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| Foto: REVISTA SEMANA

HISTORIA

“Los colombianos nos levantamos diciendo que el país es lo peor y nos acostamos pensando que es la berraquera”

En su reciente libro “La nación sentida”, Herbert Braun historiador colombiano y profesor de la Universidad de Virginia, explica la personalidad de los colombianos durante la Violencia bipartidista de mitad del siglo XX.

Jorge Cote*
21 de julio de 2018

Desde su famoso libro Mataron a Gaitán, de 1987, el historiador colombiano de origen alemán, no había vuelto a publicar alguna investigación relacionada con la Violencia y el asesinato del líder liberal. 30 años después, retoma el tema, con La Nación Sentida, un libro en el que de una manera poco ortodoxa para los historiadores, recrea la época y la personalidad de los colombianos y sus reacciones y comportamientos frente a la violencia bipartidista.

SEMANA: Después de publicar Mataron a Gaitán ¿Por qué se demoró tanto en escribir un libro que se podría decir es la segunda parte de la historia? Herbert Braun: Pues cuando escribí Mataron a Gaitán, tenía apenas 30 años de edad y me pateé el estudio de todo lo que había ocurrido hasta el 9 de abril. Intenté ir más allá, pero no tenía la habilidad mental, la inteligencia, la fuerza, para tratar de ver mejor algunas de las repercusiones de ese 9 de abril. Ese es un tema muy difícil, que se presta a muchos equívocos. Las pasiones que generó Gaitán en su época son tan fuertes que incluso los historiadores pueden quedar atrapados en esos sentimientos al estudiarlo. Y yo no quería hacer eso, sin embargo en estos años me dediqué a lo que yo llamo leer en colombiano.

SEMANA: ¿Qué significa leer en colombiano? H.B.: Leer en colombiano es una belleza, es algo muy lindo. Por ejemplo, de las cosas más hermosas de esa época es la Revista Semana, que no es la misma de ustedes, y que yo la leía y leía, más que todo para divertirme. En esas lecturas uno encuentra unos personajes tan espectaculares como Efraín Forero, el ciclista zipaquireño, el Zipa, que aparece en un artículo tan bien escrito, con tantos detalles. Es tan buena la narración que el que lo lea se siente en Zipaquirá al lado del periodista que hace la nota. Y eso es lo que he querido hacer con mi libro: utilizar más palabras de ese tiempo que las mías, para que el lector que se meta en esa época lejana sienta al país… que lo sienta casi como si estuviera ahí. Eso es leer en colombiano, es humanizar un poco el pasado.

SEMANA: Pero esa esa es una apuesta riesgosa a la hora de escribir un libro… H.B.: Sí, es riesgosa especialmente para un historiador profesional como yo. Afortunadamente ya estoy en las postrimerías de mi carrera y me puedo dar ciertos riesgos y lujos. Yo creo que este libro es una mescolanza. En Colombia tenemos mucha historia novelada, muchísima sobre el 9 de abril, por ejemplo. Entonces en ese balance, en esa mescolanza yo he tratado de darle muchísima más fuerza a la historia que a la ficción y a la imaginación. También me arriesgué a no escribir un libro netamente cronológico. El lector podrá empezarlo a leer desde donde quiera y como quiera ya que en muchas ocasiones vuelvo a los mismos sitios y a las mismas palabras. Y lo he hecho, para que el lector no se sienta en una jaula sino que realmente tenga la oportunidad de sentir la época y a sus personajes.

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SEMANA: ¿Por qué esa insistencia en mostrar las fuentes de la época y dejar a un lado su interpretación, como lo hacen normalmente los historiadores? H.B.: El libro más que todo trata sobre las palabras que utilizan los colombianos. La manera en que se comunicaban, el tono, el tacto… Las palabras reflejan un modo de ser, unos tratos sociales…Yo me fui en busca de personas que su lenguaje representara una época. Para mí el personaje principal es un telegrafista de Roldanillo que viene a Bogotá y pide su pensión. En ese viaje es entrevistado por la Revista Semana y dice unas cosas impresionantes. Yo le ofrezco al lector lo que sabemos histórica y empíricamente de él, pero al mismo tiempo escribo al final algo sobre cómo yo me imagino que sería su regreso a Roldanillo después de reclamar la pensión. Con este patrón escogí el resto de los personajes

SEMANA: En los que hay igual número de conservadores y liberales… H.B.: Esa era la idea. Porque una de las conclusiones a las que llegué al terminar Mataron a Gaitán es que en la historiografía del siglo XX colombiana, los conservadores casi no existen. Y si aparecen, en el mayor de los casos se les clasifica en un papel de malos, lo cual es una simplicidad total.

