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Según los guerrilleros, unos años se celebra y otros no: depende de las condiciones de la guerra en cada región. | Foto: Ramón Campos Iriarte

CRÓNICA

Año nuevo en la guerrilla

El autor de esta crónica pasó las fiestas de fin de año en un campamento de la guerrilla. Este es su testimonio.

Ramón Campos Iriarte, periodista y documentalista
10 de enero de 2015

Es 31 de diciembre en uno de los infinitos pueblos del olvido que por siglos han estado perdidos en las selvas del suroeste colombiano. Aquí no hay carreteras ni caminos, solo ríos y canales. No hay energía, acueducto, puesto de salud, ni señales de progreso alguno. El reloj marca las doce del día y el calor es inclemente. Varias docenas de jóvenes comienzan a llegar en lanchas a las entradas del pueblo. Visten de civil y usan botas pantaneras. No Machitas sino Venuz, ecuatorianas, que tienen la “caña angosta”, fundamental para las caminatas entre el barro, según lo descubrió en su tiempo el M-19, vanguardia en “moda revolucionaria”, que las importó en masa para la guerrillerada.

Son guerrilleros de las FARC-EP y ELN que vienen a hacer compras de Navidad. Las mujeres compran la pinta para la fiesta de fin de año: una camisa o unos tenis, un collar o un perfume, en las dos misceláneas del pueblo, con un surtido bien limitado de artículos chinos entre los cuales predomina el fucsia y el verde fosforescente. En el billar del parque central, los hombres toman un par de cervezas y hacen llamadas del único celular con antena que hay en la zona. Muchos se encuentran con la novia, la mamá o los hermanos y amigos. Pocos portan armas y no hay sensación de peligro.


Aunque lleva más de una década combatiendo en la selva, 'Arelis' le tiene más miedo a las culebras que a cualquier otra cosa. Foto: Ramón Campos Iriarte.

Unas horas más tarde los rebeldes se despiden de los locales, se agrupan, se montan en las lanchas —pangas, en el argot local— que los trajeron y se pierden en el rio. Los elenos van por un lado y los farianos por otro. Entre miembros de ambas organizaciones hay cordialidad: se toman del pelo, se despiden y se desean feliz año. Está oscureciendo y llegamos a un campamento improvisado entre un laberinto de canales que forman una red vial acuática entre la selva. Aquí es la fiesta de algunas unidades guerrilleras que operan en la zona.

Territorio, fumigaciones y expansión guerrillera

Simón, a quién conocimos un par de días atrás en una reunión para discutir el acceso a la zona, es uno de los cinco comandantes de las estructuras que integran el Frente de Guerra Occidental (FGO) del ELN. Es un tipo amable. Se le nota el origen urbano, pues habla como “nosotros”, los de la minoría educada colombiana. Nos sentamos a hablar y una guerrillera que llama “viejo” a Simón nos trae un tamal enorme y un plato de natilla (las guerrilleras con sazón pasaron la tarde cocinando para la fiesta). Simón cuenta que en esa región, “viejo” tiene una connotación de respeto jerárquico hacia los mayores.

“¿Cómo va la guerra, Simón?” —le pregunto. “La guerra va bien, hermano —contesta entre risas—, aunque eso suena feo, porque ninguna guerra va bien, nunca. Digo que va bien porque este año que hoy cerramos tiene un balance muy positivo para la organización, y en especial para el FGO”. Me explica que en el 2014 las fumigaciones del gobierno aumentaron y afectaron de manera directa a la población: la fumigación indiscriminada destruye los cultivos legales e ilegales de la gente, contamina los ríos y enferma a los niños. La falta de hospitales a donde ir, la ausencia de ayudas para compensar las pérdidas de los sembrados de maíz o piña quemados por el glifosato y el terror que causa la escolta artillada de las muy odiadas avionetas, son capitalizadas por la subversión, que goza de legitimidad y respaldo y aprovecha un flujo constante de reclutas voluntarios en la zona. “Los errores del gobierno se convierten en nuestras victorias”, dice Simón, quien asegura que los partes de guerra victoriosos son numerosos. El FGO ha vuelto a Risaralda y Caldas, y la tropa no sufre por acceso a alimentos ni elementos básicos para la vida en la selva.

En gran parte de la costa pacífica colombiana los niveles de pobreza son los más altos del país. De acuerdo con cifras oficiales, casi la mitad de la población del departamento del Chocó vive en condiciones de pobreza extrema, y cerca del 80 % no tiene acceso siquiera a agua potable.

La fiesta se anima. Fluye el aguardiente y la cerveza, y Arelis, la comandante de escuadra responsable de la celebración, revólver en el cinto, maneja el control remoto del equipo de sonido aceptando peticiones musicales especiales. Son cerca de las nueve de la noche. “Nos vamos a otra fiesta”, me dice Simón.

Año nuevo en la selva


Las guerrilleras se maquillan para la celebración de fin de año. Foto: Ramón Campos Iriarte.

