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Después de los dolorosos hechos del fin de semana, miles de ciudadanos se han reunido para realizar un duelo colectivo tanto en El Paso como en Dayton. | Foto: AP

ESTADOS UNIDOS

El enemigo interno de Estados Unidos

Las tragedias de El Paso y Dayton demostraron que las cifras del terrorismo doméstico ya superaron las del yihadista. Todo bajo los ojos indiferentes de Trump.

11 de agosto de 2019

El fin de semana pasado, Estados Unidos vivió uno de sus días más violentos en años recientes. Aunque los tiroteos aparecen con cada vez más frecuencia en las primeras páginas de los diarios, lo que ocurrió en El Paso, Texas, y Dayton, Ohio, conmocionó a los estadounidenses y a gran parte del mundo: 32 asesinatos en menos de 13 horas. Sumada al alto número de víctimas mortales, esta tragedia tiene un elemento que la diferencia de las anteriores: el perfil de los atacantes: jóvenes estadounidenses, equipados con armas de asalto, que han simpatizado con el supremacismo blanco en ese país. Para los expertos, lo que sucedió el fin de semana pasado solo tiene un nombre: terrorismo doméstico. O sea que ahora no hay que buscar a los enemigos entre focos fundamentalistas islámicos en remotos pueblos de Afganistán o Pakistán, sino entre los partidarios del propio presidente de Estados Unidos, y en cualquier barrio de clase media de esa nación. Esta circunstancia ha cambiado el foco del debate. Por más de 20 años, este giró exclusivamente alrededor de la facilidad con que los norteamericanos compran armas. Al día de hoy, la mayoría de los demócratas pide ejercer más controles y requisitos, sobre todo respecto a los rifles de asalto. Por el lado republicano, los congresistas defienden la segunda enmienda (que considera un derecho el que los ciudadanos porten armas para su seguridad personal) y los millonarios recursos que organizaciones como la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) invierten para hacer lobby en Washington. No en vano, la NRA apoyó activamente la campaña presidencial de Donald Trump. Coincidencia o no, el mandatario no tocó el tema de las armas en los recientes discursos que ha dado al respecto. En vez de eso, prefirió echarles la culpa a “las enfermedades mentales” y a los “videojuegos”.

Patrick Crusius, de 21 años, asesinó a 22 personas en un Walmart de la ciudad texana con un rifle Kalashnikov semiautomático. Por su lado, Connor Betts, de 24 años, mató a nueve personas en la zona rosa de Dayton con un fusil AR modificado, equipado con un tambor capaz de alojar 100 balas. Sin lugar a dudas, que dos jóvenes estadounidenses puedan comprar sin mayores dificultades este tipo de armamento plantea de nuevo preguntas acerca de las armas de asalto, diseñadas específicamente para hacer el mayor daño posible.

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Patrick Crusius, autor de la masacre de El Paso.

Sin embargo, en esta oportunidad la discusión ha girado con más fuerza en torno a la relación de las masacres con el supremacismo blanco. Esta ideología cada vez gana más adeptos y promueve el uso de la violencia y los discursos de odio sin importar sus consecuencias. Hay que tomar por separado los casos de los dos atacantes. Según las autoridades, en el crimen cometido en Dayton todavía no hay claridad sobre qué pudo llevar a Betts a cometer una masacre de esa magnitud. Aun así, varias personas cercanas a él en Ohio aseguraron haberlo escuchado hablar de ideas racistas o extremistas en más de una oportunidad.

Connor Betts asesinó a nueve personas en Dayton.

Por el contrario, el caso de El Paso no deja lugar a dudas de su relación con el supremacismo blanco. Antes de comenzar la matanza en el Walmart, Crusius publicó en 8chan, un portal web usado por miles de extremistas blancos en el mundo (ver recuadro), un manifiesto en el que asegura que Estados Unidos está sufriendo una “invasión hispana”. Por esa razón, las autoridades piensan que Crusius manejó casi nueve horas desde la ciudad donde vivía en Texas, cerca de Dallas, para cometer la matanza de El Paso, una de las urbes fronterizas con México más grandes del país. El atacante asumió que en una metrópoli de frontera podría asesinar un mayor número de inmigrantes, tal como ocurrió: siete de las víctimas mortales eran mexicanas. Y lo que es peor, al comenzar a disparar, claramente dejó salir del lugar a los clientes anglosajones y apuntó específicamente a quienes le parecían mexicanos o de otro origen.

