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| Foto: Guillermo Torres

BOGOTÁ

¿Por qué colapsó TransMilenio?

Montarse en un bus articulado rojo se ha convertido en un infierno. SEMANA explica por qué la indignación de los usuarios no es un complot como dice el alcalde.

8 de marzo de 2014

El alcalde Gustavo Petro parece haber entendido como pocos el proverbio chino de que una crisis es una oportunidad. En la versión petrista: si una crisis afecta a Bogotá, el alcalde la aprovecha para sacar réditos políticos.

Así lo hizo cuando el procurador Alejandro Ordóñez ordenó su destitución en diciembre pasado: Petro se volcó a la Plaza de Bolívar, agitó las masas, activó el chip de los indignados y recuperó puntos en las encuestas.

Aplicó la misma dosis el martes de esta semana cuando TransMilenio (TM) hizo crisis. Ocho estaciones colapsaron, una persona quedó gravemente herida y otras seis sufrieron heridas leves. Petro se fue hasta la estación de Suba, la que vivía la situación más crítica, y allí se subió encima de un vehículo de la Policía para arengar a los usuarios ofuscados.

El alcalde habló durante casi tres horas, se lavó las manos –“soy el más consciente de que TransMilenio no funciona bien, es un negocio privado”–y a renglón seguido se presentó como un indignado más: “Necesitamos a 50.000 personas presionando a los operadores privados para poder renegociar los contratos de las fases 1 y 2 de TransMilenio”, dijo. Pasó entonces de ser el alcalde que tenía que dar respuestas a camuflarse entre los usuarios como un indignado más. Una víctima.

A eso se suma que ha querido asociar los bloqueos a TransMilenio con un complot orquestado contra su alcaldía. Pero no todos le compraron su argumento. Tanto en Twitter como en vivo y en directo los usuarios le replicaron al alcalde. Y al final se supo que el detonante del caos del martes es el mismo que les ha sacado la piedra a los usuarios en los últimos meses: 1) Pasan diez o 20 minutos sin que llegue el bus de una ruta. 2) Hay cientos de personas esperando. 3) Siguen llegando más personas a la primera estación. 4) Y cualquier gota rebosa la copa: como por ejemplo que pase un bus desocupado y no los recoja porque tiene instrucciones desde el centro de control de TransMilenio, manejado por funcionarios del Distrito, de seguir a otra estación.

Y es que más allá de algunos saboteadores que pueden estar echándole leña al fuego, la verdad es que subirse en un bus articulado rojo se ha convertido en una tortura. Como le dijo al alcalde una joven estudiante, con el rostro desencajado y en tono de regaño: “Yo quiero que usted se suba a un TransMilenio en hora pico, que usted sienta lo que nosotros sentimos. ¡Qué usted sienta el toqueteo! ¡Que le roben el celular!”.

Ella no es la única indignada. Semana.com convocó a usuarios de TransMilenio a contar sus historias y llegaron decenas de relatos en los que se refleja el desespero y la indignación de los bogotanos.

Hay un grave problema de hacinamiento. Y la disculpa que hasta ahora se venía utilizando de que así, apeñuscados, es como operan los metros en el mundo, ya no sirve. Los datos muestran que el de Bogotá tiene promedios intolerables. Como el mismo alcalde Petro lo reconoció, TransMilenio tiene un promedio de ocho pasajeros por metro cuadrado, muy por encima del estándar mundial que es de seis pasajeros por metro cuadrado.

¿Por qué se llegó a este punto? Para 2016 tenía que estar completa la malla de 388 kilómetros de vías exclusivas en un total de 20 troncales (según documento Conpes de 2000). Pero hoy solo van 109 kilómetros construidos. “La ciudad crece y TransMilenio sigue igual a como estaba hace ocho años. Es como si un niño de 10 años a los 18 años tiene la misma ropa”, explica un operador.

El viacrucis comenzó con el alcalde Lucho Garzón. En la pelea que tenía con su antecesor, Enrique Peñalosa, y con el argumento de que su gobierno no se iba a dedicar al concreto, no construyó ninguna troncal. Solo faltando dos días para terminar su gobierno, en diciembre de 2007, entregó su única licitación.

Pero cometió dos grandes pecados: primero, descartó los corredores que por flujo de gente más necesitaban de TransMilenio, como la Séptima o la Boyacá, y se la jugó por la Avenida El Dorado que para ese momento no era viable económicamente. Y su segundo pecado fue darle uno de los tramos al polémico Grupo Nule. Ahí fue Troya.

