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El huésped de la vida

El maestro George Steiner, considerado uno de los últimos humanistas, conversa largamente con la periodista Laure Adler.

Luis Fernando Afanador
15 de abril de 2017

George Steiner

Un largo sábado

Siruela, 2016

144 páginas

George Steiner es un erudito con resonancia mediática. Habla y escribe sobre temas intelectuales y complejos –gramática de la creación, traducción, estética, ciencia, cultura y barbarie– y, sin embargo, encanta a los periodistas y a los auditorios. Por la claridad de su pensamiento y por la pasión que transmite. Es un hombre de convicciones, o mejor, de obsesiones, pero sin dogmatismos: está listo a renunciar a ellas, a dejarse convencer por un argumento inteligente. Y parece siempre dispuesto a asombrarse: “La búsqueda en sí misma constituye la sal de la vida”. Un maestro de verdad.

Seduce la forma sincera en que minimiza el trabajo del crítico –¡y él es uno de los mejores críticos actuales!– frente al del creador: lo considera una labor secundaria, modesta, derivativa, que, no obstante, asume con orgullo. Se ve a sí mismo como ‘un cartero’ encargado de llevar grandes obras y grandes autores a las personas indicadas. Alguna vez escribió poesía y una novela sobre el poder, pero –así lo cree él– le faltó el arresto, la inocencia y la sencillez necesarias para haber llegado a ser un verdadero creador. Es que, valga la aclaración, su rasero es bastante alto: Shakespeare, Sófocles, Tolstói, Dostoievski, Paul Celan. Por cierto, Errata se titula su autobiografía, un fracaso que sin lugar a dudas vale la pena leer.

Un largo sábado recoge una extensa entrevista que durante dos años le concedió Steiner a la periodista francesa Laure Adler. Un repaso minucioso de su quehacer intelectual y también de algunos episodios reveladores de su vida. Como siempre, es un placer oír (leer) a este brillante profesor de Cambridge, al cual, como dijera el filósofo de la antigüedad, nada de lo humano le es ajeno: la cuestión judía, el Holocausto, el misterio del lenguaje, el multilingüismo, la extraterritorialidad, la música, la pintura, el ajedrez, la literatura clásica, la enseñanza, el fin de la lectura, la decadencia de Europa y el futuro incierto de la humanidad. De ahí el título del libro, con resonancias bíblicas: el viernes murió Cristo y el sábado, antes del Domingo de Resurrección y de esperanza, “se cierne la noche sobre la Tierra”.

La ética, la concordancia entre lo que se piensa y lo que se vive, la inhumanidad de los artistas es otra de sus obsesiones. A lo largo de la entrevista y pese a su admiración, no se priva de echarle puyas a Hannah Arendt y a Sartre, por negarse a ver el totalitarismo de Stalin; a Heidegger, por su infamia con Husserl y sus devaneos con el nazismo; a Freud, por sus zalamerías con el duce, Benito Mussolini; a Platón, que se vende al tirano de Siracusa.

Los Steiner, judíos de Viena radicados en París, se salvaron del Holocausto gracias a una información en el momento preciso. Eso lo marcó a él doblemente: por la culpa de sobrevivir y porque lo vinculó de por vida al destino judío aunque sea ateo. Una relación problemática: desde la destrucción del Gran Templo de Jerusalén, los judíos no habían tenido el poder necesario para maltratar, torturar o expropiar a nadie. Por eso, se sentía orgulloso de pertenecer a un “pueblo que nunca ha humillado a otro”. Un orgullo difícil de mantener: ahora Israel, una nación armada hasta los dientes, se comporta como el resto de la humanidad ‘supuestamente normal’. “Me han quitado el título de nobleza que les atribuía”, dice. Lo judío también es para él un pacto con la vida, una inexplicable voluntad de perdurar que lo contagia y le derriba su pesimismo, como lo recuerda en esta historia del rabino al que le dicen que faltan diez días para que comience el diluvio: “¿Diez días? Hay tiempo de sobra para aprender a respirar debajo del agua”.

De Heidegger, uno de sus autores favoritos, aprendió que no somos más que huéspedes de la vida, invitados, “y un buen invitado, un invitado digno, deja su lugar en el que ha sido hospedado algo más limpio, algo más bonito, algo más interesante que como lo encontró. Y si tiene que marcharse, hace sus maletas y se va”.