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Virginia Gutiérrez (1922-1999) será la imagen imagen del próximo billete de 10.000 pesos porsu aporte y obra trascendía el contexto histórico de la época y, además, era pionera en su campo.

HOMENAJE

Virginia Gutiérrez: la revolucionaria de los 10.000 pesos

La antropóloga santandereana, de quienes muchos desconocen su invaluable aporte a las ciencias sociales y a la liberación femenina, será la imagen de uno de los nuevos billetes.

3 de octubre de 2015

Madres solteras de todos los sitios colombianos… Mujeres que viven el periódico abandono de su hombre o que lloran su muerte... Madres que conciben, gestan y paren en tugurios... Madres todas que ganan el pan, que lo multiplican en la boca de sus hijos hambreados... para vosotras, mi trabajo y mi fe sin límites”. Con estas palabras, la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda (1922-1999) dedica su libro más icónico: Familia y Cultura en Colombia. Gutiérrez defendió con fuerza a las madres cabeza de hogar, como una rebelde de los estereotipos de la mujer de su época; fue una estudiosa, una maestra, una esposa y una madre devota –de cuatro hijos–; y escribió algunos de los estudios más revolucionarios del siglo XX en el campo de las ciencias sociales. Y ahora será la imagen del billete de 10.000 pesos que empezará a circular en 2016.

Gutiérrez vivió sus primeros años en Socorro (Santander), en un hogar de hacendados en el que la vida transcurría cómoda y tranquila. En la adolescencia viajó a Bogotá a estudiar la secundaria y se entregó a la vida académica y a rebelarse contra el destino inevitable de la mujer por esos años: la maternidad y las labores del hogar. En 1940 –cinco años después de que una universidad colombiana aceptó a la primera mujer en sus aulas–, se inscribió en la carrera de Ciencias Sociales y Etnología. Luego se hizo maestra en Antropología Social y Médica y, años más tarde, doctora en Ciencias Sociales y Económicas en la Universidad Pedagógica Nacional.

Allí conoció al antropólogo Roberto Pineda Giraldo, quien sería su esposo y su compañero de trabajo más leal. “Una vez, yendo para un seminario en Medellín, Virginia nos dijo que se levantaba todos los días muy contenta de tener a su lado el brazo de Roberto. Estuvieron juntos mucho tiempo”, cuenta Yolanda Puyana, amiga de Gutiérrez, profesora de la Universidad Nacional y de la Escuela de Estudios de Género. “Ambos eran antropólogos muy reconocidos en los años cincuenta, y formaron una tertulia en su casa en la que compartían con personajes como Orlando Fals Borda, uno de los fundadores de la primera facultad de sociología de América Latina; Ernesto Guhl, uno de los creadores de la antropología moderna, y otros jóvenes que fueron los primeros científicos sociales de Colombia”, dice el sociólogo y profesor titular de la Universidad Nacional, Jaime Eduardo Jaramillo.

En 1956 se convirtió en profesora titular y honoraria de la Universidad Nacional, y empezó a escribir su mayor legado para las ciencias sociales. Gutiérrez inició una expedición por todos los rincones del país, junto a sus estudiantes, en busca de desmitificar que en Colombia existiera un solo modelo de familia –el que pregonaban los círculos más pacatos de la sociedad: la monogámica, patriarcal y católica, impuesta por los colonos españoles–.

“Hay una experiencia muy linda de un viaje que Virginia hizo a la Guajira con Roberto –cuenta la profesora Puyana–. Una wayúu le preguntó que cuántos chivos había pagado su esposo por ella y Virginia, sin entender muy bien, respondió que ninguno. Entonces la wayúu le dijo: ‘¡Ay! pobrecita, usted no vale nada’… Esas experiencias le permitieron entender que las familias tienen formas diferentes de organizarse, y valores distintos, en cada región”. Virginia Gutiérrez señaló, por ejemplo, que mientras en las zonas costeras el hombre era valorado por su capacidad para procrear, en Antioquia su virilidad estaba medida por su capacidad para proveer dinero al hogar sin importar cómo. “Ella habló sobre la búsqueda de dinero de los paisas a cualquier precio antes del fenómeno de Pablo Escobar”.

Habló también –en su libro El gamín, su albergue social y su familia– de la pobreza en el campo y de la migración a las ciudades, que estaban provocando la reproducción sin control de los habitantes de calle y de los pistoleros juveniles (que años más tarde degenerarían en el fenómeno del sicariato). Habló de la medicina tradicional indígena. Habló de la mujer y murió –a los 78 años, de un paro cardiaco– reivindicando “a las madres solteras de todos los sitios de Colombia”.