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Lady Di y los escándalos y secretos más oscuros que tuvo que enfrentar la Reina Isabel II
Ningún jefe de Estado ha durado tanto como Isabel II ni ha lidiado con tal mezcla de crisis mundiales y familiares. Así lo logró.
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En enero de 1952, el rey Jorge VI despidió a la princesa Isabel II y a Felipe, rumbo a una gira por Australia. Sería la última vez que verían al monarca, pues a los pocos días, durante la escala en Kenia, les llegó la noticia de su sorpresivo fallecimiento.
Una anécdota: el código para anunciar su muerte, Hyde Park Corner, no funcionó y la nueva reina, internada en la selva africana, fue la última en saber que su destino cambiaba radicalmente. “¿Bajo qué nombre desea reinar?”, le preguntó un asistente. Y contestó: “Con el mío, ¿con cuál otro?”.
El regreso a Londres fue un drama, con trasbordos aéreos y tormenta de por medio. Así comenzó el reinado más extenso del milenario trono de las islas, en siete décadas de cambios como pocos periodos de la historia.
Isabel II marcó un hito al celebrar tres jubileos, en 1977, 2002 y 2022, cuyas multitudes dispuestas a rendirle tributo mostraron cuán hondo caló, con su astucia, adaptación a lo nuevo y capacidad para leer el mood de la nación. Presentaba un as de cualidades que hoy parecen pasadas de moda, como constancia, compromiso con el deber y espíritu de servicio. Así, puso a salvo la monarquía, cuando se llegó a pronosticar que sería “reina absoluta de la nada”.
Fue exitosa en garantizar que la Corona fuera garante de la protección del Estado y del sentido de continuidad y estabilidad. También es cierto que esas virtudes fueron desafiadas por una serie de tormentas, originadas casi siempre por su familia, que también definen su era.
Para unos, la reina buscó salidas a fin de complacer a su hermana; otros consideran que sabía que aquella unión sería un desastre. En todo caso, el Parlamento no autorizó el enlace y la novia desistió. El siguiente instante perturbador fue la humillación que sufrió el Reino Unido durante la crisis del Suez, en 1956, que puso en tela de juicio la utilidad de la reina.
En 1957, lord Altrincham publicó un incendiario artículo que enfureció a Isabel II, pues decía que su voz era como un dolor de cuello, que parecía una niña de colegio o que sus discursos parecían sermones puritanos. La crítica apuntaba a que a la monarquía le faltaba sintonía con el país y la reina terminó por hacerle caso. El príncipe Felipe, su gran apoyo en 74 años de matrimonio, fue el más entusiasta en emprender esa modernización, que, entre otras cosas, llevaron a que la reina Isabel II interactuara más con la gente del común.
En 1979, el grupo terrorista IRA mató en un atentado con explosivos a lord Mountbatten, el tío Dickie, mentor de Felipe y Carlos. Fue otro eslabón en la turbulenta relación entre el reino y la República de Irlanda. Empero, en 2011, Isabel visitó ese país por primera vez, gesto que significó la normalización de las relaciones entre los dos países. Fue uno de sus triunfos diplomáticos, pero ninguno como el del empuje que le dio a la Commonwealth, grupo de 54 excolonias británicas, que ahora conforman la asociación de naciones más influyentes del planeta.
Con los 14 primeros ministros que trabajó (a Liz Truss, la número 15, solo alcanzó a nombrarla), Isabel II cumplió su función de asesora, pero el contacto personal a veces hizo estragos. Winston Churchill, el primero, parece que se enamoró de la joven reina. A Harold Wilson lo invitó en ocasiones a unos tragos en palacio. Y con Margaret Thatcher, primera mujer en el cargo, tuvo fuertes diferencias por el apartheid en Sudáfrica.
Otro miembro que volvió a la familia real un hazmerreír fue su hijo Andrés, duque de York, llamado a juicio en Estados Unidos porque Virginia Roberts lo acusó de tener sexo con ella cuando niña, a instancias del pedófilo Jeffrey Epstein. Isabel II se vio obligada a retirar de sus funciones al que se dice que era su hijo favorito. Pero otras actitudes dieron a entender que creía en su inocencia.
La última oportunidad que tuvo para mostrar su temple y generosidad de matrona fue con la crisis que causaron su nieto Harry y su esposa, Meghan, por su agrio retiro de la casa real. Hasta sus días postreros, su actitud fue la de tender puentes, como invitarlos a Balmoral. Ellos no aceptaron y se perdieron la oportunidad de estar con ella antes de morir. Ahora está por verse si su partida hará que cambien su hostilidad hacia los Windsor.