Ciencia
Sin ética ni compasión, la verdad detrás de la pastilla anticonceptiva en Auschwitz: “de lo contrario irías directamente al horno”
Auschwitz fue escenario de experimentos médicos que, décadas después, servirían de base para el desarrollo de la pastilla anticonceptiva.

Cuando un prisionero le tatuó sobre la piel el número de prisionera en Auschwitz, el dolor fue intenso, recuerda Renée Düring.
“Alégrate de que recibas un número, de lo contrario irías directamente al horno”, comenta Düring. Los nazis le dieron a elegir: “O vas al campo de exterminio de Birkenau o te pones a disposición para investigaciones médicas. Eso no te matará”.
Renée Düring (1921-2018) eligió lo segundo y terminó como conejillo de indias humano en manos del ginecólogo Carl Clauberg. Su historia la contó en 1992 al Museo de la Memoria del Holocausto de Estados Unidos. Düring, judía de Colonia, fue una de las cientos de mujeres sobre las que el médico llevó a cabo experimentos de esterilización.
De médico respetado a colaborador del régimen nazi
La trayectoria de Carl Clauberg parecía prometedora antes de que se convirtiera en uno de los criminales médicos más notorios del Tercer Reich. Carl Clauberg estudió en la Facultad de Medicina de Kiel y obtuvo en 1925 su doctorado.
Se especializó en ginecología y junto a químicos de la farmacéutica Schering-Kahlbaum, desarrolló preparados hormonales. Su método para ayudar a mujeres infértiles a lograr un embarazo lo convirtió en una autoridad en el campo de la investigación hormonal.

Sin embargo, la ambición profesional lo llevó por un camino siniestro. El 1 de mayo de 1933, Carl Clauberg ingresó en el Partido Nacionalsocialista Alemán (NSDAP) y en las SA (Sturmabteilung, una organización paramilitar del NSDAP). Como muchos médicos en la Alemania nazi, esperaba que las autoridades le ayudaran a impulsar su investigación. Bajo el régimen nazi, se consideraba deber que toda mujer alemana tuviera tantos hijos como fuera posible, preferiblemente rubios y de ojos azules.
Pero Clauberg también investigaba un método para esterilizar mujeres, algo que encajaba perfectamente con la inhumana política racial nazi, cuyo objetivo era exterminar a judíos y gitanos, también en las generaciones futuras.
Heinrich Himmler y la carta que selló el destino de cientos de mujeres
La oportunidad que Clauberg esperaba llegó en 1942. Durante ese año, Clauberg envió una solicitud a Heinrich Himmler, el hombre más poderoso de Alemania después de Adolf Hitler y responsable de implementar el Holocausto.
El ginecólogo proponía llevar a cabo su “nuevo método de esterilización sin operación de mujeres inferiores” y solicitaba instalaciones para ello. Su carta está reproducida en el libro Macht ohne Moral, publicado en 1957 por Reimund Schnabel.
La respuesta de Himmler fue positiva. En la primavera de 1943, su plan se hizo realidad. No obtuvo un instituto propio, pero sí un ala en Auschwitz. En el Bloque 10, Clauberg montó su laboratorio experimental. Las primeras mujeres judías trasladadas allí provenían del vecino campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

Experimentos sin anestesia ni compasión
El testimonio de Renée Düring revela la brutalidad de los procedimientos que se realizaban en este lugar de horror. Según el propio Clauberg, las prisioneras eran para él rostros sin identidad; solo le interesaban sus abdómenes.
“Por las mañanas, después del recuento, se llamaban nuestros números para bajar. Esperábamos afuera en fila y luego nos llevaban una por una a una sala, nos colocaban sobre una mesa negra de cristal, que era una mesa de rayos X. Mientras nos inyectaban un líquido en el cuerpo, la máquina de rayos X funcionaba para que el médico pudiera ver lo que hacía con el líquido. Pero esa inyección ardía de forma terrible”, recordaba años después Renée Düring sobre las torturas que tuvo que soportar.

