OPINIÓN

Cambiar nuestras historias para cambiar la historia

Colombia está inmersa en un proceso de transformación que requiere la participación de todos. En este punto, la comprensión de lo humano es fundamental.

Gerardo Andrade*
18 de septiembre de 2017

Segunda entrega de #VocesDeLaEducación, el espacio en el que se difunde la opinión de un columnista invitado para promover el tan necesario debate en torno al sistema educativo actual en Colombia, sus deficiencias, virtudes y retos.

Una de las características fundamentales de la corrupción es la prevalencia del interés individual por encima de cualquier otro. No parece haber límites para quien busca su beneficio exclusivo; por el contrario, es como si el reto de superarlos lo habilitara para desarrollar una especie de “facultad” que hace que sepa qué hacer para entorpecer el esclarecimiento de la verdad, a quién comprar para que calle o para que declare a su favor.

El contexto juega a su favor. Los Moreno, los Nule, los Uribe o los Patiño saben bien que su fortaleza radica en la fragilidad de nuestro sistema de justicia, en la descomposición de nuestro sistema político y militar, y en la dependencia de factores externos que sufre nuestro sistema productivo.

Completan el cuadro una cultura dominada por el valor del atajo y nuestro sistema educativo, empeñado aún en transmitir contenidos impertinentes, ciego a las necesidades de nuestros niños y jóvenes, y, lo peor, dotado de un poder inclemente para destruir pasiones e intereses genuinos.

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La idea de transformar la educación no es nueva, precisamente debido a que no nos conformamos con el curso que llevan nuestras sociedades. La amenaza cada vez más inminente de su destrucción nos ha conminado a buscar nuevas alternativas a lo largo de nuestra historia. La educación no se rinde. El énfasis ha recaído unas veces en la búsqueda de nuevas estrategias para desarrollar el conocimiento científico o la tecnología; más recientemente, las competencias básicas han ocupado un lugar central. La lectura crítica, las habilidades de pensamiento y la capacidad para convivir en democracia son el foco de las pruebas nacionales e internacionales que evalúan la educación.

No hay duda, hoy por hoy, de que estas competencias pueden tener un impacto positivo, especialmente porque es seguro que son las que no dejaremos de necesitar por mucho tiempo, según lo confirman estudios emprendidos en distintos medios educativos y de investigación. Desde mi punto de vista, lo más esperanzador es que tal vez, junto con el desarrollo de la introspección, la retrospección y la prospección, esas competencias nos conduzcan a algo que puede parecer simple, pero que es lo que más falta nos hace: la comprensión de lo humano.

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La comprensión de lo humano significa comprendernos a nosotros mismos, como individuos y seres sociales, y a los otros. Además implica comprender nuestros diferentes contextos y, en última instancia, nuestra propia especie. Sin embargo, aquí es importante aclarar que es una comprensión que no se centra en lo que se comprende, sino en la expresión de lo que se comprende, que se manifiesta a través de la narración.

En nuestros colegios y universidades, estas comprensiones pueden desarrollarse de acuerdo a una lógica narrativa que nos permita escribir y, sobre todo, reescribir nuestras historias.  Como lo hemos comprobado en la práctica con estudiantes de diferentes procedencias, este ejercicio tiene profundas repercusiones en el desarrollo ético, social y ciudadano. En nuestros tiempos, un bonito lema podría ser: “Cambiar nuestras historias para cambiar la historia”.

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Por esta vía, el desarrollo de la comprensión de lo humano tiene un componente de cuidado. El cuidado –como expresión concreta de comprensión, de conciencia y de valoración de todo cuanto somos y de la vida– puede ser una vacuna contra la corrupción. Quien comprenda y cuide todo lo que significa lo humano tiene menos opciones de cometer actos de corrupción; los sentimientos vivos que la comprensión y el cuidado le generen no le dejarán indiferente; harán que defienda lo colectivo con tanta o mayor fuerza que lo individual y padecerá sólo de pensar en engañarse o engañar a otros. Sus convicciones serán insobornables y sus actos, evidencia de respeto. No tendrá otra opción que responder “no” a la corrupción, a la discriminación y a la violencia con todo su ser, si no quiere perderse y condenar a su especie a la desaparición.

*Filósofo de la Universidad de Los Andes y cofundador del Instituto Alberto Merani. 

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