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El presidente Xi Jinping pronunciará un discurso que servirá de hoja de ruta de su agenda al futuro. Ejerce un poder personalista que se creía superado.

ANIVERSARIO

70 años de Revolución China: del maoismo al neocapitalismo

Desde su fundación en octubre de 1949, la China de Mao pasó de ser un país arruinado y un paria internacional, a convertirse hoy en una potencia protagonista de la geopolítica. Pero el cumpleaños setenta será agridulce.

28 de septiembre de 2019

Más de 15.000 soldados en 59 falanges, 160 aeronaves, 580 piezas de armamento y material bélico, 100.000 acróbatas y 30.000 invitados especiales cubrirán las calles de Beijing el lunes hasta llegar a la icónica Plaza de Tiananmén. Allí, el presidente Xi Jinping los esperará para dar su discurso de agradecimiento a Mao Zedong por la liberación del pueblo chino.

Xi –para muchos el gobernante más poderoso desde que Mao expulsó en 1949 al gobierno del generalísimo Chiang Kai-Shek– deberá expresar en qué medida su mandato representa el pasado y el futuro del gigante asiático. Y es que los aniversarios no son cosa menor en China, pues legitiman la narrativa que el Partido mantiene hasta ahora sobre el “éxito de la Revolución” y su “popularidad” entre el pueblo, y permiten hacer una controlada puesta en escena internacional y mediática para que los países “enemigos” vean a qué se enfrentarían en caso de una guerra. Por eso, los chinos no escatiman en gastos y no dejan cabos sueltos.

El gobierno planea las celebraciones más grandes hasta ahora, con la Plaza de Tiananmén como sede principal. Las fuerzas armadas desplegarán su creciente poderío militar.

En los desfiles no habrá drones, bombas de helio, palomas ni ningún otro objeto volador que no haya aprobado el gobierno previamente. No habrá extranjeros en la Plaza de Tiananmén ni periodistas que no hayan pasado el examen “que acredita su simpatía por el Partido y sus conocimientos sobre la Revolución”. Nadie podrá decir algo que cuestione a Xi y nadie que esté en la Plaza y sus alrededores podrá enviar información por redes sociales, que llevan semanas caídas. Así el gobierno se asegura de que la gente vea solo lo que ellos quieren.

De ahí que los oídos de todos estén puestos sobre el discurso de Xi. Desde que asumió el poder en 2012 y se declaró luego presidente sin un periodo definido, demostró ser un mandatario polémico. Eso le ha causado problemas con varios miembros del Partido que lo perciben, paradójicamente, como “un hombre que se abrió demasiado al mundo”, como dijo a SEMANA Timothy R. Heath, investigador principal de Rand Corporation y autor de varios libros sobre China.

Xi resulta paradójico también en el sentido de que ha logrado que China “sea más capitalista que nunca y, al mismo tiempo, más comunista que antes”. “El socialismo de mercado en China puede parecer una traición a los ideales maoístas, pero eso debería ser algo bueno. La China de ahora no tiene nada que envidiarle a la de Mao, que era desesperadamente pobre, tenía un gobierno totalitario, cruel y despiadado, y con frecuencia sufría hambrunas por la incompetencia y el celo excesivo de ideólogos como Mao. La China de Xi encontró un balance”, asegura Heath.

Su gobierno centralizado y autoritario evoca algunos elementos con los que Mao concibió el partido a mitad de siglo. Sin embargo, Xi no pretende volver al pasado. Al contrario, tiene claro que los funcionarios y civiles solo serán leales al partido si aumenta su calidad de vida, se moderniza la economía y se combate la corrupción, uno de los puntos principales en su agenda.

Es decir, Xi comparte con Mao la convicción de que la lealtad absoluta al poder del PCCh es esencial para el éxito de China, y cree en el autoritarismo como el camino para ese éxito. Pero se distancia de él en la concepción de una economía “de chinos para los chinos”, cerrada sobre sí misma y aislacionista. Xi, sobre todo, cree en la expansión y en el imperialismo. Por eso, no duda en hacer negocios con más de 150 países. Incluso con Estados Unidos, antes de que Donald Trump empezara la obstinada guerra comercial, que no está dejando nada bueno para nadie.

Mao Zedong  proclamó la República Popular en octubre de 1949 y gobernó hasta su muerte. Hoy lo veneran, aunque no lo sigan estrictamente.

