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El jaguar, el hijo solar, es su animal preferido. Con su fundación ofrece apoyo a los organismos que buscan preservar esta especie en vía de extinción. | Foto: ARCHIVO PARTICULAR

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Una vida entre jaguares: La historia del antropólogo que más conoce Chiribiquete

Para Carlos Castaño, autor del libro 'Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar', su obsesión por lograr que el parque fuera declarado patrimonio de la humanidad, nació después de tres encuentros cercanos con uno de los animales más peligrosos del mundo.

Dora Glottman
9 de marzo de 2020

Aunque la conversación se desarrolla en una cafetería en Bogotá, es imposible escuchar a Carlos Castaño y no sentir que es uno quien está cara a cara con un jaguar, en medio del Parque Nacional Chiribiquete.

“Yo bajaba por un riachuelo. Buscaba unas piedras que me habían llamado la atención el día anterior. Estaba anticipando mi siguiente paso, cuando lo vi en la otra orilla. Era grande, hermoso. Se fue acercando hasta que quedamos uno enfrente del otro, separados solo por cinco metros”.

En ese momento el antropólogo –en esa época director de Parques Nacionales de Colombia–, recordó lo que había escuchado alguna vez en un documental y lo puso en práctica: “Decía que hay que estar muy tranquilo y hacerse ver lo más alto posible. Entonces, subí los brazos y me quedé mirando al felino fijamente a los ojos”. Así pasaron unos minutos. Dice que le parecieron eternos. El peligroso animal agachó la mirada, dio media vuelta y se fue.

Al escuchar a Castaño hablar sobre sus encuentros con estos depredadores en el Amazonas, es difícil quitarle la mirada y pasar a otros temas. Es como una especie de hipnotismo. “Ese fue el primero de mis tres encuentros con el llamado ‘Hijo solar’”, dice el autor del libro Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar. “Después, una tarde, los escuché muy cerca”.

El antropólogo y arqueólogo de la Universidad de los Andes descubrió la serranía del Chiribiquete, entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, en noviembre de 1986.

Castaño recuerda ese día en 1998, cuando con expertos de talla mundial analizaba las más de 70.000 pinturas rupestres recién descubiertas. “Esa noche en el campamento, mientras dormíamos, oí de nuevo el rugir de los jaguares; pero más cerca y triangulados, es decir, en diferentes puntos de la maleza... Se comunicaban entre ellos”. Quedó paralizado. Como si fuera poco, escuchó tímidos, pero firmes, los pasos del animal que se acercaba a su hamaca.

“Me puse a rezar con todas mis fuerzas”, dice el antropólogo de 64 años. “¿Qué más podía hacer?”. De pronto, sintió un golpe en la espalda, e inmediatamente el rugir del felino que con su cabeza lo golpeaba. El animal volvió a bramar, caminó lentamente por el campamento y se fue.

El antropólogo y arqueólogo de la Universidad de los Andes descubrió la serranía del Chiribiquete, entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, en noviembre de 1986. Además, logró que fuera declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco y el área protegida más grande de Colombia con una superficie de 4’268.095 hectáreas.

Esta tierra sembrada en el corazón de la Amazonia guardaba varios tesoros: los tepuyes, esas mesetas con paredes verticales y cimas relativamente planas que datan de hace más de 2000 millones de años; las pinturas rupestres con 19.000 años de antigüedad; y la exquisita fauna y flora que incluye un santuario para jaguares. 

Pero este parque tiene otro misterio, más escondido y esquivo que su población de pantherinus: allí viven, por lo menos, cuatro comunidades indígenas que jamás han tenido relación o contacto con el resto de la humanidad. “Sé que están ahí, porque he visto sus huellas sobre las mías. Obviamente nos oyen llegar en los helicópteros y saben dónde estamos”.

A diferencia de los jaguares, Castaño no quiere encontrarse de frente con uno de esos indígenas amazónicos. “Por respeto no quisiera verlos. Siempre he abogado para que se prohíba el turismo en el parque y que nadie los busque. Están en su derecho de mantenerse alejados, si así lo quieren”.

Carlos logró que “la orilla del mundo”, como la llaman los indígenas, fuera declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco.

El tercer encuentro con un jaguar fue en 2017, en la orilla de un pequeño río, también en Chiribiquete. Se lavaba los dientes, acurrucado cerca del agua y vulnerable. Cuando percibió al felino a sus espaldas, se volteó despacio y le clavó los ojos, fijamente. “La mirada del animal era serena y yo le respondí con la misma calma”.

Ya canchero en esas lides, reconoce que fue placentero. Animal y hombre retomaron cada uno su camino en paz... “Es muy profundo. Cambia la vida”.

Sin duda estas experiencias cambiaron su manera de ver el mundo. Durante los doce años que fue director de Parques Nacionales se dedicó a proteger el parque de Chiribiquete y otros santuarios del país.

Hoy vive en Santa Marta con su segunda esposa, Cristal del Mar, y dirige la Fundación Herencia Ambiental. Ahora intercede por los derechos de las comunidades indígenas del Caribe colombiano. Su libro, en el que revela más de treinta años de investigación, fue best seller en el país, en diciembre del año pasado.

Le alegran las ventas, pero aclara que ese no era el fin. Lo escribió, porque prefiere que el país conozca a los indígenas y los jaguares a través de sus páginas. Espera que nadie llegue a ese paraíso del Amazonas, para que se conserve tal y como está.

* Este artículo hace parte de la última edición de la revista Jet Set. Puede leer otros aquí.