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| Foto: Cristian Leguizamón / SEMANA

SOCIEDAD

El músico cubano de la calle que va a tocar para el papa

Fernando Fernández dejó atrás su carrera de medicina para descubrir su vocación de trompetista en Colombia. Es parte de la orquesta de jóvenes exhabitantes de calle o en riesgo de serlo que van a tocar para recibir al pontífice.

5 de septiembre de 2017

El primer día en que Fernando Fernández llegó a la escuela de música del Idiprón, llegó “todo extraterreste”, con miedo, como preocupado. Llevaba apenas unos meses en Colombia, menos de una semana en Bogotá y ya se había quedado sin dinero para vivir.

Había dejado atrás dos años de estudio de medicina en Cuba para probar suerte en el continente, pero las cosas no estaban saliendo como había previsto. “A veces me quedaba con un billete de 1.000 pesos y en el billete escribía: solo me quedas tu. Y a los 5 minutos se me acababa en una empanada porque tenía hambre”, recuerda ahora con una sonrisa.

Pero en ese momento, había apostado todas sus esperanzas en las clases de música que podrían abrirle las pruebas de un medio de subsistencia en su nuevo país.

Ese día realizó las pruebas de ritmo y de afinación necesarias a la evaluación y se acercó a los compañeros que ensayaban trompetas sin haber leído nunca una partitura en Colombia, mientras esperaba sus papeles.

Como vieron que tenía una boquilla y estaba muy atento, los chicos de la banda le prestaron una trompeta y el empezó a hacer lo mismo que ellos, simplemente a oído.

“Era muy gracioso porque todo el mundo, todos los chicos de la banda se miraron como diciendo: ¡Un cubano tocando así el himno de Colombia, de primera vez!”. “Ellos creen que uno por ser cubano tiene afinidad natural con la música y bueno…. puede ser que sí” cuenta, sin soltar nunca su trompeta.

Si algo caracteriza a Cuba, como le dicen todos en el patio de la sede del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y de la Juventud, situada en el barrio del Perdomo, es la alegría constante que plasma en su música y tratará de reproducir ante el papa Francisco el miércoles, durante la obra creada por exhabitantes de calle y jóvenes en situación de serlo que recibirá al pontífice en la Nunciatura.

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Como muchos niños de su barrio de las Tunas, en el oriente de la isla de Cuba, Fernando aprendió a tocar música en la Iglesia cristiana durante las misas gospels que tenían lugar los domingos por la mañana.

Aunque siempre tuvo el afán de ser músico y aprovechaba cualquier momento para treparse en la batería o el piano al finalizar los cultos, tuvo que producirse un extraordinario concurso de circunstancias para que pudiera finalmente cumplir su deseo a los 12 años.

“Recuerdo que un día llegué por la mañana y precisamente ese día faltaron los tres bateristas que había en la iglesia, no sé por qué. Como la gente sabía mi anhelo de tocar la batería, me dijeron: ¡pues hágalo! y yo no lo pensé, así no supiera, así solo marcara el tiempo me subí y allí supe que era lo que quería siempre”.

En una isla en la que los hijos de los músicos aprenden a tocar en la academia desde la primera infancia, Fernando aprovechó el espacio que quedó vacante en la iglesia para practicar su arte.

Hacia los 15 años, Fernando Fernández migró de un barrio pobre de las Tunas a una zona exclusiva de La Habana junto con su padre, un pastor evangélico que durante 12 años viajó constantemente a Colombia para ejercer su profesión del otro lado del mar Caribe.

Después de concluir su año en el ejército, inició estudios de fisioterapia y conoció turistas en el malecón que le dejaron la inquietud de viajar y la chispa por conocer el vasto mundo más allá de las fronteras de su isla.

Cuando su padre obtuvo la nacionalidad y se le heredaron algunos derechos migratorios, no lo pensó dos veces y decidió acompañarlo a Colombia, primero al llano y luego a la gran ciudad, a probar suerte por su propia cuenta.

“Pensaba que tal vez hubiera sido más fácil pero no fue así. Aquí el que no trabaja no come. Eso me chocó al principio, porque en Cuba uno no se muere de hambre, por la forma de ser del gobierno allá, subsidia los alimentos. Pero de todas formas, el que puede irse de la isla tampoco lo piensa mucha” reflexiona por un momento.

Aunque pasó penurias, en Bogotá pudo alojarse en casa de unos amigos de su papá, con una familia en la que la hija menor trabaja en el Idiprón. Ella fue quien lo llevó hasta la sede donde hizo su primer ensayo de trompeta con el himno de Colombia.

Cuando se le pregunta porque escogió la trompeta entre tantos instrumentos, Fernando Fernández responde sencillamente: “Nunca pensé que iba a estudiar trompeta, al principio lo veía como un juego y veía que los trompetistas cubanos se la gozaban en esos conciertos, que bailaban y hacían muchas músicas. Como Arturo Sandoval que es un hombre que ha hecho un punto en la historia de la trompeta, tiene 60 años y aún sigue haciendo música.”

Para su profesor de música, Marcos Galindo, Fernando tiene un talento natural para tocar ese instrumento. Hurgando en su memoria, recuerda una ocasión en la que la orquesta que dirige fue a tocar en el centro comercial Andino y en la que a Fernando se le olvidó llevar su partitura. Pero nadie se dio cuenta hasta después del incidente, porque pudo ajustarse a simple oído con sus compañeros sin tener que leer sus notas para estar en ritmo.

Pero más allá del arte, el Idiprón también le trajo amistades. En otra ocasión, un pelado del barrio quiso robarle su trompeta cuando regresaba a su casa y fue otro chico del Idiprón el que impidió el asalto.

“Dijo: él no es de acá, pero es como del barrio. ¡A él no porque es Cuba, es mi perrito, mi parcero, a ese no! Y eso fue súper chévere porque se hacen familia de uno así, sin interés, solo por cariño”, declama, como si nunca perdiera fe en la humanidad.

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Frente a la posibilidad de tocar ante el papa Francisco, uno podría pensar que Fernando Fernández tendría sentimientos encontrados, al ser de confesión evangélica, pero la visita del pontífice es un evento que parece rebasar sus convicciones religiosas.

“Yo me quiero meter en todo, mientras sea música. Soy evangélico, pero cuando se trata de música, yo vivo las cosas.  Tocar en frente del papa es hacerlo en frente  de un jefe de estado mundialmente conocido. Profesionalmente, para cualquier músico es un evento tocar en frente de alguien tan importante como el papa”.

“Entonces toca estar afinado. Como chico del Idiprón, nacido acá musicalmente, es mi deber ayudar con todo lo que tiene que ver con sacar la cara para el instituto, para que otros jóvenes vean que sí se puede, que nos da para soñar” explica finalmente ante los ojos orgullosos de Walter Barbosa. El primer profesor del instituto al que llamó para avisarle que había sido aceptado en la escuela musical de la ASAP, y que quizá podría así prolongar su estancia más allá de los tres años de residencia temporal con los que cuenta en este momento.