La gente se refresca junto a las fuentes de Trafalgar Square en el centro de Londres el 17 de junio de 2022, en el día más caluroso del año hasta ahora en la capital. (Foto de CARLOS JASSO / AFP)
La gente se refresca junto a las fuentes de Trafalgar Square en el centro de Londres el 17 de junio de 2022, en el día más caluroso del año hasta ahora en la capital. (Foto de CARLOS JASSO / AFP) | Foto: AFP

SOSTENIBLE

Ola de calor en Europa: ciudades y noches sofocantes

Las ciudades provocan el bien conocido efecto de isla térmica urbana, producido por una mayor concentración de edificios, materiales que absorben mas la radiación, menor ventilación y mayor emisión de energía.

20 de junio de 2022

La ola de calor que estamos experimentando en buena parte de la península ibérica, con una duración de casi una semana, temperaturas propias del mes de julio y batiendo algún récord, es noticia de primera página en todos los medios de comunicación. Pero no debería pillarnos por sorpresa.

Desde hace más de veinte años los científicos del clima hemos estado aportando evidencias de que el futuro iba a estar caracterizado por temperaturas más elevadas, sequías más frecuentes y una alteración de la dinámica atmosférica con respecto al período preindustrial.

Además, sabemos que el Mediterráneo es un área especialmente sensible al cambio climático, por lo que España es uno de los países más afectados. Los datos muestran que la duración del verano está aumentando a un ritmo de 1 día al año desde los años 80 del pasado siglo como consecuencia del cambio climático y de la fase positiva de la oscilación atlántica multidecadal, que hace que las temperaturas del océano Atlántico estén elevadas desde entonces.

Olas de calor más frecuentes y tempranas

El cambio climático hace que las olas de calor sean más frecuentes, intensas y duraderas. Pero además el alargamiento del verano hace que se presenten más tempranamente.

Entre el 11 y el 21 de junio de 2017, Europa (incluyendo la península ibérica) experimentó la megaola de calor más temprana de los últimos 70 años. Entendemos por megaolas de calor aquellas olas que abarcan más de 1.000.000 km², con anomalías de temperatura superiores a 3 desviaciones típicas y con una duración de más de 7 días. Por tanto, la ola de calor actual ya tiene precedentes recientes en cuanto a duración e intensidad. Veremos si alcanza la extensión de la de 2017, aunque no lo parece.

Aire del Sahara caliente y cargado de polvo

Los mecanismos que dan lugar a las olas de calor en la península ibérica son bien conocidos. Suelen ser la combinación de elevadas presiones, intenso flujo de aire sahariano y elevada radiación solar. Las altas presiones suelen ser consecuencia de lo que se denomina dorsal subtropical, es decir, de una cuña de aire de origen subtropical que penetra hacia nuestras latitudes con una presión muy elevada. El aire sometido a esa presión desciende y se calienta, lo que va aumentando su temperatura.

Esta fotografía tomada el 17 de junio de 2022 muestra un letrero de farmacia que muestra la temperatura de 42,5 grados centígrados en Burdeos, suroeste de Francia (Foto de Philippe LÓPEZ / AFP)
Esta fotografía tomada el 17 de junio de 2022 muestra un letrero de farmacia que muestra la temperatura de 42,5 grados centígrados en Burdeos, suroeste de Francia (Foto de Philippe LÓPEZ / AFP) | Foto: AFP

Estas dorsales suelen tener una orientación sur-norte y llevan asociados flujos del sur en su rama ascendente. Dada la localización geográfica de España, los flujos asociados a estas dorsales son de origen sahariano y, en esta época del año, tienen temperaturas muy elevadas, condiciones de muy alta estabilidad, muy baja humedad y muy elevada concentración de polvo en suspensión, lo que explica el aspecto neblinoso del cielo en estos episodios. La calima no está originada por nubes, sino por el alto contenido de polvo en el aire.

Trabajos recientes han demostrado que la frecuencia de estas intrusiones está aumentando y que cada vez alcanzan latitudes más elevadas. Las olas de calor de agosto de 2018 y junio de 2019 fueron originadas por este tipo de situaciones. De hecho, ambas alcanzaron latitudes sin precedentes en los anteriores 70 años, llegando a detectarse sus efectos tan al norte como en la Bretaña francesa.

Valles, ciudades y noches sofocantes

Estos tres factores a escala sinóptica –radiación elevada, flujo de origen subtropical y subsidencia– son modulados por factores de menor escala que explican las diferencias que encontramos entre las diferentes localidades.

Las ciudades provocan el bien conocido efecto de isla térmica urbana, producido por una mayor concentración de edificios, materiales que absorben mas la radiación, menor ventilación y mayor emisión de energía (en este caso la de los aires acondicionados, además de los coches). Todo ello hace que los centros urbanos experimenten temperaturas varios grados más elevadas que su entorno. Este efecto es más relevante durante la noche, lo que dificulta el imprescindible descanso nocturno de los habitantes de las grandes urbes.

Además hay efectos orográficos. Las ciudades ubicadas en los valles suelen ver disparadas sus temperaturas (por ejemplo, Ourense o Murcia). Esto se explica porque al ser aire muy estable y pesado, se tiende a acumular en el fondo del valle y no experimenta los efectos de ventilación que pueden ocurrir en las zonas llanas o montañosas.

Como los gases de efecto invernadero responsables del cambio climático permanecen en la atmósfera varias decenas de años, la situación no va a cambiar a corto plazo. Al contrario, se va a ver agravada porque las emisiones van a seguir aumentando.

El Acuerdo de París prevé que la temperatura se estabilice en 2 ℃ por encima de la media preindustrial. Estamos todavía en 1,2 ℃ y, lamentablemente, estos episodios ya están dejando de ser anecdóticos, formando parte de nuestra actual realidad climática.

Por:

Ricardo García-Herrera

Catedrático de Física de la Atmósfera. Expresidente de la Agencia Estatal de Meteorología, Universidad Complutense de Madrid

David Barriopedro Cepero

Científico Titular CSIC, Instituto de Geociencias (IGEO - CSIC - UCM)

Artículo publicado originalmente en The Conversation

The Conversation