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Jesús Abad Colorado compartió los aprendizajes que le han dejado las víctimas de la guerra a lo largo de su carrera. | Foto: Foros Semana

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“Me dan vergüenza los dirigentes que siguen sembrando cizaña y odio en este país”

En la entrega del XXI Premio de Periodismo Regional, el periodista y fotógrafo Jesús Abad Colorado dio un emotivo discurso sobre lo que ha encontrado cubriendo la guerra y recorriendo el país. Extracto de su intervención.

12 de mayo de 2019

Quiero invitarlos a pensar en este país y lo que le sucede. Hace tres semanas, en la población de Riosucio, Chocó, mataron a Aquileo Mecheche, rector del colegio El Jagual, en la vereda de Chintadó.

Todas las palabras terminadas en "dó" en la zona del Pacífico, o donde hay emberas, significan "río". Y “chinta” viene de estrella. Entonces es un río de estrellas. Allá mataron al rector Aquileo Mecheche hace menos de un mes.

Estamos en un país que se debate entre los que le apostamos a la paz y los que quieren desbaratarla a punta de lengua, que otros traducen en plomo. Y mientras un expresidente habla de "sicario, sicario, sicario", hay en las calles gente que, cuando los jóvenes salen a marchar, dicen "plomo es lo que hay, bala es la que viene, guerra es lo que hay". A eso se traducen las calles.

Mientras un expresidente habla de "sicario, sicario, sicario", hay otros en las calles que dicen "plomo es lo que hay, bala es la que viene, guerra es lo que hay".

[El cadáver de] Aquileo, en Riosucio, salió de su comunidad en una travesía de ocho horas por río para llegar a un lugar, allá en Chintadó, a ocho horas de Riosucio, cruzando hacia Juradó, donde toda la gente de la comunidad vela a sus muertos. Pasando por un cementerio de árboles, porque estos son nuestros ríos hoy. Donde salió la guerrilla de las Farc y se metió hoy el ELN y están los paramilitares, están tumbando los bosques. Luego viene un poquito de agua y tapona el río. Yo quiero que las personas acá entiendan que esos periodistas regionales muchas veces tienen que pasar por estos lugares para llegar a documentar un hecho como el que yo vi.

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Adultos y niños de la comunidad embera van ahí, acompañan [el cuerpo de Aquileo] toda la noche, porque es lo mínimo que pueden hacer. Y me preguntan: "¿Usted es del Gobierno? sabe si viene alguien del Gobierno al sepelio de nuestro líder?"

No me dijeron "lo vamos a enterrar", sino "lo vamos a sembrar", lo regresan al lugar donde está su ombligo.

Yo llegué un domingo a las seis de la tarde y salí a las nueve de la mañana de Riosucio, Chocó. Me fui a acompañar a la comunidad a su lugar sagrado para enterrar a su líder. Para ver a esas mujeres emberas, con sus faldas de colores, que ellos llaman panameñas, mientras los hombres hacían el lugar para enterrar a su líder y guía. Para ver cómo el hombre que muchas veces les enseñó de autonomía y resistencia, a leer y escribir, iba a ser sepultado a las malas, por culpa de los asesinos, que es lo que han hecho desde siempre en Colombia con nuestros líderes.

En medio del llanto y la selva la comunidad ‘sembró’ [a Aquileo]. No me dijeron "lo vamos a enterrar", sino "lo vamos a sembrar", lo regresan al lugar donde está su ombligo, con una planta de borojó.

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A mí me daba vergüenza estar ahí haciendo estas fotografías mientras el resto del país estaba ausente, porque no hemos sabido proteger a nuestros líderes

Mientras veía a las mujeres abrazando a los árboles y toda la vegetación de ese lugar sagrado donde iba a ser enterrado Aquileo Mecheche. Sus amigos y familiares lloraban. Sus alumnos, que decían "ay, profe, ay profe". Y en lengua embera, hacían su ritual.

