Género
El patriarcado del chip
En pleno siglo XXI, a pesar de tantos paradigmas rotos, en el sector TIC los hombres gobiernan y las mujeres tienen una presencia inaceptablemente minúscula. Por Álvaro Montes
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El mundo de las tecnologías es groseramente masculino. Mientras en otros campos la equidad de género ha mejorado significativamente, en tecnología no. De todos los fondos de capital de riesgo que se invierten en el mundo para financiar startups, solo el 2 por ciento llega a emprendedoras. Pero eso no es lo peor. La mayor parte de esa pequeña suma va a mujeres estadounidenses. Las emprendedoras latinoamericanas solo pueden aspirar, si acaso, al 0,04 por ciento. Tampoco eso es lo peor.
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En Colombia, solo tres de cada diez ingenieros son mujeres, y se pueden contar con las manos las mujeres que presiden una gran compañía tecnológica nacional o global. Esto quiere decir que, exactamente, la mitad de la población del planeta se está quedando por fuera de la revolución digital. Silvina Moschini, una reconocida empresaria y conferencista de tecnología, acaba de romper, por primera vez, la odiosa barrera.
TransparentBusiness, la empresa que fundó en 2011, alcanzó hace poco el codiciado estatus de unicornio, como le dicen a las startups que superan un valor de 1.000 millones de dólares. Ella prefiere denominarlo “unicornia”, porque tanto en el equipo humano que dirige como en los destinatarios del servicio, las mujeres tienen un importante rol en esta compañía. De dos asuntos se ocupa Silvina por estos días: ofrecer a los negocios una solución tecnológica para gestionar el trabajo remoto, que es lo que hace TransparentBusiness, y brindar, por medio de un negocio hermano, SheWorks, oportunidades laborales para mujeres talentosas en todo el mundo. La crisis por la covid-19 le permitió demostrar lo urgentes que eran sus emprendimientos, cuando 3.400 millones de personas tuvieron que irse a casa por la pandemia y debieron vérselas con el teletrabajo, sin estar preparadas.
SheWorks conecta a mujeres con empresas que necesitan del talento femenino. Ya cuenta con más de 60.000 mujeres que trabajan en proyectos de todo tipo, tecnológicos o no, desde sus casas. La nueva normalidad que Silvina pide es normalizar el éxito de las mujeres, para que el mundo dominado por hombres caucásicos abra las puertas y las mentes. Sin dinero no es posible construir grandes empresas. “Si no podés levantar grandes fondos, no podrás ser un Uber algún día”, dice Moschini. Varios estudios demuestran que cuando hay liderazgos femeninos (que suelen ser más empáticos y participativos), una compañía alcanza hasta un 35 por ciento más de retorno de inversión. Es mayor el número de mujeres en el mundo que obtienen maestrías y doctorados, pero el tan sonado “cambio de chip” en los ejecutivos de las poderosas compañías tecnológicas no se produce.
No siempre fue así, observa Juanita Rodríguez Kattah, vicerrectora de Innovación de la Universidad EAN en Bogotá. Décadas atrás, las carreras STEM (ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas) las estudiaban por igual hombres y mujeres, y hoy se reconoce el crucial papel que grupos de mujeres programadoras y matemáticas jugaron en los primeros años de la computación, los viajes espaciales y otros campos tecnológicos. En los ochenta la balanza empieza a cambiar, con las estrategias de mercadeo de computadores y videojuegos enfocadas en hombres y niños.
En la industria tecnológica es común que las mujeres sean percibidas como menos preparadas y menos capaces de desarrollar negocios, y en las rondas de networking, tan comunes en el mundo del emprendimiento y que se realizan en las noches tomando cerveza en un bar, las mujeres que atienden responsabilidades en sus hogares están prácticamente excluidas. La ausencia de mujeres impacta negativamente el diseño y la usabilidad de los productos electrónicos y de los servicios de tecnología. “Hasta una montaña rusa está diseñada para hombres blancos grandes; una mujer latina, por su tamaño, corre el riesgo de salir volando en un parque de diversiones”, observa Juanita. Incluso los cascos de los pilotos de aviones de combate están diseñados para un tipo específico de hombre anglosajón.
