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La noche anterior a que llegara el papa a Villavicencio, en el zaguán de la casa de Luz Mery, ella (izquierda) y María Aidé (derecha) se preparaban para el gran día. | Foto: Esteban Vega

CRÓNICA

El viaje de las víctimas para ver al papa Francisco

SEMANA acompañó a las víctimas desde Vistahermosa en su travesía para ver al sumo pontífice. El municipio que más ha sufrido las minas antipersonal espera que Francisco bendiga su pueblo.

9 de septiembre de 2017

Por Laura Campos Encinales*

El plan parecía extremo. Y lo era. Ir por tierra de Bogotá a Villavicencio; de ahí tomar un bus para pasar la noche anterior a la santa misa en un municipio afectado por la violencia; compartir la víspera con las víctimas que irían; y, finalmente, regresar con ellas a Villavicencio, de madrugada. Todo en menos de 24 horas y con un solo cometido: acompañarlas en su travesía de ver a Francisco, el primer sumo pontífice que visitaba el llano colombiano.

Vistahermosa fue el destino elegido. Un pueblo que hoy tiene 45.000 habitantes y a la vez, 45.211 víctimas, algo que sonaría ilógico de no ser porque, a raíz de la violencia, el municipio ha expulsado a 41.297 pobladores más.

Queda a tres horas en bus desde Villavicencio y desde que uno llega, el tema de la paz está presente. La valla que recibe a los visitantes dice “Unidos, la paz y el posconflicto es posible” y tres cuadras más adelante comienzan a aparecer las cuatro por cuatro blancas de las organizaciones de desminado humanitario que ahí operan: The Halo Trust, Handicap International, Batallón de Desminado Humanitario, Campaña Colombiana Contra Minas y Ayuda Popular Noruega.


Esta es la valla que recibe a los visitantes cuando llegan a Vistahermosa. 

¿Por qué tantas? Vistahermosa es el municipio con más víctimas de minas antipersonal de Colombia y el segundo en el mundo. Hizo parte de los cinco pueblos que de 1999 a 2002 estuvieron bajo el dominio de las Farc en la famosa zona de despeje o distensión; por años fue botín de guerra entre guerrilleros y paramilitares, y ahora sufre el acecho de las bandas criminales y de la disidencia guerrillera, las nuevas formas de violencia en Colombia.

Sin embargo, los lugareños resisten: “somos como los carros viejos: de guerra en guerra pero ahí andamos”. Así dicen Luz Mery Ríos y María Aidé Mosquera, dos habitantes que amablemente nos acogieron la noche del periplo.

Luz Mery nació ahí. Tiene 55 años, un hermano asesinado y un sobrino desaparecido. María Aidé viene de Chocó, una tierra selvática, muy distinta al llano. Lleva 24 años en Vistahermosa y siempre ha sido educadora. No es víctima directa de la guerra pero, como dice, la sintió a través de sus alumnos.

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Ambas están listas para ver al papa en el gran encuentro por la reconciliación. Son católicas, apostólicas y romanas. Se inscribieron a través de su parroquia y a la vez la gobernación las invitó. Saben que Francisco es un líder mundial; que de él depende sensibilizar los corazones de los millones de personas que verán el acto reconciliador que ocurrirá al día siguiente, en el que 6.000 víctimas y excombatientes compartirán el mismo recinto para oírlo a él.

Pero algo les preocupa.

-    Con tanta multitud no va a poder bendecir nada...

-    Si supiera que acá necesitamos tanto esa bendición.

-    Sí, más que todo el mensaje de no tener miedo, de nada ni a nadie.

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Sentadas en el zaguán de la casa recordaron épocas horrendas: toques de queda, asesinatos selectivos, niños bomba, carros bomba, tomas guerrilleras y las minas, ese enemigo oculto y sigiloso que en 363 ocasiones logró su cometido: explotar y herir, y en el peor de los casos, matar.

Quizás lo que más dudan es si deberían condenar o entender lo que hizo la guerrilla, pero también les cuesta definir quién fue peor, si los paramilitares o las Farc. Mucho más, si la reciente desmovilización de este grupo armado es cien por ciento genuina.

