Opinión
Migrar para crecer
Dejar atrás lo conocido puede parecer un salto al vacío. Pero para quienes eligen migrar, el cambio puede ser la mejor escuela de crecimiento personal y profesional.

La vida está hecha de cambios. Algunos pequeños, otros que lo remueven todo. Mudarse de país —con todo lo que implica— es uno de esos giros profundos. Pero lejos de ser un obstáculo, la migración puede convertirse en una palanca de crecimiento y transformación. Lo sé porque lo estoy viviendo.
Tras años de estudios y trabajo en Europa, decidí iniciar una nueva etapa en Colombia, junto a mi hija y mi marido. Aterrizar en Bogotá no ha sido fácil, no se trata solo de aprender a moverme en una ciudad nueva: es adaptarme a una cultura distinta, a otra lógica laboral, a una lengua que, aunque hablo, no es la mía. Y, sin embargo, está siendo una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.
Cambiar de país te obliga a hacer una pausa, a mirarte desde fuera, a desaprender para volver a aprender. Y en ese proceso, si lo abrazas con mentalidad abierta, hay un crecimiento que ninguna zona de confort puede ofrecerte. Porque el cambio, aunque puede ser incómodo, devela caminos cuya existencia jamás habías imaginado.
Migrar mueve emociones profundas: la nostalgia por lo que se deja atrás, el miedo a lo desconocido, y al mismo tiempo, la emoción de empezar de nuevo. Todo eso es válido y necesario. Pero hay una brújula que no debe perderse: la confianza en quién eres, en tu capacidad de adaptarte y construir desde cero.
En el mundo profesional, esta capacidad de adaptación es hoy más valiosa que nunca. Ya no basta con acumular experiencia o conocimientos técnicos. La diferencia la marca quien puede reinventarse, liderar en la incertidumbre, aportar desde lo diverso. Y migrar es, en sí mismo, un entrenamiento intensivo en esa habilidad.
Durante estos primeros meses en Colombia he identificado tres claves que me han ayudado a convertir el cambio en oportunidad.
Primero, redefinir el cambio. Dejar de verlo como una amenaza y comenzar a verlo como una oportunidad de evolución. Es natural resistirse —los seres humanos buscamos estabilidad—, pero el éxito está en cambiar la mirada.
Segundo, cultivar una mentalidad de crecimiento. Afrontar los desafíos con curiosidad en lugar de miedo y ver los errores como parte esencial del aprendizaje. Esta actitud nos permite ser proactivos para adaptarnos y descubrir nuevas formas de hacer las cosas. Lo experimenté personalmente durante mi primer día en la oficina en Bogotá, donde me sorprendió gratamente la calidez con la que se inician las reuniones. Aquí el trabajo comienza con conversaciones personales que construyen relaciones. Entenderlo me permitió conectar y liderar desde otro lugar.
Tercero, tejer redes. Nada como rodearte de personas que hayan pasado por lo mismo, que puedan compartir su experiencia; tender una mano, ofrecer una nueva perspectiva. Migrar no se hace en soledad.
Hoy, lo que más valoro de este nuevo comienzo es cómo me ha ampliado la mirada. Estoy aprendiendo de una cultura que me acoge, integrando nuevas formas de pensar, trabajando desde otra lógica. Y eso, más que una dificultad, es una ventaja.
Migrar no es solo un cambio de geografía. Es una oportunidad para reinventarte, para crecer, para vivir nuevas versiones de ti mismo. Lo importante es no temerle al cambio. Porque el cambio no nos define, pero nuestra actitud frente a él, sí. Y crecer siempre vale la pena.
Maguie Cangueiro, gerente general de la unidad de Vacunas en Sanofi para la Región COPAC