NACIÓN
El periódico de las trabajadoras sexuales que salva vidas en el barrio Santa Fe
'La Esquina' es un medio de comunicación local que busca promover información sobre el arte, patrimonio e historias de vida en un barrio inundado por las drogas, la violencia y la prostitución.
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Buena parte de sus 56 años de vida los ha pasado en las calles del barrio Santa Fe, recostada contra alguna pared mientras pesca algún cliente que le dé un rato de trabajo para pagar una pieza o algún bocado para morder. Marcela ha pasado casi toda su vida en las mismas, y cansada de una rutina tan pesada como una cadena en el cuello, decidió buscarse otra forma de vivir que le diera algo de luz a tanta oscuridad.
Desde hace siete meses cogió una cámara. La razón: un periódico local llamado ‘La Esquina’ producido por trabajadoras sexuales de la localidad que le apuesta a contar las historias que los grandes medios no quieren “que porque solo nos buscan para contar el morbo que les despertamos”, alega.
La Esquina nació como una idea comunitaria que en realidad está asociada a fundaciones y grupos sociales. Ángel López, es uno de los impulsores de que el periódico exista, pues se dio cuenta que un medio de comunicación fortalecería como comunidad a las trabajadoras sexuales. Pasaba por un momento difícil de su vida, y encontró en esta humilde labor social una razón para escapar y sentirse más vivo.
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Marcela no sabe leer, tampoco escribir. Pero sabe tomar fotos. Su primera misión fue buscar a Constanza, una vieja amiga, la trabajadora trans más antigua del barrio. Y le disparó. Pero con el obturador de su pequeña compacta de color naranja.
Saca hilo rojo y aguja. Chuza la tela en la tensadora y no le quita la mirada ni para hablar. ‘La Esquina’ no le ha robado tiempo, sino que se lo ha regalado. Marcela piensa en encuadres, en todas esas historias que van caminando por las calles del Santa Fe y que se ocultan en piel expuesta y tatuajes.
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Es analfabeta, pero dejará de serlo cuando termine la primaria, algo muy fácil para alguien que ha logrado cosas mucho más difíciles. De la nada ya ha dibujado unas rosas con su hilo rojo y aguja, y ahora comienza con otro color a reteñir la mano que las sostiene.
Cuando quiere va al teatro La Candelaria. Ha montado varias obras. Fue pupila del aclamado Santiago García. Amiga confidente de Pacho Martínez “que está en el cielo con Diosito”. Viajó a Holanda y a Gales con una compañía francesa para montarse a las tablas y actuar en ‘Roberto Zucco’. Le encanta la danza. Vivió en la calle cuando tenía 16 años y a veces se refugiaba en la fundación Cachivaches. Se vio Todo sobre mi madre de Almodóvar y desde ese día se puso como apellido Agrado, Marcela Agrado.
Ahora disfruta de un nuevo amor llamado fotografía, esa que usa en La Esquina para mostrarle a la gente que “hay otras formas de ver nuestra localidad, porque la gente cree que nos ha tocado fácil y hemos tenido una vida dura, llena de…”.
Y una máquina de coser la interrumpe.
“De maltrato, de violación, de tortura, de todo, mi amor”, dice Lorena Barriga con la fuerza imponente de su voz. En su cabeza tiene todavía guardados los peores recuerdos que puede tener una trabajadora sexual trans.
Detiene el pedal que mueve le aguja y deja de coser la pieza del vestido de baile que la tenía tan ocupada. Hay mujeres trans que han muerto desde que Lorena se prostituía en las calles, pero hay unas pocas, como ella, que han sobrevivido para contarlo.
Ha visto cómo un carro baja sus vidrios para que una mano se asome con una subametralladora que dispara a discreción, ha visto cuerpos de “las maricas” en el suelo, se ha escondido de la policía cuando parqueaban una tanqueta frente a las residencias y bajaban decenas de policías a buscarlas, para golpearlas con sus bolillos, para encerrarlas un mes en la cárcel por lucir ropa de mujer, para quitarles sus prendas y quemarlas, para violarlas, para torturarlas, “para limpiar el piso con nosotras”.
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No, reitera todas las veces que pueda que no se ha inventado nada, que no lo ha sacado de un libro ni de una película. Que lo ha vivido… o mejor, sobrevivido.