Para Luz Mery el asunto es espinoso. Con frecuencia visitaba la zona veredal de Vistahermosa, donde cientos de exguerrilleros de las Farc están tratando de volver a la vida civil. Iba para averiguar por Guillermo, su sobrino, que desapareció durante la zona de distensión y que al parecer fue reclutado por este grupo armado. Pero cada vez volvía sentía más empatía con ellos, “entendía un poco más por qué terminaron allá”. Sin embargo, en la última visita, la respuesta que le dieron le rompió el corazón: “Al parecer hace dos años lo mataron, señora”.

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María Aidé no tiene contacto con exguerrilleros, solo recuerdos de cuando sus estudiantes desertaban del colegio para enlistarse en las Farc: “Una vez me encontré a uno en un retén. Apenas me vio se escondió. De pena, debió ser”. Le parece irónico, pues cuando eran zona de distensión la escuela funcionaba gracias a la guerrilla, especialmente gracias a Arquímedes, el comandante del frente 27 que mandó a reconstruirla. “No entiendo, venía acá a cantar canciones revolucionarias, a decir que todos los niños y hasta los adultos analfabetas debían estudiar. Y mire, al mismo tiempo se estaba llevando a los niños”.

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Son las 10 de la noche y solo quedan dos horas para dormir. María Aidé ofreció su casa para que nos quedáramos. Tiene dos habitaciones, un baño y una pequeña sala comedor en la que una virgen de un metro de alto se roba toda la atención. “Si pudiera se la llevaría al papa para que la bendiga pero cómo…”.

Ambas vestirán camisa blanca, jeans y tennis para el encuentro con Francisco (una promesa que horas después Luz Mery incumpliría al cambiar los tennis por sandalias, según ella, “para estar acorde a la ocasión”). Llevarán arepas, galletas y maní para la espera. Y lo más importante: algo para que él les bendiga.

Dormimos una hora, pues el exigente horario de ingreso a la misa campal -a la que asistiríamos nosotros- hizo que tuviéramos que separarnos por unas horas y tomar un bus distinto al de ellas: el de la 1 de la mañana y no el de las 2. Sin embargo, Luz Mery nos lleva a la parada, nos dice que igual allí habrá víctimas -”porque en Vistahermosa todas las familias tienen una”- y nos despide con la esperanza de reencontrarnos al final de la tarde en el encuentro por la reconciliación.

En el bus varias víctimas se acercaron a contar su historia:

-A mí me desplazaron y me secuestraron. Las Farc me tuvieron amarrado 12 días.

-A mi hermano lo mataron en la vereda El Piñal. Le metieron no más 23 tiritos.

-Yo tenía un novio y nos íbamos a casar, pero los paramilitares lo “ajusticiaron”. Imagínese, cuál justicia.

A la una de la mañana salió el primer bus con vistahermoseños para Villavicencio. Estos, a pesar de ser también víctimas, solo asistieron a la misa campal. Foto: Esteban Vega / SEMANA 

A las 4:15 de la madrugada llegamos a Villavicencio. Los que venían rezando el rosario, lo guardaron y comenzaron a bajar. Otros, despertaron a los niños y se preguntaban entre ellos más o menos cuánto había que caminar para llegar al lote de la misa. Para los más precavidos solo había una duda: “¿nos encontramos aquí mismo?”.

“Quién sabe mi señora, después vemos”, respondió el conductor.

A todos los perdimos allí, unos metros antes de comenzar la peregrinación de casi una hora que los asistentes a la eucaristía debíamos hacer para entrar al terreno.

Doce horas después ocurrió un milagro: en medio de la multitud y de un apabullante calor, vimos a Luz Mery y a María Aidé de nuevo. Estaban con 20 vistahermoseños más, sentadas en las graderías del coliseo destinado para el gran encuentro por la reconciliación.

“¡Me bendijo, me bendijo!”, gritó Luz Mery cuando me vio.

-    Pasó en el carrito de golf, me tomó la mano y me bendijo.

-    ¿Contenta, realizada?

-    Sí, ahora falta que bendiga a mi pueblo.

*Periodista de SEMANA.

Luz Mery (derecha) y María Aidé (izquierda) en el gran encuentro por la reconciliación. Foto: Esteban Vega / SEMANA