Si la Casa Blanca no refuerza la vigilancia de los supremacistas blancos, difícilmente podrá prevenir más masacres.

Como si eso fuera poco, pocos días después del tiroteo, la cadena CNN reveló que la mamá de Crusius llamó a la policía local de Allen, su pueblo, porque su hijo había comprado un rifle “tipo AK”. A diferencia de como probablemente habría ocurrido si Crusius fuera musulmán o extranjero, la policía local le afirmó a la madre que no podían hacer nada, ya que el joven era mayor de edad y estaba en su derecho de comprar un arma. Además, añadieron que si no había ninguna amenaza evidente en contra de alguien, tampoco podían intervenir. De todas maneras, la madre quedó preocupada, pues, en su opinión, su hijo no tenía “el conocimiento ni la madurez para manejar un arma de ese calibre”. ¿Por qué las autoridades no detectaron a tiempo las ideas violentas del atacante de El Paso? ¿Por qué no monitorean de cerca portales como 8chan? Estas y otras preguntas similares han rondado la mayoría de análisis y discusiones de esta semana.

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, las autoridades federales (como el FBI) han recibido millones de dólares para combatir e investigar las amenazas externas, sin importar si provienen de Afganistán, Pakistán, Irak o cualquier otro lugar. Las administraciones no han escatimado un solo dólar para combatir el terrorismo internacional y eso, en parte, ha hecho que los atentados yihadistas en Estados Unidos hayan disminuido con el tiempo. En cambio, el terrorismo doméstico ha tenido un aumento vertiginoso sin que haya una reacción oficial visible. Según la organización New America, desde 2002 y hasta la fecha, los 107 ataques perpetrados por norteamericanos en su propio país han superado los 104 de los yihadistas. El atentado más mortal de 2018 tuvo lugar en Parkland, Florida, y dejó 17 muertos. El responsable, conocido por usar frases como “poder blanco”, talló cruces gamadas, características del nazismo, en las balas que usó ese día. A pesar de eso, las autoridades no lo condenaron por terrorismo, tal como podría pasar con los atacantes de Dayton y El Paso, quienes ni siquiera estaban en el radar de la policía. ¿Por qué?

En primer lugar, el Gobierno no ha destinado grandes sumas de dinero para monitorear o prevenir el terrorismo doméstico. Como le dijo a SEMANA Kevin Borgeson, coautor del libro Cultura, historia e identidad de los Skinheads, “el Gobierno estadounidense gasta 175.000 millones de dólares al año para combatir el terrorismo internacional. Es muy importante invertir cifras similares para monitorear en la web a estos lobos solitarios supremacistas, y así parar la violencia que ha incrementado a lo largo de estos años. Hoy en día, ellos representan la mayor amenaza terrorista del país”. Si la Casa Blanca no decide reforzar la vigilancia en el ámbito federal de estos lobos solitarios, que se pueden radicalizar en apenas semanas, difícilmente podrá prevenir la ocurrencia de nuevas masacres.

Los supremacistas blancos están presentes en casi todos los estados del país, como en Virginia (derecha) o en Oregon (izquierda). 

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Por otro lado, el fenómeno permanece en un limbo legal, pues la ley solamente considera actos terroristas los ataques perpetrados por extranjeros o grupos extremistas fuera de Estados Unidos. A su vez, los mecanismos para prevenir estos crímenes, así como las eventuales penas que se puedan imputar, están detallados en el Acta Patriota, redactada y aprobada poco después de los ataques del 11 de septiembre.

Como le dijo al diario The New York Times Mary McCord, exfiscal especializada en seguridad nacional, esta situación representa un “enorme vacío” en la legislación norteamericana. McCord, al igual que congresistas demócratas como Dick Durbin, ha redactado borradores de ley para poder criminalizar el terrorismo doméstico. El proyecto haría ilegal acumular grandes cantidades de armas que podrían servir para un atentado terrorista. A pesar de los esfuerzos de McCord o Durbin, el Congreso actual no va a aprobar una iniciativa con esas características, sobre todo porque los republicanos controlan el Senado y han mostrado una férrea oposición a endurecer las medidas contra los grupos supremacistas. Los republicanos han conquistado millones de votos a partir de un duro discurso en oposición al terrorismo internacional, apoyados en el temor que despiertan grupos como Al Qaeda o Isis. Por eso, a la mayoría no le interesa usar la misma mano dura con los ciudadanos estadounidenses, así sean una mayor amenaza para el país en la actualidad.

