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| Foto: A.F.P.

OBITUARIO

¿Qué tan tirano fue Fidel Castro?

El juicio de la historia sobre el fallecido líder cubano apenas comienza. El pronóstico es que no le va a ir tan mal.

3 de diciembre de 2016

Hay dos tipos de tiranos en el mundo. Por un lado están los déspotas, corruptos y asesinos que pasan a la historia como simples opresores de sus pueblos, sedientos de poder y de riqueza. Por el otro están los que aunque tengan algunas de esas mismas características quedan inmortalizados como liberadores y símbolos del nacionalismo de sus países. En la primera categoría están personajes como Trujillo, Somoza y Sadam Huseín. En la segunda estarían Mao Zedong, Ho Chi Minh y Tito. Es probable que Fidel Castro acabe en este último grupo.

Fue un tirano y un opresor y no hay la menor duda. En los regímenes revolucionarios el que se opone a la causa languidece en la cárcel. Centenares de cubanos por el simple hecho de no estar de acuerdo con el comunismo que implantó en la isla fueron condenados a 10, 20 o hasta 30 años de prisión.

Muertos, tiene muchos encima. Sin embargo, sería injusto llamarlo asesino. La Revolución cubana fusiló arbitrariamente en sus inicios a los “torturadores” de Batista en la época del “paredón”, pero de ahí en adelante las ejecuciones del régimen correspondieron a sentencias de pena de muerte dentro del sistema judicial cubano.

Pero aun con esos excesos, la vida de Fidel Castro tuvo una dimensión heroica. A los 32 años había logrado derrocar con una guerrilla de 300 barbudos a los 10.000 soldados del ejército de Fulgencio Batista. Su desafío a Estados Unidos desde una pequeña isla ubicada apenas a 100 millas de Florida es como de David y Goliat. Su permanencia en el poder durante medio siglo, a pesar de los intentos de tumbarlo de 11 presidentes norteamericanos, es casi inverosímil. Y los logros de su revolución, a pesar de sus muchos lunares, son irrefutables. 

¿Cuáles son estos logros? Principalmente éxitos enormes en el campo tanto de la salud como de la educación, que en ese país son gratuitas. Los niveles a que ha llegado Cuba en estas dos áreas son comparables o incluso superiores a los de la mayoría de países del primer mundo.

El costo de estos beneficios ha sido no solo la eliminación de la propiedad privada, sino la pérdida casi absoluta de todas las libertades. En Cuba hay muy poca miseria y prácticamente todo el mundo tiene un mínimo, pero las restricciones impuestas en la vida diaria por el sistema se han vuelto intolerables para buena parte de la población.

Ya nadie se acuerda de que antes de Fidel Castro la isla era un patio de recreo de Estados Unidos, en manos de gobiernos vendidos y corruptos. Sin embargo, tampoco se acuerdan de que antes de su revolución, Cuba era el tercer país más rico de América después de Estados Unidos y Argentina. Su ingreso per cápita era superior al de Italia, España, Japón y Austria. Aun así, la suerte de los 7 millones de isleños en ese momento no le importaba a nadie.

Hoy, Cuba tiene más de 11 millones de habitantes que, a pesar de las limitaciones que impone el régimen, poseen una dignidad y un sentido de patriotismo que muchos pueblos de América Latina envidiarían. Pero así como consideran que la etapa del colonialismo quedó atrás, también quieren pasar la página del comunismo. Raúl Castro ha dado los primeros pasos hacia una apertura, pero él no ha dejado de ser un marxista ortodoxo.

Aunque en algunas pocas actividades ha permitido la propiedad privada, las condiciones siguen siendo duras. La vida es espartana, rígida y controlada. Las casas son minúsculas y con frecuencia tienen que ser compartidas. Los electrodomésticos son un lujo para la elite del régimen, los viajes están prohibidos, la libertad de prensa no existe, los sueldos son los mismos para un neurocirujano o para un obrero. La igualdad que se buscaba se obtuvo, pero nivelada por lo bajo.

Cuba dependía de Estados Unidos antes de la revolución, y después del bloqueo que le decretó ese país se volvió un apéndice económico de la Unión Soviética. Castro cometió errores monumentales en esta materia al tratar de industrializar a Cuba en los primeros años de la revolución, y solo pudo superar esa catástrofe por el apoyo económico del bloque comunista. Por eso, parecía imposible que, después del colapso de la Unión Soviética y de la caída del muro de Berlín, el socialismo del régimen castrista pudiera mantenerse.