Estaba ahí su esposa Rubilda Rubiano, vestida de negro, y cuando digo vestida me refiero a su cuerpo [pintado] con Jagua, de un fruto de una palma.

Esto es lo que ha hecho la guerra a nuestro país durante años. Por eso mi llamado es para tantos dirigentes  que siguen sembrando de cizaña este país, incluyendo a líderes religiosos de distintas iglesias, a gente que no sabe lo que es la guerra.

Lastimosamente la guerra nos enseñó a descubrir un país diverso, rico, pero violento, en donde hemos creído que el principal problema son los grupos armados.

Por eso nosotros periodistas, fotógrafos, reporteros, camarógrafos, cuando salimos a contar historias, es esto lo que vemos. Yo no soy analista político, de universidad con cuatro títulos para hablar de la guerra y la paz. Soy periodista de a pie y por eso me aprendo los nombres de las víctimas con las que trabajo.

Por eso puedo decirles que ahí está [en la foto] Yors, de 10 años, el niño mayor al lado de su madre  [Rubilda]. Anayansi e Irina, de 6 años, las niñas. Y la más pequeña, se llama Yasnadi. Cuatro hijos que quedaron huérfanos mientras en estos días  siguen sumando más muertos en el país.

Cuando yo hago este ejercicio tengo que decir que he visto el dolor, pero también la esperanza. Esto es lo que yo quisiera ver en Colombia: un país en el que nuestros hombres y nuestras mujeres puedan caminar tranquilamente sobre flores amarillas.

Lastimosamente la guerra nos enseñó a descubrir un país diverso, rico, pero violento, en donde hemos creído que el principal problema son los grupos armados. Y yo digo que no.

Yo prefiero expresidentes que escriban poesía y que guarden silencio como Belisario y no otros con un lenguaje de "te doy en la cara, marica"

Y lo digo muy tranquilamente aquí [en Medellín], en esta tierra que vota mayoritariamente por el No, porque tiene unos líderes que en lugar de ayudarnos a reconciliar nos mantienen ahí con un lenguaje mafioso, que legitima la violencia. Yo prefiero expresidentes que escriban poesía y que guarden silencio como Belisario y no otros con un lenguaje de "te doy en la cara, marica". Porque legitima en la población la bala y eso me avergüenza.

Quiero ver a mi país abrazándose como lo hacen los niños y niñas de El Salado hoy o como lo hizo mi padre, que perdió a sus padres asesinados en 1960 en San Carlos, pero nunca nos enseñó odio, sino solidaridad.

Creo en la vida de los campesinos de Colombia, que tienen muchas veces más ética, más fuerza y honestidad que dirigentes políticos que nos están dividiendo. Los campesinos generalmente son vistos como seres de segunda categoría. Yo les doy las manos a ellos porque sé que durante muchos años han sido los perdedores y este país no lo ha entendido.

Por eso me pregunto por esas nuevas generaciones que crecen en medio del desplazamiento. Cada fotografía tiene rostro y nombre y una historia detrás, pero hoy no es el día para hablar de cada uno de ellos, para hablar de las huellas que quedaron por la guerra, para hablar de ese país al que no queremos volver, donde las escuelas quedaron marcadas.

He visto la destrucción de escuelas por guerrilleros, por paramilitares y, tristemente también, por el Ejército colombiano.

Fueron destruidos los salones de clase y [he visto] la destrucción de escuelas por guerrilleros, por paramilitares y, tristemente también, una escuela quemada por el Ejército colombiano. Vi la naturaleza herida, los bosques incendiados por esos desastres que sigue causando la guerrilla cuando dinamita el oleoducto.

Soy testigo del dolor de la naturaleza, en un país en el que no hemos podido comprender por qué todos tendríamos que estar trabajando por la paz y la reconciliación.

Esas huellas que he visto en la piel de animales y hombres, en las casas marcadas, en las poblaciones o hasta en vallas oficiales de autoridades que se confabularon con grupos criminales para acabar con la vida de muchas personas en distintas regiones de Colombia, especialmente en Antioquia.

