La escena que narró el conductor del vehículo en el que se movilizaba Miguel Ayala –el hijo del artista Giovanny Ayala– y su mánager, Nicolás Pantoja, al Gaula de la Policía del Cauca no pudo ser más dramática. El 18 de noviembre, ambos iban en una camioneta Tucson, tipo Uber, hacia Cali, y en la vereda Cajibío, en El Túnel, los alcanzó un carro blanco. Sus ocupantes los obligaron a detenerse. Tres hombres armados hasta los dientes ingresaron a la Tucson. Uno se ubicó al lado del conductor; los otros dos, en la silla de atrás custodiando a Ayala y Pantoja.

Obligaron al conductor a seguir su recorrido. Metros adelante los hicieron retornar hacia Popayán y tomaron un desvío por una trocha que conduce hacia el lago El Bolsón, cerca de Popayán. En el interior del carro, el hijo de Giovanny Ayala y su acompañante, atemorizados, fueron golpeados, les quitaron las pertenencias, les hurtaron dinero y los despojaron de los celulares. Los delincuentes cambiaron de carro para burlar a las autoridades, y al conductor le permitieron huir. Antes, sujetaron sus manos con un plástico grueso al volante de su carro.

Esa versión del conductor encendió las alarmas en la Policía y el Gaula. El mayor Ronald Ferrucho, comandante del Gaula de la Policía del Cauca, adelantó milimétricamente la operación. Sus hombres contactaron a Giovanny Ayala para entregarle la noticia del secuestro, pero él no lo creía. Quisieron hacerlo a través de videollamadas a fin de que el artista popular se concientizara de que, desgraciadamente, era verdad.

El cantante no sabía que su hijo se movilizaba por esta carretera, asediada por las disidencias de las Farc y la delincuencia común. Tampoco que se había presentado en un concierto en el corregimiento de Huisitó, en El Tambo, Cauca, una región dominada por Iván Mordisco. Miguel Ayala vive con su mamá, y su padre reside en otra casa.

En la operación participaron el Gaula de la Policía, los Comandos Jungla, la Fuerza Aeroespacial y la Aviación Policial.

Tres días después, la familia recibió la primera llamada de los captores. No se identificaron. Reconocieron el secuestro y decían que el artista sabía quiénes eran. Los secuestradores no hablaban con Giovanny Ayala, sino que obtuvieron el contacto de un familiar. Hubo llamadas de todos lados. Algunos quisieron pescar en río revuelto, pero el Gaula siempre estuvo al lado de la familia y no permitió que cayeran en la trampa de los captores y entregaran dinero.

El miércoles 26 de noviembre, los secuestrados enviaron vía WhatsApp la primera prueba de supervivencia: Miguel y Nicolás aparecían en una fotografía privados de su libertad, en un cambuche, un espacio angosto construido improvisadamente con escasa madera, techo de plástico, un colchón y un par de cobijas. Ambos, sorpresivamente, tenían una cadena extensa en sus piernas.

Los delincuentes duraron días incomunicados, una estrategia con la que pretendían profundizar el dolor y la angustia. El Gaula siguió avanzando sobre la zona, recogiendo testimonios, diseñando mapas cartográficos, buscando rastros del secuestro entre trochas y riachuelos. El Túnel, sitio del secuestro, es icónico en Cauca por su ubicación. Por el costado derecho, entre Popayán y Cali, aparece el frente Dagoberto Ramos de las Farc a protagonizar retenes ilegales y robar vehículos que crucen sobre la vía. Por el izquierdo, se mueve el frente Jaime Martínez, también al mando de Mordisco. En algunas trochas hay crimen organizado y delincuencia común, en ciertos casos con cercanías a las disidencias.

Los bandidos aparecieron con un nuevo mensaje vía WhatsApp. Pidieron 4.500 millones de pesos por la liberación. No establecieron un plazo e insistieron en que conocían los negocios y la trayectoria de Giovanny, el afamado padre.

SEMANA obtuvo nuevas imágenes de la operación de rescate del hijo de Giovanny Ayala.

Días después llegó otra prueba de supervivencia: un video corto en el que hablaban Miguel y Nicolás. Solicitaron que por favor los ayudaran, que estaban en condiciones nada favorables. Describieron como “horribles” sus noches y pidieron hacer el esfuerzo para devolverlos a la libertad. Le hablaban, especialmente, a Giovanny Ayala.

