Documental
Luis Ara presenta ‘La causa justa’ una mirada honesta sobre el estigma del VIH
En el Día Mundial del Sida destacamos esta película, que desde un diálogo entre memoria, salud y cultura se propone influir en cómo se entienden el autocuidado, el acceso a servicios médicos, la responsabilidad colectiva y el derecho a vivir sin cargas infundadas de vergüenza.
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En la historia médica reciente no ha existido una enfermedad tan poco comprendida y más cargada de estigmas que el VIH. Los primeros casos que hoy reconocemos como sida fueron descritos en 1981 en Estados Unidos y en 1983 los virus que causan la enfermedad fueron aislados por laboratorios en Francia y Estados Unidos. Sin embargo, el virus apareció mucho antes de los convulsos ochenta, era de libertinaje y transgresión, antecediéndose al diagnóstico de íconos culturales como Freddie Mercury o Keith Haring cerca de treinta años. Así las cosas, investigaciones retrospectivas sitúan el origen zoonótico del VIH mucho antes de su identificación clínica, con raíces en África occidental a mediados del siglo XX.
En América Latina, la presencia del VIH se registró desde los primeros años de la epidemia mundial. Con el paso de las décadas la región acumuló millones de personas que conviven con el virus. Actualmente se estima que en la región de América Latina y el Caribe viven alrededor de 2,7 millones de personas con VIH, mientras que en el conjunto de las Américas la cifra se acerca a 4 millones, según ONUSIDA. Estas cifras muestran además dinámicas preocupantes: en los últimos años los nuevos contagios en varios países de la región han aumentado después de décadas de cierta estabilidad o descenso, convirtiendo a América Latina en una de las tres regiones que tuvo un crecimiento (13 por ciento) en el índice de contagios en el período comprendido entre 2010 y 2024, conforme cifras de la misma organización.
Colombia conforma este mapa regional con estimaciones que sitúan en torno a 230.000 el número de personas viviendo con VIH según datos de ONUSIDA, aunque las estadísticas de notificación y vigilancia nacional indican brechas importantes entre casos estimados, diagnosticados y reportados, lo que sugiere que una proporción relevante de la población con VIH desconoce su condición y por tanto queda fuera de la atención y la prevención efectivas, permitiendo que el silencioso espectro de la enfermedad pueda circular de manera libre entre el cuerpo social.

En este contexto, VIH: La causa justa, el más reciente esfuerzo fílmico del documentalista uruguayo Luis Ara, reconocido por trabajos como Higuita o Por siempre, Chape, abre con una pregunta que atraviesa la historia reciente de América Latina: cómo una enfermedad que empezó a aparecer en los registros médicos a comienzos de los ochenta se volvió a la vez tragedia pública y, con el tiempo, tema de políticas sanitarias, activismo y representación cultural. Con el apoyo de GSK, la película presenta una nueva mirada frente a esta problemática. “Creo que el principal objetivo que nos planteamos, más que educar o decir esto es lo que hay que hacer o no hacer, me parece que hay un mensaje muy lindo sobre el tema de la estigmatización que nos invita a reflexionar sobre lo que es el estigma en general”, explica el realizador sobre la falta de comprensión en torno a la enfermedad.