Y, sin embargo, lo logró. Con la denominación de “periodo especial”, Fidel le impuso al pueblo cubano más privaciones de las que tenía. Fue un tiempo de crisis que coincidió con el recrudecimiento del bloqueo norteamericano, lo cual hizo pensar que había llegado el momento del fin de la Revolución cubana. Castro resistió contra viento y marea, pero la depresión económica fue tan severa que el PIB se contrajo en un 36 por ciento entre 1990 y 1993. A partir de 1994, con unas medidas tímidas de liberalización en la economía, se inició una recuperación lenta, de tal suerte que en 2007 se alcanzaron los niveles de 1990.

Superado ese periodo, Cuba y Corea del Norte acabaron siendo los últimos sobrevivientes de unas dictaduras comunistas familiares con regímenes de corte estalinista. Hasta China, que en teoría no ha renunciado a la ideología maoísta, ha abierto sus puertas al mundo en términos económicos. Eso le permitió hasta hace poco tener crecimientos en el PIB de alrededor del 10 por ciento anual.

La política internacional del régimen se caracterizó por espectaculares éxitos y espectaculares fracasos. Entre los primeros está el hecho de que el Ejército cubano ha sido el único en la historia reciente que ha salido invicto en todas las campañas en las que ha participado. Los ‘internacionalistas’ de Fidel definieron el resultado en intervenciones militares en lugares tan ajenos a América Latina como Argelia, Siria, Congo, Angola y Etiopía. Ese récord de victorias no lo tiene ni siquiera Estados Unidos, que fue derrotado en Vietnam y se encuentra estancado en Irak y Afganistán. Y en cuanto a fracasos, Fidel Castro llevó al mundo al borde de una catástrofe nuclear al colocar misiles soviéticos en suelo cubano. De no ser por el manejo acertado de Kennedy, quien logró el retiro de estos por negociación diplomática, podría haberse desatado ahí mismo la tercera guerra mundial. Lo increíble es que después del retiro de esos cohetes Castro se indignó con el jefe soviético Nikita Khrushchev porque este no le declaró la guerra a Estados Unidos. Por su parte, las relaciones de Castro con Colombia han tenido los mismos altibajos que caracterizaron toda su carrera revolucionaria. Cuando su meta era exportar la revolución, él inspiró todos los movimientos guerrilleros surgidos en el país. Al M-19 lo entrenó militarmente, lo cual llevó al rompimiento de relaciones diplomáticas durante el gobierno de Julio César Turbay. Esas relaciones no se restablecieron sino en 1993, durante el gobierno de César Gaviria.

Posteriormente, cuando se quebraron las relaciones entre Colombia y Venezuela por enfrentamientos entre Álvaro Uribe y Chávez, el líder cubano mandó a su canciller a Caracas y a su vicecanciller a Bogotá y logró remendar esa relación. Con el paso de los años, sus objetivos geopolíticos cambiaron y su prioridad pasó a ser el levantamiento del embargo norteamericano a la isla. Eso lo llevó a abandonar la idea de “convertir a los Andes en la Sierra Maestra del continente”, y más bien a jugar un papel constructivo en la región. De ahí su colaboración con el proceso de paz de Colombia, que hasta la llegada de Trump había servido para darle un giro a su relación con Estados Unidos.

En 2006, Fidel se retiró del poder y se lo entregó a su hermano Raúl, quien desde el inicio de la revolución había sido el número dos del régimen. El hermano ha dado unos primeros pasos en materia de apertura económica. Por primera vez, los habitantes de la isla pudieron usar celulares y computadores, tener acceso a los lugares turísticos que antes eran exclusivamente para extranjeros, comprar casas y carros, y hasta tener algunos pequeños negocios propios como restaurantes y tiendas. Sin embargo, la mayoría de esos nuevos derechos son teóricos pues con sueldos promedio de 25 dólares al mes casi todos esos productos son inalcanzables.

Raúl Castro es definitivamente más progresista que su hermano. Sin embargo, mientras este estuviera vivo ninguna transformación sustancial del régimen era posible. Ahora, con el fallecimiento del héroe de la revolución, hay una expectativa mundial y una ilusión del pueblo cubano de que finalmente se podría estar ad portas de una transición democrática. Nada de esto es probable a corto plazo, pues al fin y al cabo todos los pronósticos sobre Cuba hasta el momento han fallado. En poco tiempo el futuro de la isla estará en manos de una burocracia más joven, pero creada y formada a la sombra de los hermanos Castro. ¿Cómo van a adaptarse a las realidades del siglo XXI? Ese es el gran interrogante.