CONMEMORACIÓN
“A Manuel Gaona lo mata un guerrillero”: revelador testimonio de sobreviviente a la toma del Palacio de Justicia contradice a Gustavo Petro
El abogado Gabriel Salom fue uno de los rehenes del baño durante el holocausto. En un espacio de 20 metros, el M-19 mantuvo cautivos a 60 personas. Siete perdieron la vida.
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Gustavo Petro irrumpió a su manera atropellada en la dignidad y el respeto que debía existir en la conmemoración de los 40 años de la toma del Palacio de Justicia. Lo que sucedió el 6 y 7 de noviembre de 1985 ha sido llamado el “holocausto”.
Es la forma categórica e irrebatible de decir en una sola palabra que en esos dos días Colombia vivió un horror innombrable e imperdonable: la desaparición y pérdida de más de 110 vidas, consumidas por el fuego y los disparos, en las 28 horas más trágicas de la historia reciente. El presidente arremetió esta semana contra la memoria de uno de los símbolos de la tragedia: Manuel Gaona Cruz.
El magistrado de la Sala Constitucional de la Corte Suprema fue el autor de la tesis intermedia que impidió la declaratoria de inconstitucionalidad de la ley aprobatoria del tratado de extradición con los Estados Unidos y tenía la ponencia sobre ese tema, la decisión a la que muchos le atribuyen la toma y el sustento de las teorías de la mano de Pablo Escobar.
Pero, a su vez, recuerda su hijo Mauricio Gaona, también es la víctima más conocida del M-19 en esos hechos y su asesinato es el más probado dentro de los cometidos por este grupo. “Estamos observando un escenario de propaganda en contra de la memoria histórica”, le dijo Mauricio Gaona a SEMANA.

Cuarenta años después, el hijo del magistrado no es un protagonista azaroso. Se trata del jurista que desnudó la parafernalia jurídica equivocada sobre la cual Petro ha cimentado su constituyente. Había sido una de esas mentes brillantes fugadas del país por la violencia, pero se volvió nacionalmente conocido cuando le dio cátedra en vivo al entonces ministro de Justicia, Eduardo Montealegre. Ese día, Gaona explicó por qué ese afán del Gobierno de replantear la Constitución a los trancazos, destruyendo la separación de poderes, estaba íntimamente ligado al holocausto del Palacio de Justicia.
“Esos magistrados dieron la vida defendiendo ese orden constitucional que hoy el ministro y el presidente quieren cambiar”, aseguró. Esta semana, Gaona había dicho que con la asamblea constituyente, como la propone Petro, “no hay democracia, solo dictadura constitucional” y que “cuando un presidente quiere cambiar la Constitución porque no le permite hacer lo que desea, al que hay que cambiar es a él”.
Por todas esas razones, los trinos que escribió Gustavo Petro esta semana eran tan ofensivos. Fueron enviados como flechas envenenadas a pocos días de que el país recordara el horror que produjo el M-19, del que él formó parte, aunque hay que aclarar que para esa fecha estaba preso.
“El magistrado Gaona fue un verdadero liberal al que la cúpula del Ejército de ese entonces consideraba terrorista por haber tumbado la reforma constitucional de Turbay”, aseguró. Luego, dijo que el jurista había salido del baño donde estaba el comandante del M-19 Andrés Almarales “ya cercado”.
Y sobre su muerte aseguró sin rubor: “Recibieron disparos de quienes estaban al frente. Ningún magistrado de acuerdo con el examen forense que hizo la Justicia tiene disparos provenientes de las armas que eran del M-19, que tenían marcas diferentes a las de la fuerza pública, en sus cuerpos”.
Como suele ser usual en algunas de las declaraciones del presidente, fue difícil encontrar una verdad en este relato.

El cambio de la historia sobre lo que realmente sucedió con el magistrado Gaona no era una imprecisión, sino un insulto. Petro concluyó, contrario a todas las evidencias, que el Ejército había asesinado a Gaona por ser liberal y haberse opuesto al Gobierno de Turbay (el abuelo de Miguel Uribe, que él siguió mentando incluso en su agonía), bajo el cual se arreció la lucha contra la insurgencia.
La realidad es otra. El Informe final de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia, que publicó la Corte Suprema en los 25 años de la toma, presentó testimonios que demostraron que Gaona fue asesinado bajo las órdenes del mismo Almarales, sin piedad y mientras estaba en cuclillas con una bala disparada a tan solo 31 centímetros de la cabeza.
El informe y las evidencias recopiladas por la misma familia, publicadas en una página web, indican cómo el magistrado Gaona era desde el primer momento un objetivo del M-19. Dos magistrados, Hernando Tapias Rocha y Humberto Murcia, aseguraron que oyeron cuando los guerrilleros llegaron a la Sala Constitucional y al primero que llamaron fue a él.
Gaona, quien estaba en el cuarto piso, terminó en uno de los baños del Palacio, considerado como el “último lugar de la resistencia del M-19”. Mientras sucedía lo que el país conoce –el llamado no oído de Reyes Echandía a Belisario Betancur para el cese al fuego, la transmisión del partido de fútbol y la retoma del Ejército–, en el baño cualquier escena del infierno de Dante Alighieri parecía poco.
“Alrededor de 60 rehenes quedaron hacinados en un reducido espacio de 20 metros cuadrados, sometidos al ruido ensordecedor de los disparos de fusiles, granadas, bombas explosivas, disparos de tanques y rockets, el calor, la oscuridad, el hambre, la sed, la sensación de impotencia absoluta, la intensidad del fuego cruzado en el que algunos perdieron la vida y otros fueron heridos, la preocupación por sus seres queridos, la asfixia y la inminencia de la muerte”, sostiene el informe que calcula que estaban ahí también entre 10 y 13 guerrilleros, incluido Almarales.