Nos montamos otra vez en las pangas y no puedo evitar pensar que hacer “bar-hopping” con guerrilleros en la selva es lo más hipster que he hecho en la vida. Nos internamos aún más en la selva y navegamos bajo la luz de la luna que alumbra como un bombillo gigante. Alguien comenta en voz baja: “no le debería decir esto, pero parece que el primer comandante del FGO está allá donde vamos”. Nervios. Llegamos a algo que no dudaría en llamar “un pueblo guerrillero”: unas doscientas personas festejan en la plaza y ya no se distingue quién es insurgente y quién no. Allí viven los elenos y sus familias, con sus casas, sus hijos y sus abuelos. Hay fiesta de barrio, de puertas abiertas y equipos de sonido apuntando hacia fuera, como haciendo guerra de vatios. Estamos sentados con Simón y otra comandante en la sala de una casa cuando un guerrillero entra por la puerta de atrás, atraviesa el salón caminando rápido y cierra la puerta principal. Acto seguido, entra un pastor alemán, muy imponente, olfateando todo a su paso. No tengo tiempo de reaccionar, cuando de la oscuridad aparece una figura grande que pisa fuerte, con otros cuatro o cinco guerreros detrás: es alias ‘Sandino’, el número uno del FGO, y uno de los comandantes más importantes de la guerrilla en Colombia.

‘Sandino’ es amable y atento. Saluda a todos de abrazo, se sienta, se quita sus Venuz, y saca un par de pantuflas de una especie de lonchera camuflada en donde también carga un revólver compacto y un proveedor. Después de un rato, a eso de las once, nos movemos a la discoteca local. El comandante baila con su esposa entre la gente a son de salsa, merengue y corridos guerrilleros, acompañado de un flujo constante de medias de aguardiente y ron. En una pausa del bailoteo, le pregunto al comandante sobre su pastor alemán, que no deja de asombrarme, siempre a su lado sin pestañear. “Se llama Pola, por Policarpa Salavarrieta —me dice Sandino—, y es la amiga más fiel que uno puede tener. La noticia de lo que le sucedió a ‘Iván Ríos’ nos puso a pensar a todos los comandantes: ¿podemos confiar en nuestra gente más cercana? Pola duerme a mi lado, y durante la noche está pendiente de todo lo que se mueve alrededor del cambuche. Nadie se me mete a la carpa sin que yo me dé cuenta”. En medio de la conversación se oye una ráfaga de fusil y en el instante pienso en correr hacia alguno de los diez escondites que ya tengo más que planeados desde que llegó el comandante, y supuse que una bomba de 300 kg, de esas que el ejército les tira a los guerrilleros cuando duermen (o están de fiesta), podría aterrizar en mi cabeza en cualquier momento. Son las doce, y algún guerrillero borracho decidió echar bala. Feliz año, abrazo al comandante.


La comandancia decidió dar un periodo de 15 días a fin de año para que los guerrilleros se peinen como quieran y usen 'piercings' . Foto: Ramón Campos Iriarte.

La negociación
    
La fiesta sigue prendida y aprovecho para hablar de la negociación. Simón confiesa que el ELN sigue el proceso de La Habana muy de cerca, pero toman distancia del esquema planteado por las FARC y el Gobierno, pues sienten que el modelo económico del país permanece blindado frente a reformas estructurales y eso, para ellos, es un inamovible que le resta validez a la conversación. “Nosotros estamos dispuestos a conversar —dice Simón con interés—, y ver hasta qué punto llegamos. El error es pensar que lo que se está negociando es la dejación de armas, mientras queda intacta la desigualdad que hay en el país: el problema no son las armas, pues si nosotros las entregamos y no se resuelve la creciente inequidad que reina en Colombia, alguien más vendrá detrás y las volverá a tomar”. El anuncio no autorizado de la negociación con el ELN que hizo el presidente Santos en vísperas de las elecciones fue interpretado por el Comando Central como un irrespeto a las condiciones de secreto pactadas con el Gobierno. Con eso, la negociación arrancó con desconfianzas.

El buen momento por el que al parecer pasa el FGO también es un aliciente para mantenerse en su posición de no negociar una dejación de armas sin grandes compromisos de parte del presidente Santos: el tema de la defensa del territorio donde se han afianzado tiene gran peso pues, según los guerrilleros, un vacío de poder en estas tierras haría inminente un avance de los paramilitares que hoy se acuartelan en Buenaventura y mandan en buena parte del Occidente colombiano. “Si nosotros no nos mantenemos firmes en nuestra posición —mete la cucharada Martha, una comandante que nos acompaña—, y nos entregamos en una negociación que no cambie la estructura social del país, ¿de que valen 50 años de lucha? ¿De que valen todos nuestros muertos?”

Amanece y volvemos al campamento. El desenguayabe es con sancocho. Una a una, las unidades guerrilleras se rearman y vuelven a sus puestos en la selva. Nos despedimos de Simón, Arelis y el resto de guerrilleros. El 2014 acaba y comienza otro año de guerra en las selvas de Colombia.