La metodología era deliberadamente cruel, ni Renée ni las demás sabían entonces qué les estaban haciendo. Clauberg practicaba en ellas lo que antes había probado en animales, sus instrumentos no eran estériles y los reutilizaba, no había anestesia: solo la aguja.
Si el medio de contraste mostraba que las trompas eran permeables, las mujeres volvían una o dos semanas después a la mesa. Entonces se les inyectaba una sustancia tóxica destinada a pegar y corroer las paredes de las trompas de Falopio. Si no funcionaba, repetía el procedimiento. “Tuve que estar tres días tumbada con dolores terribles”, relató la testigo Renée Düring.
Peritonitis purulentas, septicemias, dolores como de parto y un ardor insoportable eran efectos secundarios comunes de los experimentos de Clauberg. Las mujeres intentaban contener sus gritos, pues corría el rumor de que, si no lo hacían, serían enviadas a la cámara de gas en Birkenau.
La deshumanización total de la medicina
“Las consideraciones médicas y humanas juegan un papel secundario en el momento en que alguien parte de la base de aceptar que ya no son personas, sino subhumanos”, explica la historiadora Andrea Löw, del Centro de Estudios sobre el Holocausto en Múnich, al diario Neue Osnabrücker Zeitung.
En el caso de Clauberg, había “una ambición sin límites”: “Vio su oportunidad de aprovecharse del sistema para avanzar en su carrera y alcanzar fama y honor. A eso subordinó todo”.
Himmler quiso saber cuánto tiempo se necesitaría para esterilizar a 1000 mujeres. La respuesta de Clauberg: un médico entrenado, con 10 asistentes, sería capaz, muy probablemente, de esterilizar a varios cientos, incluso a 1000 judías en un solo día.

La liberación y una justicia frustrada
El plan nunca se concretó, pues el 27 de enero de 1945 el Ejército Rojo liberó Auschwitz. Para entonces, Clauberg ya se había trasladado al campo femenino de Ravensbrück, donde siguió con sus experimentos. Cuando las tropas soviéticas avanzaron en abril, escapó.
Sin embargo, dos meses después Clauberg fue capturado, llevado a Moscú y sentenciado a 25 años de trabajos forzados.
Pero en 1955 fue liberado anticipadamente y según consta en los archivos de la Fiscalía de Kiel, se sintió “recibido de forma casi principesca por su ciudad natal”. Volvió a trabajar en la clínica universitaria de Kiel. El gremio médico aún no estaba desnazificado y aquel colega que había trabajado en Auschwitz fue recibido con los brazos abiertos.
En noviembre de 1955, el Consejo Central de los Judíos presentó una denuncia contra Clauberg. Más de 100 testigos estaban dispuestos a declarar contra él. Clauberg hablaba de difamación y se consideraba una víctima de la justicia. Afirmaba que había salvado a las mujeres del Bloque 10 de la muerte y que su centro era un “instituto para salvar vidas”, como figura en los expedientes judiciales. Finalmente, Carl Clauberg murió el 9 de agosto de 1957, antes de que pudiera ser juzgado.
El legado macabro: de los experimentos nazis a la píldora anticonceptiva
Según los registros, el médico esterilizó a entre 500 y 700 mujeres. Muchas de sus víctimas sobrevivieron, pero traumatizadas y estériles. Renée Düring, sin embargo, vivió un milagro: a pesar de las intervenciones de Clauberg, fue madre de una hija.

El 18 de agosto de 1960, salió al mercado en Estados Unidos el primer medicamento para la anticoncepción hormonal, llamado “Enovid”. La investigación de base de Clauberg contribuyó de forma decisiva al desarrollo del fármaco. La empresa Schering, que en su día financió sus experimentos, fue absorbida por el grupo farmacéutico Bayer, que todavía comercializa la píldora anticonceptiva.
*Con información de DW.