La situación es aún peor para la población transgénero y LGTB. “No solo se excluye a las mujeres, sino también a razas, diversidades sexuales y culturas”, explica la vicerrectora de la EAN. En Estados Unidos se debate sobre el sesgo racista de los algoritmos utilizados por las redes sociales y por las plataformas para seleccionar personal, apoyadas en inteligencia artificial. Y basta recordar que el genio británico Alan Turing, a quien el mundo debe nada menos que el computador, se suicidó por las presiones que recibía debido a su condición homosexual.
Bictia, la incubadora de startups de ProBogotá, de la que Juanita Rodríguez es presidenta, ha formado personas transgéneros en temas de emprendimiento, que después fueron rechazadas en empresas en donde nos les cabe todavía ese concepto. ¿Se puede cambiar este panorama? Juanita es una de las líderes de tecnología en el país que trabaja en esa meta. Desde sus días en el ministerio TIC acompaña la formación de mujeres hackers, expertas en ciberseguridad, uno de los campos en los que “se está moviendo la aguja” positivamente. La participación femenina en ese oficio subió del 11 al 22 por ciento, y las mujeres millennials están claramente mejor preparadas que los hombres de su misma edad en el combate al cibercrimen.
Es fundamental sembrar las bases de la equidad de género en tecnología desde la educación primaria. Es evidente que el país requiere con urgencia rediseños curriculares más radicales que los realizados hasta la fecha, para promover la educación STEM en las niñas y asegurar una sólida formación matemática al momento de llegar a la universidad. Para Moschini, no hay que formar solo programadoras o ingenieras, sino consolidar en las niñas una visión acerca del poder de las tecnologías para cambiar el mundo. “Lo que espero mostrar es que, si yo lo pude hacer, que soy de la provincia de Buenos Aires, cualquier puede; para quebrar esa barrera que está separando a las mujeres talentosas de las oportunidades”.
Hay buenas noticias. En las nuevas generaciones las brechas se están cerrando. Al menos ganan mejores salarios que antes. Las millennials que reciben entre 50.000 y 100.000 dólares anuales constituyen el 21 por ciento, versus el 29 por ciento de hombres de su misma edad que ganan en ese rango. En la época de los baby boomers, en los sesenta, las mujeres que recibían esos ingresos eran el 10 por ciento y los hombres, el 30 por ciento. En Colombia hay varias iniciativas frescas de apoyo al emprendimiento femenino, como la de Bancolombia y la fundación MET para entrenar en pitch (presentaciones de negocios) a emprendedoras, o la convocatoria de SAP al premio Mujer STEM Colombia 2020.
Google destinó un millón de dólares para capacitar a mujeres en economía digital. Sin embargo, hay una brecha más dramática que superar, la de condición socioeconómica. Un reporte del BID indica que el 77 por ciento de las mujeres que emprenden en Latinoamérica tiene niveles de educación elevados (universitarios y posgrados) y ha tenido acceso a estudios o trabajo en el exterior. Son personas bien preparadas, de estratos medios y altos, y muchas veces pertenecientes a familias con tradición emprendedora. La pobreza es una barrera aún más dura, que tiene por fuera del universo tecnológico a millones de mujeres y hombres a los que la palabra “reinventarse” les suena imposible.
Nuestras sociedades imponen roles por género. Mientras en los oficios relacionados con el cuidado de la salud las mujeres ocupan el 74 por ciento de los puestos de trabajo, en tecnología ocupan el 34 por ciento. La reducida presencia de mujeres en las TIC es un grave problema social y económico. Si Colombia quiere mejorar su competitividad, necesita más talento. Pero es difícil llevar al sector TIC a las mujeres –que constituyen la mitad de la fuerza laboral– mientras persisten tales imaginarios machistas y patriarcales que deberían avergonzarnos.