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| Foto: David Estrada Larrañeta

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Hidroituango: Así ha sido huir y dejarlo todo en Puerto Valdivia

Desde el medio día de este miércoles los habitantes de Puerto Valdivia han estado sometidos a la incertidumbre de lo sucedido en Hidroituango. Las autoridades han decidido evacuar el caserío mientras pasa la contingencia, que parece tomar giros inesperados y podría poner en riesgo a más de cinco poblaciones en Antioquia y Córdoba.

Daniel Rivera Marín, enviado especial a Puerto Valdivia
16 de mayo de 2018

En el puente de Puerto Valdivia las familias caminaban con paso apretado llevando pocas cosas: el celular, el cargador y una mochila en los hombros que muchos tenían preparada desde el fin de semana. Adentro iba lo esencial: una linterna, dos camisetas, ropa interior, agua. Otros tantos consolaban bebés rollizos a quienes mecían como si se tratara de un mantra personal de autoconsuelo: dar tranquilidad para encontrar la calma propia.

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Minutos antes una gran alarma se escuchó por todo el cañón que forma el río Cauca y donde hace más de cien años se instaló este caserío exiguo y pobre que es Puerto Valdivia, entonces las familias que viven en los bajos del caserío, en esas zonas donde el agua lame las orillas terrosas de la ribera, donde todos se han acostumbrado en épocas de lluvias a sacar el agua a baldados, empezaron a correr con colchones, camas, nocheros, televisores para que la creciente no les sacara de un solo golpe todo lo poco que han conseguido, pues cinco días atrás ya habían tenido que salir braceando, agarrándose de cualquier mata profunda para salvar su vida dejando todo atrás.  

Foto: David Estrada Larrañeta

Pero después en el puente lo que se vio fueron las caras desencajadas, la angustia, los gritos, el miedo y un hombre mayor, de unos cincuenta años, camisa azul, con una niña rubia agarrada de la mano. Cuando vio una cámara de SEMANA, se dirigió a ella decidido y dijo con rabia: “EPM ocultó todo, porque sabemos que el deslizamiento ocurrió desde el jueves pasado y durante estos días solo se ha hecho paños de agua tibia sobre la comunidad que todavía no está totalmente reubicada. Tenemos gente sin dónde vivir, sin qué comer, sin qué ponerse. El asunto es de alarma no solamente municipal ni departamental sino para todo el país. Necesitamos la presencia del señor gobernador y, por qué no, del señor presidente la República, para que sepan lo que está ocurriendo en Puerto Valdivia y todo eso ocurrido por la mala información transmitida por EPM”.

La comunidad exigía respuestas pero no encontraron más que la orden, ejercida por soldados y policías, de evacuar, de alejarse del puente. Mientras tanto en Hidroituango el agua que había entrado a la casa de máquinas buscaba escapar por las vías de acceso al personal, pues un taponamiento impedía su curso natural. A los pobladores de Puerto Valdivia les empezaban a llegar videos y fotos de familiares que trabajan como obreros en la presa y donde les advertían que el río iba a bajar con fuerza, pero el río nunca creció. La troncal a la costa Atlántica se iba atiborrando de camiones que no podían seguir su camino y la gente se acomodaba en las cunetas o en la casa de algún amigo en la vera de la carretera y entre esa multitud estaba William García, un hombre joven que llevaba un niño de brazos y que la mirada perdida de un borracho. Pero William no bebe y más bien estaba borracho de miedo: “Mire esta niña tan pequeña y yo corriendo con ella”, y la niña miraba el infinito que miran los bebes, la nada pura, y su madre se restregaba las lágrimas en la cara, con la preocupación latente.

Foto: David Estrada Larrañeta

Pero con el paso de las horas la preocupación y el miedo se convirtieron en desesperación: el río no crecía, mantenía su flujo delicado y sutil; los militares mantenían su cara de siempre alerta y los labios cerrados y de EPM no había nadie: nadie. Los funcionarios fueron los primeros en evacuar, en tomar la troncal hacia la montaña, donde al agua no podía llegar. Una mujer entrada en años, más de sesenta, sentada en una silla plástica en el estadero Brisas del Cauca —que apenas se construye y que desde el sábado fue invadido por algunos damnificados— se llevó a la boca un gran hueso del que florecían hilachas de carne y dijo: “Aquí tiene que haber tiempo para comer, porque qué hambre”.

Y en el puente todo empezaba a empeorar: los hombres se acercaban, intimidantes, a los oficiales de policía, los encaraban, les gritaban déjennos pasar que ya tenemos hambre y aquí no va a pasar nada y EPM no responde, no dice que está sucediendo. ¿Qué piensan los oficiales mientras oyen los insultos y ven la insensatez a la que llevan el desespero y el hambre? Nada. No responden. Los ánimos se caldearon hasta que un aguacero se soltó sobre el Cauca y todos corrieron a sus casas, primero lo urgente: escamparse, comer, “este río no se creció”, dijo alguno.


Foto: David Estrada Larrañeta

Lejos, en Medellín, ya se sabía lo que pasaba, que un poco antes del mediodía “hubo una obstrucción temporal y de forma natural en el caudal que se estaba evacuando a través de la casa de máquinas del proyecto hidroeléctrico Ituango, en el Norte de Antioquia”. Para muchos quedó resonando la palabra natural, que se ha convertido en la constante en los problemas de las últimas semanas en Hidroituango y algunos habitantes de Puerto Valdivia lo han sabido desde hace días, como lo dijo Cecilia, que lo perdió todo el sábado: “Estamos en manos de la naturaleza, porque los hombres no pudieron con ella”.

Después se supo que la situación era tan grave, tan riesgosa, que desde el Puesto de Mando Unificado se activó un plan de emergencia que contó con el apoyo de los alcaldes de los municipios de aguas abajo —Tarazá, Cáceres, Caucasia— y de varios gobernadores: “El Gobernador de Antioquia llamó a cada uno de los alcaldes de las localidades aguas abajo del proyecto, así como a los gobernadores de Sucre, Córdoba y Bolívar para alertar por la situación”.


Foto: David Estrada Larrañeta

Las personas ya en sus casas comieron, saciaron el hambre, pero no tuvieron descanso, porque después de la carta enviada por el gobernador Luis Pérez, el alcalde Federico Gutiérrez, y el gerente de EPM Jorge Londoño de la Cuesta, en la que le piden al presidente de la República ayuda para un momento crítico que puede afectar hasta La Mojana, carta que se esparció de celular en celular después de las siete de la noche, vino lo que para muchos parecía un escape definitivo: dejarlo todo hasta que se encuentre una solución, hasta que los ingenieros puedan llegar a la cota 410 del muro de presa y así estar a nivel del vertedero, o hasta que el agua fluya con normalidad por la casa de máquinas.   

En la noche —esta noche de miércoles en Valdivia, municipio del que hace parte Puerto Valdivia y que está a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar, en la cresta de la cordillera—, después de evacuar y volver a las casas y volver a evacuar, los pobladores cansados se preguntan qué va a pasar con sus casas, con su vida, con ese pedazo de tierra y río que hasta hace poco era de ellos y ahora parece que nunca más.

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