SEMANA: ¿Qué conservadores escogió? H.B.: A Monseñor Miguel Ángel Builes, obispo en Santa Rosa de Osos. Él es uno de los hombres más controvertidos de esa época: odiado por unos y querido por otros. Entonces en el libro intento darle más espacio para que hable, y por supuesto a sus críticos para que el lector conozca al Monseñor. Volvemos al principio yo quiero que lo importante en este libro sea lo que dicen los actores históricos y no yo.

SEMANA: En ese sentido ¿Qué piensa de Laureano Gómez? H.B.: Que la memoria popular ha sido más injusta con él que la historiografía. Los libros sobre Laureano Gómez virtualmente no existen. Nosotros no conocemos a Laureano Gómez y en este libro lo vamos a conocer un poco más, pero va a seguir siendo enigmático. Nosotros no sabemos hasta a qué punto la ideología lo dominaba y hasta a qué punto su personalidad lo dominaba. Como este libro es sobre los colombianos, entonces yo enfatizo más en la personalidad de Laureano para poderlo entender, en su carácter intempestivo, infatigable, lleno de odio y de revanchas y convencido de que el país se iba a destruir.

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SEMANA: ¿Por qué el 9 de abril sale reiteradamente en el discurso político y pareciera una herida que no se ha cerrado? H.B.: Eso no es del todo cierto y le sorprenderá la respuesta. Algunos años después de que yo escribiera Mataron a Gaitán, cuando llegaba el 9 de abril yo cerraba la puerta de mi casa y las ventanas, no quería revivir o volver a pensar en ese evento y eso tenía la siguiente razón: cuando hay un evento tan traumático, la tendencia de nosotros es acordarnos más con cada año que pasa, y cuando hacemos eso dejamos a un lado el contexto. Empezamos a hablar año tras año de unos eventos, de unos momentos, en este caso de un asesinato, sin conocer o entender el resto de la historia y terminamos por trivializar el hecho. Hoy en día no hay memoria histórica sobre el 9 de abril, lo hemos banalizado.

SEMANA: ¿Cómo así que el 9 de abril no existe en el imaginario colombiano? H.B.: Esa es la segunda parte de la respuesta. La mayoría de los colombianos no saben nada sobre este hecho ni mucho menos de Gaitán. No conocen al líder liberal, no han leído nada. Estamos ante una nueva generación que están pensando en el futuro, que no se interesan en el pasado porque les parece una porquería. Y los pocos que recuerdan ese hecho y al líder liberal, lo hacen de manera trivial. En ese sentido, por ejemplo me sorprende que el señor Petro conozca tan poco de Gaitán.

SEMANA: ¿No teme que al sacar a la luz a estos personajes controversiales y al dar estas opiniones lo tilden de ser un historiador de derecha? H.B.: El lector hace lo que hace el lector, que sacar sus opiniones. El historiador no puede determinar eso, o no debe. Él debe dar suficiente cabida en sus páginas a muchas diferentes personas, y tiene que ser capaz de alejarse un poco del texto. Si a mí me critican de conservador, sería bueno porque posiblemente personas que se consideren de esa ideología querrán leer el libro y aprender algo. Ese ejercicio de inclusión debemos hacerlo en historia para abrir el campo, ir más allá de esa polarización que ha existido siempre en este país, hoy en día distinta que en los años 40.

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SEMANA: ¿Esa forma de ver la historia colombiana no se deberá a que usted tomó una distancia sentimental y espacial de Colombia? H.B.: No creo que sea así. Yo quisiera decir que soy colombiano con partes extranjeras, no al revés. Escribo sobre Colombia porque la tengo por dentro, he escrito sobre México y me aburro, porque no está la conexión emocional. El hecho de que yo sea de aquí pero al mismo tiempo sea alemán y me criara afuera, permitió que obtuviera un marco comparativo, una visión un poco más amplia. Como escribo en la cuarta página del libro, Colombia no ha pasado por cosas espantosas como el holocausto, el dominio de Stalin o Mao, o vivir la Segunda Guerra Mundial. Eso no significa que el país sea un paraíso y que no haya tenido tragedias. Los colombianos también han sufrido, y los años de los que hablo en el libro son una muestra, pero en Colombia tenemos la idea de que somos lo peor de lo peor. Pensamiento que se atenúa de vez en cuando con algún triunfo. Un colombiano puede un levantarse y decir “somos lo peor de lo peor”, y en la noche decir “somos la berraquera más grande”, después de que la selección gana un partido de fútbol. Yo creo hay que ver las dos caras sin darle una preminencia a alguna de ellas. Desde pequeño me ha impresionado la manera cómo los colombianos piensan tan negativamente. SEMANA:¿Por qué estamos tan propensos a pensar negativamente de nuestro país? H.B.: La respuesta que tengo yo, es porque lo quieren tanto que no llega a ser lo que ellos quisieran que fuera, el amor a este país es una cosa impresionante.

*Historiador y periodista de SEMANA