Cansancio, miedo, incertidumbre. Es lo que se siente al terminar esta semana con todo lo que ha ocurrido en el país. A cada escándalo, le sigue uno peor, y el ambiente nacional se torna cada vez más enrarecido y denso. No me quiero referir hoy solo al escándalo de las chuzadas, la niñera, Laura y Benedetti, pues de eso sin duda hablarán, me atrevo a pronosticar, casi la totalidad de los columnistas de este fin de semana, sino al papel que han jugado en este estado de zozobra permanente el mundo digital y, especialmente, las construcciones narrativas que suceden en él.
Las redes sociales se siguen mirando como un simple espacio de comunicación, donde cada cual escribe lo que quiere casi sin tener consecuencias, siempre amparados en el derecho a la libertad de expresión, uno de los baluartes de toda democracia. Pero no es cierto. El país tiene que darse cuenta del papel protagónico que las construcciones digitales están teniendo en los gobiernos del mundo. Fue a través de las redes que se alentó la invasión del Capitolio en Estados Unidos o que se alimentó el brexit, por ejemplo. Es en las redes sociales donde el presidente Gustavo Petro ha iniciado las peores discusiones, que nos tienen, por ejemplo, sin embajador en Perú, o donde se ha alentado el ataque a los medios que llevó a que la periodista Camila Zuluaga haya sido seguida y hostigada por un youtuber.
Es en las redes sociales en las que una senadora como María Fernanda Cabal es capaz de decirle a la embajadora de Alemania, Marian Schuegraf, que el mayor genocida del mundo, Adolf Hitler, era un socialista, para que la diplomática tenga que explicarle que el fascismo era una ideología de odio y que los millones de víctimas del Holocausto nazi merecen respeto.
El mundo digital ha creado una especie de realidad paralela, que hace que se creen situaciones para manejar la emocionalidad y la opinión de las personas. Así, han creado también personajes, que luego son elegidos en cargos de poder sin tener la más remota idea de lo que hacen, y que son, en gran parte, responsables de que hoy el país esté en esta “descuadernada”.
Lo que pasó esta semana con la aspirante a la alcaldía de Cali Catalina Ortiz es fiel prueba de lo que digo. La candidata publicó una supuesta agresión de la que fue víctima mientras volanteaba en las calles. Un hombre en un semáforo le lanzaba agua en la cara mientras gritaba que se fuera a la casa, lugar en el que debían estar las mujeres. La indignación no se hizo esperar. Desde todos los rincones se pidió respeto para la candidata, se rechazó la violencia de género y se levantaron las voces contra la violencia que ataca a las mujeres en la política. Pero resulta que todo fue una farsa, o un “performance”, como dijo la Negra Vikinga, la directora creativa de la productora audiovisual Mulatos Rec., responsable de la publicidad de la candidata. Según ella, era una puesta en escena para ser conscientes de la violencia que viven las mujeres. Así que la gravísima problemática que existe de violencia de género, de brecha salarial, de baja participación en política y de toda la lucha de las mujeres contra los estereotipos quedó reducida a un show de redes, que acabó por completo con la credibilidad de la candidatura de Ortiz, aunque ella insista en que todo fue a sus espaldas.
Este montaje de personajes a través del mundo digital y del poder de las redes llevó a que fueran elegidos como congresistas personas que no tienen la más remota idea de qué hacer en el Congreso. Y hoy, por la presencia de muchas de esas personas que no son más que un producto de las redes, las serias iniciativas de reforma que se pretenden en este gobierno no han podido tener ni un solo debate técnico y estemos cerca de terminar una de las legislaturas más improductivas de los últimos años.
Hoy la política se convirtió en eso, en un “performance”, en la representación de un libreto, en la creación de un personaje capaz de seducir a ciudadanos que no leen más allá de un trino o de una publicación en Facebook, o que pasan las horas dando like a fotos de Instagram y videos de TikTok. Los políticos en las redes sociales encontraron el mejor escenario para su actuación.
Hoy el país enfrenta una gravísima crisis institucional, con un presidente que acusa permanentemente a la Procuraduría y a la Fiscalía de tomar decisiones en contra de los intereses de su gobierno y su partido. Un presidente que, ante la gravísima acusación de que las empleadas domésticas de su hoy exjefe de gabinete habrían sido chuzadas en el caso de un robo en su casa, no envía un mensaje de investigar a fondo lo ocurrido o de confiar en que las instituciones obrarán como debe ser, sino que, por el contrario, siembra un manto de duda sobre la Fiscalía, asegura que todo es un ataque a su gobierno y vuelve a acusar a los medios de tergiversar las informaciones.
Y así todos repetirán en las redes la verdad que quieren vender, y armarán sus montajes digitales para insistir en sus verdades, mientras el país se hunde cada vez más en una crisis de liderazgo, gobernabilidad y verdad sin precedentes. Al final, el país quedará aturdido en el ruido de cada “performance”, sin saber quién miente y quién dice la verdad.
Cuanta responsabilidad también tenemos en lo que está ocurriendo. Por votar por personajes inflados, por no incomodarnos en conocer quién es realmente cada candidato, por haber declarado a las redes la fuente de información y acusar a los medios de desinformación.
Mientras tanto, crecerán en el mundo digital nuevos personajes mentirosos, historias inventadas y opiniones manipuladas para que en octubre, una vez más, veamos salir elegidos a youtubers, activistas radicales y vendedores de humo, mientras seguiremos viendo con horror cómo este país retrocede décadas y se sumerge cada día más en la peor crisis institucional.