Especial abogados/ IA
Así está revolucionando la inteligencia artificial al derecho. ¿El fin de los abogados?
La profesión no se extingue: muta. Se debe repensar la propuesta de valor. Análisis de Pablo Márquez, abogado y catedrático.

¿Se acerca el fin de una profesión que parecía intocable? ¿O simplemente una redefinición de su fin o finalidad? Por décadas se creyó que ser abogado era garantía de estabilidad, prestigio y empleo seguro. Algunas figuras del mundo legal alentaron a muchos jóvenes a perseguir ese sueño. Pero, con la entrada de la inteligencia artificial generativa (IAG), esa aspiración se desvanece minuto a minuto.
Colombia se ha convertido en un laboratorio con una tormenta perfecta: el Registro Nacional de Abogados reporta (a la fecha) 444.925 profesionales vigentes, equivalentes a 780 abogados por cada cien mil habitantes. Para una profesión que tiene una sobreoferta crónica, aparece una tecnología que lo sustituye parcialmente.
Hace apenas unos meses, sugerir que un modelo de IAG pudiera responder una consulta jurídica compleja parecía ficción. Hoy, cualquier modelo de IA no solo lo hace, sino que, con la instrucción correcta (prompt), rápidamente y sin interrupción alguna produce un primer borrador. Y quizá por esto, según la American Bar Association, en los Estados Unidos, la adopción de IA en la profesión legal casi se triplicó: pasó de 11 por ciento en 2023 a 30 por ciento en 2024.

Lo inquietante es que muchas de estas tareas que se reemplazan con la IAG no son accesorias: son el corazón del trabajo diario de miles de abogados jóvenes. La IAG (aún) no reemplazará el trabajo de muchos juristas experimentados, pero sí ha empezado a devorar, silenciosamente, algunas de las funciones que justificaban los trabajos de abogados júnior.
El problema para la industria legal, entonces, ya no es solo tecnológico: es económico. La inteligencia artificial reduce el costo de producir textos jurídicos, con lo cual erosiona uno de los pilares históricos de la facturación: la hora trabajada. Según Thomson Reuters, la adopción de IA en las firmas de abogados en dólares podría ahorrar 266 millones de horas al año, traduciéndose en tiempo no facturado, lo que contraería los ingresos o crearía nuevo tiempo facturable por profesional al automatizar tareas rutinarias.
Producir un contrato, una tutela o un derecho de petición tomará minutos en vez de horas; en otros países, según un reporte de Evans, de Axion Law, las firmas podrían sostener e incrementar sus tarifas bajo la promesa de experiencia o mayor especialización. Es una paradoja: del 79 por ciento de las firmas que usan IA para mejorar su eficiencia, el 34 por ciento aumentó sus tarifas, pero solo un pequeño porcentaje trasladó esos “ahorros” a los clientes.
Pero tal vez la mayor oportunidad (y riesgo) del uso de la IAG no está en las firmas, sino en los despachos judiciales. La inteligencia artificial generativa es, sin duda, el impulso instrumental que la justicia colombiana necesita para dejar atrás su estancamiento histórico y reducir la mora judicial. No se trata de reemplazar jueces ni automatizar fallos complejos, sino de liberar a la Rama Judicial de tareas simples y repetitivas.
En Colombia, gracias a la Corte Constitucional y al Consejo Superior de la Judicatura, se han adoptado directrices pioneras para el uso de IA en la Rama Judicial, siendo probablemente el primer país en adoptar guías. Con todo, no deja de ser cierto aquello que identificó la Unesco: solo el 9 por ciento de los operadores judiciales han tenido entrenamiento en IA, pero el 44 por ciento de los entrevistados ya la utiliza.
En Colombia, según reciente estudio de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, más del 80 por ciento de los operadores judiciales que usan IAG acceden a versiones gratuitas, lo que genera algunas preocupaciones respecto de la confidencialidad de los expedientes y datos sensibles.

Según estimaciones del sector, tareas que antes requerían 25 horas hoy pueden ejecutarse en seis, liberando hasta 240 horas anuales por profesional. Esta presión obliga a los abogados a repensar su propuesta de valor: ya no bastará con entregar el documento correcto; el verdadero valor agregado vendrá de la experiencia, el análisis de escenarios y las estrategias, aunque el abogado redacte con el apoyo de un modelo de IAG.
Esta última industria –la del apoyo a los abogados con IAG– se estima que crecerá hasta alcanzar 3.900 millones de dólares al año, según Gemini.
Los más expuestos a la disrupción son los abogados recién egresados, esa cohorte que anualmente suma entre 18.000 y 22.000 nuevos profesionales en Colombia, según datos del Ministerio de Educación. Goldman Sachs advirtió hace poco del impacto en los abogados júnior, quienes se quedan sin tareas que justificaban su contratación inicial: hasta el 44 por ciento de las tareas legales actuales podrían automatizarse por IA.
Por esto, el impacto en Colombia es inmenso: si la base misma del “trabajo de entrada” desaparece, también desaparece la plataforma de lanzamiento para la carrera legal. Quizás estos egresados deberán dominar habilidades como la ciencia de datos, la economía, la ingeniería de prompts o el pensamiento crítico.

El abogado del futuro ya no se entrenará con formatos, sino con preguntas.
¿Es la IA el fin de los abogados? No. Pero el profesional que se distingue exclusivamente por escribir documentos verá rápidamente cómo la tecnología le arrebata su lugar. La inteligencia artificial no viene a destruir el Derecho, sino a obligarlo a evolucionar.
La profesión no se extingue: muta. Y mutará más rápido de lo que muchos se atreven a admitir. La pregunta no es si habrá abogados en diez años, sino qué tipo de abogado sobrevivirá. Todo apunta a que no será el que tan solo redacta, sino el que piensa más allá del memorial.