federico Gutiérrez, Ángela María Robledo y Álex Char saltan a la vista, pero en política dos años son una eternidad y muchas cosas pueden pasar. Aunque las fuerzas alternativas tuvieron victorias importantes en estas elecciones, las estructuras tradicionales en las regiones también ganaron.

Lo anterior es positivo. El país recientemente ha vivido obsesionado con la polarización y la derrota de los dos extremos. Esto constituye un mensaje claro de hastío ante el debate entre guerra y paz, Santos y Uribe, o Uribe y Petro. El proceso de paz ya no despierta pasiones en el electorado. La gente quiere que le hablen de cómo le van a solucionar los problemas que afectan su vida cotidiana. Los eventos recientes de América Latina han demostrado que los pueblos de la región quieren algo diferente a lo que han vivido en los últimos años. En Colombia hay algo de eso. Los temas que obsesionaban han quedado atrás. Lo cierto es que con este panorama resulta muy probable que el próximo presidente no sea Petro, ni el que diga Uribe.