En video: El testigo, la exposición imperdible en 2019

Jamás podré olvidar a esos 14 militares que murieron frente a una escuela [en Alto Bonito, Antioquia].

Estas fotografías son para generar reflexión, para no olvidar, para trabajar, para no repetir. De eso no me voy a cansar nunca.

Ustedes dirán: “Ya hemos visto esas fotos”. No dejen de verlas. Porque estas fotografías son para generar eso: reflexión, para no olvidar, para trabajar, para no repetir. De eso no me voy a cansar nunca.

Para entender que aquí murieron 14 militares frente a una escuela en mayo de 1992 -mi primer trabajo fotográfico en la prensa en el diario ‘El Colombiano‘ de Medellín- y la última clase, un día antes de que mataran a los soldados, había sido sobre la historia de Caín y Abel, un hermano que mata a otro.

Vi campesinos asesinados por paramilitares. Recuerdo a Eduardo Salazar. A guerrilleros que mataron a secretarias de Acción Comunal, como Cielo Giraldo. Y a tantas personas doblegadas por una guerra que se ensañó contra ellos en tantos lugares de mi país.

Muchas veces convertimos las calles de los pueblos y los teatros en escenarios del dolor. Y esos rostros de un país pluriétnico, multicultural, pero profundamente racista y clasista, en el que no hemos podido entender que la vida de nuestros indígenas es tan valiosa como la de cualquier otra persona.

Un país que dejó desaparecidos, a Claudia Ivonne en el Magdalena, al hijo de Rosa Helena, Norbey, en Trujillo. O a soldados y guerrilleros que en tantos lugares del país se quedaron entre la noche y la niebla.

"Decía Ernesto Sábato que a la vida le basta la luz de una grieta para volver a nacer", recordó Abad Colorado. Foto: David Estrada

También vi huir [a las víctimas] a veces con neveras al hombro mientras niños y niñas iban descalzos. Recuerdo a esas mujeres en el sur de Bolívar mientras subían con sus gallinas que se ahogaban en un río cristalino como el Santo Domingo. En Zambrano, Bolívar, oí a los campesinos pedirme "por favor, no me haga una foto, que después salgo publicado y van  a decir que como salgo de acá, de la región Capaca, soy guerrillero".

Miren lo que nos toca hacer a los reporteros, a veces: decirle a un campesino por favor, déjeme hacerle una fotografía a sus pies. Y es que ellos también tienen historia.

Yo le pregunto a muchos líderes que conocen el país en helicóptero, ¿será que ustedes algún día podrían andar con nosotros los periodistas y meterse en estas regiones?

Cada que yo hago una imagen de estas yo le pregunto a muchos líderes que conocen el país en helicóptero, ¿será que ustedes algún día podrían andar con nosotros los periodistas y meterse en estas regiones? ¿Será que algún día en lugar de darles la casa por cárcel los mandan a una región apartada a cosechar maíz y plátano para que sepan lo que es vivir lejos, no tener dónde estudiar y mucho menos dónde llevar a sus hijos o a su esposa a un centro de salud?

A los que portan armas no los voy a ver jamás con los ojos de la perversión, de la maldad. Los voy a ver como hijos de la injusticia de un país inequitativo como es Colombia, con el mayor desequilibrio en cuanto a posesión de tierras.

Recuerdo [una foto de un niño guerrillero] que fue una portada de la revista SEMANA, cuando se empezó a hablar de los niños en la guerra de Colombia. A este niño ojalá lo pudiera encontrar yo algún día. Lo abrazaría con mucho cariño.

Son los niños que entran a distintos grupos criminales los que pierden la vida. Pero sobreviven las armas, que pasan de una mano a otra.

Recuerdo que cuando revelé ese rollo, seis meses después, me puse a llorar. Mi esposa me preguntó por qué lloraba. Yo le mostré el negativo y ella me dijo: "Pero si se ve bien revelado". Y le respondi "es que esta foto la hice en julio. Ya es diciembre, y este niño ya puede estar muerto".