Desde hace siete meses se comprometió con la misión de escribir, a partir de sus experiencias, cómo la sociedad ha discriminado a lo largo de los años a las trabajadoras sexuales, y en especial, a las mujeres trans.
Atrás han quedado esos días eternos donde podía pasar 24 horas, recostada en un poste o en una pared, sin bajar bandera –sin conseguir al menos un cliente- que le pague lo suficiente como para pagar la pieza y comer.
Como conoce a fondo la experiencia que viven tantas jóvenes, decidió crear una sección en el periódico que se titula Gourmet a 10 lucas. Su objetivo es publicar recetas baratas para que las vidas de tantas trabajadoras puedan disfrutar sabores distintos de vez en cuando. Lorena sabe muy bien que ellas pueden pasar noches enteras sin probar algo.
Está ansiosa porque la siguiente semana La Esquina verá su segunda edición. Y sabe que ese espacio le servirá para denunciar las cosas que tanto ha combatido desde que se caminaba las calles del centro, antes en la caracas con 26 hasta la 19, hoy en el Santa Fe.
El caso más reciente que ha visto tiene la indignada. Wendy, una mujer trans que nació sin un brazo, recibió un mal procedimiento. A los 41 años se practicaba un tratamiento por orden de sus médicos, y una inyección mal puesta cerca a su entrepierna le ocasionó un dolor intenso. A las tres horas no aguantó más y se quejó en el centro médico de Kennedy donde estaba siendo atendida.
Perdió su pierna. Quienes le pusieron mal la inyección dijeron que le ayudarían pero eso nunca pasó, ya no podía barrer ni cocinar, entró en depresión, le dieron un bono de emergencia por solo tres meses, no le dieron ningún auxilio por ser discapacitada “porque no es discapacitada”, se apoya en los brazos del que se apiade de ella porque no tiene ni muletas ni silla de ruedas. “Se le tiraron la vida”, concluye Lorena.
Y para rematar, la Fiscalía no ha avanzado en el proceso, porque dice que no hay suficientes pruebas. “Por eso le digo que a nosotras nos discriminan en todo lado, ni vida digna, ni trabajo, ni salud”.
“Y eso del trabajo no me vengan a decir que es por pereza, porque he ido a muchas entrevistas que convoca el distrito y adivine por qué no me contratan… ¡pues porque dicen que quieren a alguien con experiencia! Pero es que una nunca ha tenido el derecho a ejercer”. Remata.
Por eso todas dicen que La Esquina no es solo una publicación que las entretiene, o que explota su creatividad, sino que es necesaria para ellas.
“La cultura nunca puede faltar" dice Nikoll Ortiz, quien apoya un grupo de danza cultural que tiene alianza con el periódico para promover practicas diferentes a la prostitución. “Porque yo pienso que la vida no puede ser solo eso”.
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Otros grandes colaboradores son Sebastián Reyes y Juan David Quiroga, un diseñador de modas y un sociólogo que entre tanda miseria, droga y prostitución debía haber un lugar donde cualquier trabajadora pudiera ir a despejar su mente en otra cosa. Se llaman Fundación Movilizarte. “Y nuestra lucha es desde la moda”. Curioso, porque precisamente la moda, el vestir como mujer, fue uno de los primeros conflictos que se crearon en el barrio y la localidad.
Y desde ese pequeño taller cosen, pasan hilos, cambian telas, dibujan y hacen bordados. Y cuando eso pasa a estas mujeres se les aparecen otras oportunidades para darle más vida a la vida.
Una mujer trans con marcado acento argentino, pero con muchas palabras colombianas, aparece en el taller y saca una guitarra. Interpreta sin dificultad y con precisión boleros y tangos complicados, y si no toca, canta. Es una noche más, de las tantas a donde ha ido por escenarios haciendo música para teatros o presentando sus adaptaciones.
“Hay vida más allá del cliente, de la droga, de proxeneta. Cuando tejemos, cuando tomamos una foto o tocamos guitarra nuestro sistema límbico se estimula, es una cosa emocional. Y soy feliz como me veo hoy. Yo solo espero que este lugar se vuelva más grande”.
Hay muchas cosas que un periódico puede hacer.