Sin lugar a dudas, Donald Trump se ha aprovechado de ese discurso y lo ha reforzado cada vez que le conviene. Ante la gravedad de lo que ocurrió en El Paso y Dayton, por primera vez Trump tuvo que incluir entre las razones de la tragedia al supremacismo. En sus declaraciones del lunes, el presidente dijo que los culpables eran “el racismo, el fanatismo y el supremacismo blanco”. Sin embargo, y tal como pasó cuando un extremista arrolló a una manifestante antifascista en Charlottesville en 2017, el magnate criticó a los violentos, pero añadió que “todos los extremismos son malos; también los de izquierda”.

La crisis de violencia que vive Estados Unidos se relaciona con el discurso y el lenguaje del mandatario. Para muchos analistas y políticos, Trump ha mostrado públicamente su racismo: tanto en campaña, momento en que llamó a los inmigrantes mexicanos “asesinos y violadores”, como en la Casa Blanca, cuando hace pocas semanas le pidió a cuatro congresistas afros que “se devolvieran a sus países”.

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Así mismo, sus opositores no dejaron pasar la oportunidad para recordar un reciente episodio en Florida. En medio de un rally político en ese estado, Trump preguntó al público qué se debía hacer con los inmigrantes, y uno de los asistentes gritó “¡Dispararles!”, a lo que el mandatario respondió con una sonrisa complaciente. Aunque sería injusto culpar a Trump de todo acto de terrorismo doméstico que ocurra en Estados Unidos, resulta irresponsable y peligroso que sus palabras sigan estigmatizando a gran parte de la población del país. Hoy, cuando los mensajes se reproducen a toda velocidad en internet, el presidente de una nación tan diversa y multicultural debería cuidar mucho más sus palabras y sus gestos.Como dijo el exvicepresidente y precandidato Joe Biden, Trump no es el directo responsable de las tragedias de El Paso y Dayton, pero sus tuits y sus declaraciones racistas pueden “avivar las llamas del supremacismo blanco”. En vez de eso, las fuerzas políticas deberían alinearse para rechazar este tipo de violencia y condenar cualquier discurso que incite al odio, y que así lo que pasó en esos lugares no vuelva a ocurrir jamás. 

Donald Trump recibió abucheos cuando llegó a El Paso a ofrecer sus condolencias.

La olla podrida de internet

Extremistas del mundo se refugian en portales web para compartir sus ideas nacionalistas. 8chan es uno de los peores.

Fredrick Brennan, fundador de 8chan, pidió clausurar la página. 

Una de las últimas cosas que Patrick Crusius hizo antes de asesinar a 22 personas en El Paso fue publicar un manifiesto en el que justificaba sus acciones por combatir “la invasión hispana” que, según él, sufre su país. La página web en que lo hizo se llama 8chan: uno de los portales más utilizados por los supremacistas blancos del mundo.

Los violentos ya habían utilizado el sitio web para difundir sus ideas. Brenton Tarrant, autor de la masacre de Christchurch, en Nueva Zelanda, también divulgó un manifiesto antes de asesinar 51 personas en dos mezquitas en marzo. Fredrick Brennan, un programador informático que sufre de osteogénesis imperfecta, creó 8chan en 2013, poco tiempo después de que una página similar, 4chan, fuera cerrada. Brennan abrió el portal para que fuera un espacio de “libertad de expresión utópico”, en el que la gente pudiera compartir cualquier tipo de ideas. No solo hay contenidos violentos: los usuarios conversan sobre animé o videojuegos. Desde 2016, Jim Watkins dirige la página, y hasta el momento no se ha pronunciado sobre las masacres. En cambio, Brennan afirmó en una entrevista a The New York Times que “‘8chan’ se debería cerrar” cuanto antes. En Estados Unidos este tipo de plataformas están cobijadas bajo la primera enmienda y por eso la Corte Suprema no ha intervenido para cerrarlas. Sin embargo, pueden usarse en contra de los violentos. Como le dijo a SEMANA Kevin Borgeson, experto en supremacismo blanco, “si se dejan abiertas estas páginas web, las autoridades pueden monitorearlas y estar mucho más pendientes de eventos o acciones que estén planeando los violentos, y así detenerlos a tiempo”.