La música siempre ha sido un buen indicador de procesos de transculturación, y pocos ejemplos son tan representativos como el del acordeón. En la turbulenta época de la Latinoamérica republicana, la historia de este instrumento, compuesto de un fuelle y dos cajas de madera, resalta por la manera en que fue adoptado a lo largo del continente desde que pobladores alemanes lo trajeron a finales del siglo XIX.
Desde su arribo, este instrumento de fácil transporte se incorporó a las diferentes músicas del folclor latinoamericano, desde el sur, en el noreste de Argentina –aunque se asimiló más el bandoneón (tango), primo del acordeón–, hasta el norte en México, pasando por Chile (cueca), Paraguay (polka), Perú (huayno y vals), Brasil (forró) y hasta por República Dominicana (merengue), entre muchos otros. Pero si hay que hacer una mención especial sobre este instrumento en el continente, sin lugar a dudas hay que dirigirse a Colombia y México, donde el acordeón es parte esencial de mucha de su música folclórica más característica.Le recomendamos: El vallenato y el ‘rock’ de mi puebloUn instrumento del puebloTanto en México como en Colombia, el acordeón ingresó desde el norte y se asentó entre campesinos que ampararon la caja sonora como compañero predilecto de la extenuantes jornadas de trabajo. En México, inmigrantes alemanes que montaban vías de ferrocarril en Texas trajeron el acordeón de botones, y los locales, que trabajaban en los campos de algodón, adoptaron y favorecieron el instrumento europeo. En Colombia, por su parte, el instrumento se convirtió en un medio de comunicación, donde juglares en el caribe viajaban con el acordeón a sus espaldas de pueblo en pueblo llevando y entonado las noticias, como una especie de correo cantado.