En medio de este oprobio, el magistrado Gaona pedía que cesaran los disparos y recordaba a su hija de apenas meses de nacida. De esos 60 rehenes, siete murieron, entre ellos los magistrados Gaona y Horacio Montoya Gil. El relato de su deceso lo hizo de manera impactante el abogado Gabriel Salom, quien contó cómo la desesperación era total.
“La munición se les estaba acabando… los guerrilleros lloran de susto”, narró. Aseguró que Almarales les pidió que salieran y les dijo que “son mi última salvación” y que había “perdido su última carta”. Gaona se negó: “No me muevo de aquí”. “Gaona no se quiso mover más… Le dijo que nosotros no íbamos a ser carne de cañón, porque nos iban a sacar donde estaba el fuego cruzado… Entonces fue cuando dijeron: ‘Acaben con estos tal por cuales’”.
“Ahí empezó todo. Nos llevaban rodeados, nosotros estábamos sentados y ellos parados, las primeras balas fueron por la espalda… Lo principal para ellos era Manuel Gaona. Cuando empezaron a disparar contra nosotros, sentí un fuerte golpe en la espalda, que me botó hacia el rincón y enseguida pesadamente cayó sobre mi cabeza la de Manuel Gaona, quien manaba por la misma gran cantidad de sangre…
En esta posición, es decir, debajo de Manuel Gaona, permanecí yo creo que por espacio de una hora y pude advertir que Gaona estaba exangüe… Los que mataron en el baño fueron los guerrilleros, a Gaona lo mata un guerrillero intencionalmente”, concluyó Salom. El testimonio de Salom no es el único. El conductor Jorge Reina relató que al escuchar el grito de “¡Salgan!” se acomodó en la puerta del baño.
“En esas salió entonces el doctor Gaona, y le dijeron: ‘Usted, hágase allá por la orilla de la pared’. Él se hizo por la orilla de la pared y por detrás le disparó en la nuca. Enseguida yo me moví de ahí y me tiré por el piso, porque a los que iban saliendo los iban asesinando... Yo vi cuando ellos le dispararon a Gaona Cruz y lo mataron”. Dos magistrados sobrevivientes respaldan esas narraciones.
Tapias Rocha (quien falleció el año pasado) aseguró: “Manuel Gaona salió por aquí y aquí le dispararon”, señalando el mapa del hall del baño. El magistrado Humberto Murcia Ballén agregó que ninguna de esas víctimas era del Ejército porque “hasta ese momento no había entrado allí”.
Relató que él escuchó cuando Almarales dijo: “Salgan los magistrados del baño, Gaona, Salom, y arrodíllense” […] tal vez yo no vi cómo lo mataron, pero después de eso lo vi con el cráneo impresionante”. La Comisión aseveró que todos esos testimonios concuerdan con lo que se constató en la necropsia del cuerpo del magistrado Gaona y que las balas en ese momento “no pudieron provenir de las armas oficiales, sino de las de los guerrilleros”.

La verdad del Palacio de Justicia lleva 40 años en disputa. No solo es una herida que no sana, sino que aún duele, divide y genera escozor. Lo que sucedió esos dos días es uno de los traumas colectivos más dolorosos del país, un episodio de terror y de ataque al Poder Judicial quizás único en el mundo. El Ejército, por supuesto, también fue responsable y la Comisión probó que había balas que no eran de la guerrilla en tres cuerpos: Alfonso Reyes Echandía, Ricardo Medina Moyano y José Eduardo Gnecco Correa.
“La verdad plena nunca se alcanzará si algunos de los perpetradores de esa vergonzosa desgracia nacional aún guardan silencio y no piden perdón sincero, sino que su único fin es tratar vanamente que crean su insólita versión, que su contraparte es el único responsable”, dijo José Roberto Herrera, expresidente de la Corte Suprema, quien con Nilson Pinilla y Jorge Aníbal Gómez elaboraron el informe.
Este dolor sigue vivo, en parte, porque Colombia, también en un hecho único, decidió otorgarle al M-19 un perdón sin condiciones, sin la verdad de lo que sucedió y sin castigo alguno.
Hoy, a la luz del derecho internacional, las amnistías que el Gobierno le dio a este grupo, ante semejantes hechos, no serían posibles. Ese perdón fue esencial en la historia y se convirtió en un elemento del proceso que llevó a la Asamblea Nacional Constituyente que derivó en el mayor consenso social que ha vivido el país: la Constitución de 1991. La misma que el presidente Petro quiere cambiar, alegando el bloqueo institucional y su pugna con Donald Trump, con un interés electoral evidente en la trastienda. El perdón debe ser correspondido. Y no ha habido ninguna correspondencia del presidente Petro.
A diferencia de otros líderes del M-19, como Antonio Navarro, el presidente no solo no reconoce la enorme responsabilidad que el grupo insurgente tuvo en la toma, sino que, además, no ha honrado el mayor compromiso del regreso a la vida civil: respetar las reglas del juego.
La toma del Palacio de Justicia simboliza la destrucción de la Justicia por las armas. Fue un hecho tan atroz que debió haber dejado una lección eterna de que a la Justicia no se le intimida ni se le amenaza.
Esa lección no la ha tomado el presidente, que arremete constantemente contra las cortes como una bandera política. Se suele decir que Colombia no tiene mala memoria. Tiene alzhéimer. La enfermedad ha carcomido el relato de la guerra en el país y sigue haciendo daño.