Con Samuel Moreno todo empeoró. Este ganó la Alcaldía con la promesa de construir el metro y durante su administración se declaró anti TransMilenio.

Y el alcalde Gustavo Petro tampoco ha hecho mucho por el sistema en los dos años y dos meses que lleva de gobierno. Apenas ahora está anunciando la licitación del TransMilenio de la Boyacá. Él alega que la demora se ha debido a que el Concejo no le aprobó a tiempo los recursos. Y en parte es cierto.

Pero de otro lado hay fallas de su gobierno. El mismo gerente de TransMilenio, Fernando Sanclemente, reconoció en el Concejo la semana pasada que los dos contratos para ampliar cinco de las estaciones más hacinadas se cayeron el año pasado por errores del IDU. De otra parte, el concejal Juan Carlos Flórez mostró cómo la ejecución de infraestructura para transporte público en 2012 solo llegó al 34 por ciento de la meta y en 2013 al 68 por ciento.

Y tal vez lo que deja más mal parado a Petro, o por lo menos contradice todo su discurso antiprivados, es la prórroga del contrato que hizo hace un año a los operadores de las fases I y II de TransMilenio. Es decir, al contrario de la arenga de la semana pasada, en la que les pedía a los bogotanos apoyarlo para renegociar los contratos, lo cierto es que él ya los renegoció.

Petro alega que la renegociación le significó un ahorro a la ciudad, pues se les paga 76.000 millones de pesos menos a los operadores. Pero también es verdad que lo hizo a cambio de extenderles la vida útil a los buses rojos y por ende, no solo sacrificar calidad para los usuarios sino también extenderles por dos o tres años más los contratos a los privados a los que tanto ataca.

Hay una historia que aún no se ha contado sobre los intríngulis de esa negociación. Las conversaciones entre Petro y los operadores de TransMilenio comenzaron prácticamente desde cuando él llegó a la Alcaldía. La lógica del alcalde era idéntica al caso de las basuras: hay que quitarles el negocio a los privados que se están haciendo ricos a costa de prestarle un servicio a la ciudad.

Y eso, palabras más palabras menos, les dijo a los operadores en la primera reunión que tuvieron. Los primeros contratos se vencían en diciembre de 2013 y en teoría tenía suficiente tiempo –dos años– para abrir una nueva licitación. Pero, tal vez sin darse cuenta, el tiempo se le fue escurriendo entre los dedos.

“Él nos citaba, llegaba tarde, a veces una hora y media. Nos regañaba y nosotros nos quedábamos callados. Pero el Distrito no avanzaba”, le contó a SEMANA uno de los dueños de las empresas operadoras.

Cada día que pasaba era ganancia para los privados que terminaron ganando el pulso. Entre otras cosas porque en medio de estas conversaciones, estalló el escándalo de las basuras, y el alcalde Petro tuvo que dedicar todo su tiempo a ese lío. Cuando se dio cuenta, ya era tarde para abrir una nueva licitación. El propio gerente de TransMilenio lo reconoció en una entrevista. “La administración de TransMilenio se durmió, no preparó la licitación pública, las conversaciones con los operadores estaban empantanadas y nosotros lo que hicimos fue lograr una negociación”, dijo Sanclemente.

El colapso de las basuras ocurrió en diciembre de 2012 y enero de 2013 y Petro, que no se podía permitir otra crisis parecida, negoció con los operadores privados de TransMilenio en marzo de 2013.

Y lo que la ciudad no sabe es que el alcalde Gustavo Petro fue aún más allá pues les dio permiso a dos de los siete concesionarios de TransMilenio, Express y GMovil, para incorporar cerca de 380 buses. Eso que en teoría es bueno para aliviar la congestión del sistema, pero desde otro punto de vista se podría cuestionar que les haya dado vía libre para traer una flota de un tamaño como este (igual a la que se aprobó para las primeras cuatro troncales de TransMilenio) sin tener que someterse a licitación y sin tener que chatarrizar. ¿Por qué el alcalde Petro les da estas gabelas a los privados que tanto ataca?

“Me tocó cambiar de trabajo” 

Bibiana Gómez López tuvo que renunciar porque TransMilenio la estaba enfermando. 