Tras una investigación minuciosa, los investigadores del Gaula ubicaron el lugar, una zona remota, tupida de selva, grandes guaduales, montañas arropadas por cultivos de coca –como ocurre en varias zonas del Cauca–, ríos y cañadas, por donde opera el frente Carlos Patiño.

El grupo de uniformados del Gaula fue recibido por varios tiros de los secuestradores, que buscaban impedirles su paso. Miguel Ayala permanecía indefenso en el cambuche con Nicolás Pantoja, con una ropa diferente a la de las pruebas de supervivencia, sin zapatos, unidos por las piernas con una cadena de 30 metros de largo, que los hombres del Gaula trozaron con una cizalla. “Tiene un candado chiquito. Ese se puede romper con una llave”, recomendó el hijo de Giovanny Ayala a los héroes que los rescataron.

El coronel Édgar Andrés Correa, director del Gaula de la Policía Nacional, coordinó la operación y recibió a los rescatados.

Uno de los secuestradores huyó, porque abandonó su arma y corrió. Otro no tuvo suerte y quedó en manos de los uniformados. Miguel y Nicolás gritaron, lloraron de emoción cuando los policías se presentaron. El rescate fue exitoso. Un helicóptero de la Policía aterrizó improvisadamente y los sacó del área.

¿A quiénes pertenecían los secuestradores?, preguntó SEMANA. En esa zona del Cauca hablan de un outsourcing criminal entre la delincuencia común organizada y las disidencias de las Farc, respondió una fuente.

El coronel Édgar Andrés Correa, director del Gaula de la Policía, reportó: “Hicimos una inserción de unos hombres Jungla con hombres Gaula, que, de manera precisa, con apoyo helicoportado, llegaron al lugar del cambuche. Todas las capacidades de la Policía se pusieron al frente”.

Captura de pantalla del vídeo del rescate ejecutado por el Gaula de la Policía.

Hallazgo macabro

En medio de la operación para localizar al hijo de Ayala, el Gaula descubrió un hallazgo macabro: un secuestro masivo y un menor de edad asesinado. Una fuente reportó a la Policía una vivienda ubicada en zona rural de Santander de Quilichao, a hora y media de Cali.

Informó que había dos personas secuestradas en una casa que gritaban pidiendo auxilio. Los uniformados encontraron allí el 24 de noviembre a siete personas privadas de su libertad, armas de fuego y dos motocicletas hurtadas.

Los siete, inicialmente, quedaron en poder de la Fiscalía, pero, cuando les leyeron los derechos del capturado, algunos manifestaron un comportamiento extraño: uno de ellos, un hombre moreno, corpulento, tomó la palabra y habló más de lo normal. Los demás repitieron al pie de la letra. Afirmó que sujetos armados los tenían retenidos a todos en contra de su voluntad.

Una indígena del pueblo llegó hasta la Policía y dijo que buscaba hablar con uno de los siete capturados. Quería preguntar por su hijo. Con rostro de angustia, mostró a las autoridades los reportes que hizo del joven como desaparecido.

Giovanny Ayala junto a su hijo, después de que fuera rescatado por el Gaula. | Foto: GUILLERMO TORRES

Un policía hizo el favor y preguntó al capturado por la suerte del menor de edad, pero agachó la cabeza y se le escurrieron las lágrimas. “No me pregunte nada, me van a hacer matar”, respondió. Al final, confesó lo impensable: el menor había sido asesinado. Lo mataron de un balazo en la cabeza porque se opuso a permanecer encerrado en contra de su voluntad. El 22 de noviembre lo acribilló uno de los captores frente a las demás personas que estaban retenidas. Obligados, abrieron una fosa común dentro de la casa para sepultarlo.

La macabra escena del asesinato quedó grabada en el teléfono celular de uno de los capturados. También cuando abrieron el hueco y lo sepultaron. En el sitio exacto, la madre junto con otros integrantes de su cabildo indígena desenterraron el cuerpo. La escena fue desgarradora.

La operación dejó a tres personas capturadas, señaladas como disidentes del frente Jaime Martínez de las Farc, y las cuatro víctimas, que quedaron en libertad. Al parecer, eran delincuentes castigados por la guerrilla a causa de sus andanzas.