En sus inicios, el VIH estuvo rodeado de pánico moral y estigmatización intensa dirigida a hombres gay, trabajadoras sexuales y usuarios de drogas inyectables; ese contexto influyó en políticas represivas y exclusiones sanitarias, en rechazo y violencia hacia los portadores de lo que en su primer momento sexista fue tildado de “cáncer gay” o “cáncer rosa”. El acceso a tratamientos antirretrovirales a partir de los noventa y su expansión en las dos primeras décadas del siglo XXI convirtió al VIH en una condición crónica manejable para muchas personas. Mensajes científicos como “indetectable es intransmisible” y herramientas preventivas como PrEP reconfiguraron estrategias clínicas y públicas. Conforme una sociedad conservadora empieza a abrir su mente frente a nuevas realidades, la aparición de la película de ARA, con apoyo de GSK, se convierte en un nuevo puente para continuar con una conversación necesaria a la luz de las conversaciones recientes en torno a la política de género, la no discriminación o el body positivity.
La película de Luis Ara se inserta en ese tránsito y dialoga con una historia en la que confluyen ciencia, activismo, salud pública y memoria social. Esta introducción propone leer VIH: La causa justa dentro de ese trayecto amplio que explica por qué la representación del VIH en el cine latinoamericano continúa siendo urgente. “A mí me tocó vivir ese período de adolescente en el que obviamente empiezo a crecer y empiezo a tener contacto con lo que es la vida sexual y obviamente estaba muy presente eso”, recuerda sobre su adolescencia entre las décadas de los ochenta y los noventa. “Como soy una persona que se hace muchas preguntas, durante mucho tiempo empecé a preguntarme qué pasó con esa enfermedad. ¿Por qué dejó de hablarse de ella? Cuando surgió la posibilidad de hacer esta película dije: ‘me parece una oportunidad increíble de volver a traer el tema para que se entienda de dónde surgió esto, cómo surgió y también los riesgos y desafíos que enfrenta la humanidad y la sociedad hoy día en términos de que son las enfermedades de transmisión sexual”
En VIH: La causa justa, Ara recoge los testimonios de varios pacientes en el territorio suramericano para destacar la pluralidad de formas de contagio que puede haber de este virus, desestigmatizando a sus portadores, quienes no siempre contrajeron la enfermedad por la vía sexual. Así, por ejemplo, aparece la hija de un matrimonio que resultó contagiada verticalmente, debido probablemente al hecho de la adicción del padre, quien probablemente compartió agujas durante algún momento de consumo. El otro lado de la misma moneda presenta a una madre portadora que no llegó a transmitirle el virus a su hija, hoy adulta. Hay historias de hombres y mujeres, mayores y apenas atravesando el umbral de la adultez. Son historias de cuerpos que resisten, que ven en la posibilidad de su diagnóstico el milagro médico que los mantiene con vida.
Persisten estigmas, desigualdades en el acceso a servicios y aumentos recientes de infección en poblaciones clave, lo que evidencia que el avance médico no ha borrado la dimensión social del problema, por lo que el problema también se convierte en un asunto cultural y de educación. “La mejor manera de ser libres es estar educados. Es entender cuáles son los riesgos, es saber también cómo actuar. Una de las maneras más eficientes y efectivas que hay de frenar definitivamente el VIH sería que todo el mundo se haga una prueba, porque, en la medida en la que las personas testeadas se mediquen, dejan de transmitirlo. Tan simple como eso. Parece absurdo, ¿no?”, añade Ara sobre la necesidad de estigmatizar el autocuidado que implica acceder a este tipo de servicios. Es diciente, en este contexto, que al paciente colombiano que aparece en la película le fueron negadas una y otra vez estas pruebas por parte del servicio médico, porque no parecía homosexual, lo que conllevó a implicaciones de salud graves luego de que por fin pudo iniciar su tratamiento.
El camino que recorre VIH: La causa justa confirma que el arte sigue siendo un territorio privilegiado para comprender aquello que la información técnica, por sí sola, no alcanza a transmitir. Las cifras hablan de millones de personas viviendo con el virus, pero solo cuando sus experiencias se vuelven relato es posible advertir la profundidad emocional, social y cultural de esta presencia cotidiana en el continente. La película de Ara logra convertir la estadística en un espejo humano que permite reconocer cómo opera el estigma, cómo se sostiene y cómo puede desmontarse cuando la mirada se desplaza hacia quienes han vivido de cerca la enfermedad.

En un momento en el que buena parte de América Latina enfrenta retrocesos en salud pública, desigualdades en el acceso a diagnóstico y una persistente desinformación sobre el VIH, una obra como esta adquiere un valor urgente. El cine funciona aquí como herramienta de aprendizaje porque sensibiliza sin recurrir a pedagogías rígidas: acompaña, abre preguntas, confronta prejuicios y ofrece un espacio para reelaborar aquello que durante años se silenció por miedo o vergüenza. Su circulación es necesaria porque acerca al público general a realidades que siguen siendo invisibles fuera del ámbito clínico y porque invita a pensar la enfermedad desde la dignidad de quienes conviven con ella, sin dramatizaciones ni discursos paternalistas.
El impacto potencial de La causa justa en la sociedad latinoamericana está en su capacidad para volver tangible lo que suele perderse en el ruido del debate público. La película propone un diálogo entre memoria, salud y cultura que puede influir en la manera en que entendemos el autocuidado, el acceso a servicios médicos, la responsabilidad colectiva y el derecho a vivir sin cargas infundadas de vergüenza. Cada testimonio filmado opera como una oportunidad para revisar lo que se ha dicho sobre el VIH en la región y para imaginar relaciones menos marcadas por la sospecha y la exclusión. En esa invitación a mirar de frente la enfermedad y a quienes la viven se cifra la fuerza social de la obra: un recordatorio de que la conversación sobre el VIH no terminó con los avances médicos de los noventa y que el arte, al volver a poner estas historias en movimiento, puede contribuir a transformar de manera duradera la percepción social del virus en América Latina.
*El documental está disponible para el público en la página web Juntos para cuidarte, una iniciativa para socializar gratuitamente el mensaje.