No hay duda, entonces, de que las celebraciones por los setenta años de la República Popular son una gran oportunidad para que Xi demuestre por qué lo llaman el presidente más poderoso del mundo y para que explique también a qué le apunta su gobierno, que al parecer será largo.

No obstante, por más de que intente volcar las cámaras a la Plaza, por más de que pretenda mostrar la opulencia y que solo invite a sus seguidores, no puede hacerse el de los oídos sordos mientras Hong Kong, Taiwán y Tíbet organizan multitudinarias manifestaciones contra su gobierno. Tampoco puede evitar que los medios cubran las marchas en países de Occidente en las que lo señalarán por la constante violación a los derechos humanos.

Así pues, todo indica que el aniversario estará marcado por tres asuntos que ponen en jaque la estabilidad china. El primero, según dijo a SEMANA David A. Shlapak, politólogo de la Universidad de Northwestern, es la falta de confianza de los jóvenes en el comunismo clásico. “Si la economía desacelera, como ha venido sucediendo, el desempleo aumenta y, con ello, su inconformidad con el sistema. Tras haber matado a los grandes dioses: Marx, Lenin y Mao, al Partido Comunista le quedan solo los pequeños: Smith y Keynes. Y si esos tampoco funcionan, ¿quién los reemplazará? El dios del autoritarismo, del nepotismo y del nacionalismo. Los jóvenes están cansados”.

El segundo es la crisis sin fin de Hong Kong. A pesar de que Carrie Lam, jefa del ejecutivo, quitó la ley de extradición, abrió una caja de Pandora que sigue creciendo. Pues los hongkoneses percibieron desde entonces el deseo de China de intervenir más en sus asuntos y de quitarles la semiautonomía. Xi ha dejado más que claro que no está dispuesto a tener “demócratas, capitalistas y proestadounidenses” en su país. Tendrá que decidir si pesa más el autoritarismo, la cohesión nacional y su partido, o los intereses económicos y las relaciones diplomáticas, que empiezan a resentirse ante sus ataques de “fuego y furia”.

Finalmente, Hong Kong produjo un efecto dominó en las demás regiones de China en conflicto con el gobierno de Beijing. Es el caso de Taiwán, que tendrá elecciones en enero de 2020 y que está virando, según las encuestas, hacia Tsai Ing-wen, una férrea defensora de la independencia y crítica del Partido Comunista. En caso de que eso suceda, Xi tendrá que replantear las promesas que hizo al inicio de su mandato, cuando aseguró que Taiwán se uniría voluntariamente a China, para ser parte del gran proyecto nacional.

En todo caso, el lunes el gigante asiático se encargará de mostrar su mejor cara y de ostentar la belleza de Beijing con marchas militares y banderas ondeantes. 

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El camino de la Revolución

En 1949, acompañado por miles de obreros, Mao Zedong cambió para siempre la historia de China.

La Larga Marcha:

El 16 de octubre de 1934, 86.000 personas siguieron a Mao y al Ejército Rojo en un camino de más de 12.000 kilómetros rumbo a Beijing para derrocar, años después, al partido nacionalista Kuomintang.

Triunfa la Revolución:

El 1 de octubre de 1949, Mao Zedong expulsó a los nacionalistas de Chiang Kai-Shek, que se refugiaron en Taiwán. Comenzó su revolución política, social y económica.

El gran salto adelante:

En 1958, Mao impulsó un plan para industrializar China y expropió las tierras de labranza. Más de 20 millones de personas murieron de hambre debido a los sistemas de producción colectivista que acabaron con la agricultura tradicional.

La revolución cultural:

Mao instauró en 1966 un proyecto basado en el culto a la personalidad, la obediencia a la doctrina y la abolición de cualquier rastro de capitalismo burgués. Desde la infancia, el Partido creaba ciudadanos dominados por el fanatismo.

Muere Mao:

El 9 de septiembre de 1976, a los 82 años, murió Mao de un ataque al corazón. Su cuerpo permanece embalsamado y expuesto en la Plaza de Tiananmén. Todavía, en algunas zonas rurales de China, lo consideran un dios.

Deng Xiaoping: 

Con la muerte de Mao, tras varios gobiernos, Deng aprovechó el desencanto de algunos cuadros y ascendió al poder con el lema “no importa el color del gato siempre que cace ratones”. En 1978 comenzó las reformas económicas y la liberalización del mercado para crear un sistema de capitalismo estatal. Pero no cedería el poder. De ahí la masacre de los estudiantes de Tiananmén que buscaron instaurar la democracia en 1989.