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Historias criollas de espionaje

Cuando se habla de espías, se piensa en las películas de James Bond o en personajes atléticos y apuestos al servicio del FBI o la CIA. Sin embargo, los servicios secretos son esenciales para preservar la estabilidad interna y externa de los Estados. En Colombia, estos también han protagonizado importantes y deshonrosos episodios.

23 de enero de 2021
Policarpa: “Vencer o morir”

La independencia fue un periodo fecundo para los espías patriotas y realistas. En cada esquina, en las chicherías o en las casas había una persona pendiente de lo que el enemigo hacía. Una de ellas fue Policarpa Salavarrieta.

Durante la reconquista española (1816-1819) la Pola, que se involucró con la causa independentista desde el 20 de julio de 1810, cuando tenía unos 14 años, se desempeñó como una hábil espía. Por órdenes del coronel patriota José Ignacio Rodríguez, llegó a la casa de la también patriota Andrea Ricaurte de Lozano.

Bajo el manto de empleada de servicio visitaba los costureros de las señoras españolas y recogía información. Fue capaz de averiguar números y movimientos de tropas enemigas, su armamento y órdenes que servían para emboscadas.

A finales de 1817 los realistas la descubrieron y fusilaron el 14 de noviembre de ese año.

La guerra de los mil Días (1899-1902)

En el último conflicto bélico bipartidista, el más cruel del siglo XIX en Colombia, que dejó un saldo de 100.000 muertos, la separación definitiva de Panamá y una crisis económica, el espionaje desempeñó un papel importante para los bandos liberal y conservador. En esa ocasión, algunas mujeres, conocidas como ‘juanas’, se desempeñaron como cocineras, combatientes y espías.

Por el lado de los conservadores existió una red de espionaje formada por la matrona conservadora doña Margarita Barros. Por la parte liberal, los ojos y oídos fueron mujeres como Eva Lezama y Emilia Leonel. En ambos partidos las informadoras era fundamentales para planear tácticas y darle un giro a la guerra.

Las infiltraciones a los carteles narcoterroristas en Colombia.

Entre las décadas de los ochenta y los noventa los grandes carteles de Cali y de Medellín pusieron en jaque al Gobierno colombiano. Con su dinero compraron a políticos, militares, policías, empresarios, y todo aquel que no aceptara estar bajo sus órdenes era asesinado.

Para enfrentar esa amenaza, el Estado colombiano recibió la ayuda las agencias de inteligencia internacionales. Gracias a ellas la inteligencia del país comenzó su modernización y dejó como resultado importantes operaciones, entre ellas la muerte de Pablo Escobar.

Como desde esa época Colombia se convirtió en la meca mundial del narcotráfico, el país empezó a ser frecuentado por agentes secretos de algunos países, como Gran Bretaña, Israel, Francia, Canadá o España. En la mayoría de las veces, el Estado colombiano estaba al tanto, en otras no.

Sobre este asunto hay cientos de historias, como la de George Temple, un británico que dirigía los servicios del MI6 en el país. En 2001 fue diagnosticado de cáncer, pero pidió cumplir su última misión: colaborar en la captura de tres irlandeses del IRA que entrenaban a las guerrillas de las Farc.

Espías Rusos

El caso más reciente en Colombia es el protagonizado por unos espías rusos. La llamada Operación Enigma, como lo denominaron varios medios nacionales, se dio en diciembre del año pasado. Según datos de inteligencia, Aleksandr Nikolayevich Belousov y Aleksandr Paristov reclutaban colaboradores locales para que les dieran información sobre empresas y el Estado colombianos.

Con base en el Tratado de Viena, que regula las prácticas de las relaciones internacionales, el Gobierno expulsó a los dos individuos. Un libro sobre el espionaje moderno.

En 2017, el veterano periodista Germán Castro Caycedo publicó el libro Una verdad oculta, en el que narra cómo los hombres y mujeres del Servicio de Inteligencia e Investigación Criminal de la Policía Nacional lograron capturar a más de 1.700 miembros del Clan del Golfo.