Eso es lo que tenemos que entender, que son los niños y las niñas que entran a distintos grupos criminales en las montañas de este país los que pierden la vida. Pero sobreviven las armas, que pasan de una mano a otra.

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Recuerdo a Miguel Arturo Valencia Cardona, soldado de este país, al que las milicias bolivarianas de las Farc le mataron a su hermana de 13 años de edad porque él no se salía del Ejército. En tantas partes he visto tanto dolor, tanta locura.

Un país mayoritariamente cristiano y en donde prácticamente todos -hasta yo- llevamos un símbolo cristiano en el pecho o en la billetera, pero no cumplimos con ningún mandamiento. O muy pocos lo hacen.

Si no se roban el presupuesto de Colombia nadie diría que se levanta en armas para propiciar una guerra porque hay demasiada injusticia.

Yo lo único que pido es que , por favor, aprendan así sea un solo mandamiento: amar al prójimo. Lástima que no tengamos aquí a representantes del Senado y la Cámara, porque sobre todo quisiera decírselo a la clase política de este país. 

Son a ellos a quienes les pido primero que amen al prójimo. Porque si lo aman, se va a cumplir el segundo mandamiento, “no robarás”. Y si no se roban el presupuesto de Colombia nadie  se levanta en armas para propiciar una guerra porque hay demasiada injusticia.

Así, seguramente podríamos levantar a hijos e hijas en nuestros brazos sin la necesidad de tener una subametralladora en las piernas.

Voy a hablarles de Eugenio Palacio muy rápidamente. Para mí es un símbolo de la dignidad y humanidad. Está retornando a Bojayá cuatro meses después de la guerra. Su hija nació siendo desplazada el 31 de julio. La bautizó con el nombre de Patricia.

Bojayá, donde sucedió la tragedia. Foto: David Estrada

No voy a hablar mucho, pero una imagen les puede decir cómo es que en una iglesia murieron 79 personas cuya responsabilidad principal es de la guerrilla de las Farc, que yo agradezco que mayoritariamente hayan dejado las armas.

Vi sacar los cuerpos. Vi a Niceto llorar sobre el ataúd donde estaba su esposa Ubertina, cuya muerte fue cinco días después de los hechos en la iglesia. Vi el dolor de ese pueblo, lo vi huir, lo vi resistir. Lo vi retornar el 2 de septiembre de 2002, cuatro meses después de la tragedia. Lo vi prender velas para recordar a los muertos, para honrarlos, pero también para celebrar la vida y la esperanza.

En el mismo escenario de la iglesia, donde vieron el cristo mutilado, después de las velas hubo mapalé y currulao. Ahí es donde yo entiendo la belleza de mi país.

En el mismo escenario de la iglesia, donde vieron [la fotografía] del cristo mutilado, después de las velas hubo mapalé y currulao. Ahí es donde yo entiendo la belleza de mi país. En esa misma iglesia de Bojayá, en esos mismos espacios donde nacieron luego helechos. Porque así es de bonita la vida. Decía Ernesto Sábato que a la vida le basta la luz de una grieta para volver a nacer.

Por eso esta fotografía [de los helechos creciendo en las ruinas del comando de Policía de Bojayá] para mí es un ejemplo, que siempre nos da la naturaleza. Bojayá es un ejemplo. Hoy celebra la vida. Aunque están, en este momento, con muchos riesgos. La gente está atemorizada.

Hace  una semana fui a Bojayá y busqué a Eugenio Palacio. Y su hija ya creció, tiene 17 años. Nació en Quibdó, en medio del desplazamiento y ahora tiene un hija. Eugenio, con la criatura en los brazos, me dijo "esta es Alexia y es -me dice- el amor por la vida de este país".

Jesús Abad muestra la foto de Eugenio Palacio cargando a su hija Patricia. Foto: David Estrada