“Como diseñadora gráfica trabajé en varios lugares lejos de mi casa en Kennedy. Comencé a sufrir una terrible gastritis. Me di cuenta de que todo comenzaba al llegar a la fila del TransMilenio. La estupidez de la gente me enervaba y pedía a los demás que no generaran desorden. Muchos me gritaban ‘¡no sea sapa!’, y yo me sentía como ‘una loquita de mal genio’. Esperaba a que pasaran varios buses, para no tener que irme como calcomanía en la puerta. Ahí comenzaba a enfermarme y pasaba el día tomando medicamentos. Fui a un médico que me recetó unas gotas para el estrés brutal que tenía. No era por el trabajo, sino por el transporte que me enloquecía. Llevo tres años trabajando en mi casa, independiente, porque no soporto el tráfico”.

“Todos los días son una tortura para mÍ” 

Octavio Avella vive toda una odisea para ir a su universidad y al trabajo. Culpa al sistema de vivir estresado y de mal genio. 



“Por más actitud positiva que le ponga a la vida, no puedo pasar por alto lo que he vivido en TransMilenio. Todos los días son una tortura para mí. Tengo 24 años, trabajo en una empresa en Chapinero, estudio Ingeniería en el centro y vivo en Santa Isabel. Mi maratónico día empieza a las 6:30 de la mañana. Espero hasta una hora para poderme subir en el bus. Llego al trabajo golpeado y el traje, recién comprado o lavado, sucio y arrugado. A las cinco de la tarde tomo otro TransMilenio para ir al centro. Si en la mañana es imposible, en la tarde es aún peor. La gente se abalanza, no deja salir y grita. Al final es imposible no malhumorarse y quejarse por lo inhumano e injusto que es montarse ahí”.

“Estoy poniendo en riesgo la vida de mi bebé” 

Para Andrea Moya los articulados son los principales enemigos de las mujeres embarazadas. 

 

“Soy usuaria hace varios años y ya me había acostumbrado a ese trajín. Pero ahora que estoy embarazada movilizarme es imposible. Tomo un bus en el portal de Suba en medio de empujones y maltratos. Estoy poniendo en riesgo la vida de mi bebé ya que TransMilenio no cuenta con accesos preferenciales y las personas no respetan la primera puerta del articulado que se supone es para nosotras. Cundo logro entrar, las sillas azules son insuficientes. Y a eso hay que sumarle la mala ventilación que hace imposible el viaje para cualquier mujer embarazada. Todos los días voy hasta la estación Calle 19 en el centro. Me demoro hora y media en llegar y más de dos horas en volver”.

“Tengo que defender a mi hijo a golpes, caídas y apretujones”

Esta es la aventura que vive Jorge Bonilla para llevar a su niño al colegio. 



“Salgo de la casa a las 5:20 de la madrugada con mi hijo de 11 años para poder dejarlo en su colegio en Teusaquillo a las 6:40 de la mañana. Vivo cerca al portal el Tunal y subirse a los buses es casi imposible. Yo no me preocupo por coger puesto pero sí por defender a mi hijo de los golpes, caídas y apretujones a los que se somete. Después de una hora de viaje, nos bajamos en la estación de Marly. Mi hijo se queda en el colegio y yo tengo que tomar un bus otra hora hasta mi trabajo. Salgo de la oficina a las seis y es un sufrimiento pensar que voy ‘pal transmi’. Cuando llego a mi casa completo mínimo tres horas de viaje tortuoso y estresante, con ganas de mandar todo al carajo”.

“Soy víctima de ese monstruo verde llamado alimentador” 

Ángela Montoya asegura que hay tan pocos alimentadores que las personas se abalanzan a ellos como si estuvieran regalando lechona.

“He sido una víctima del tormentoso Transmilenio, específicamente de ese monstruo verde llamado ‘Alimentador’. Vivo en la localidad de Usme. Ni en la sabana africana se puede  ver tal cosa. Uno ve cómo pasan hasta tres alimentadores llenos. Las personas se abalanzan como si un político estuviese regalando lechona y ahí sí comienza lo bueno. He sufrido tirones, arañazos, pérdidas de zapatos, ‘roce social’ con pervertidos, etcétera. ”

El fracaso Lucho-Moreno-Petro

Lucho Garzón, en la pelea con su antecesor, Enrique Peñalosa, y con el argumento de que no se iba a dedicar al cemento, no construyó ninguna troncal. Faltando dos días para terminar su periodo, entregó la de la calle 26 y uno de los tramos al polémico Grupo Nule.

Samuel Moreno
ganó la alcaldía con la promesa de construir el Metro y durante su administración se declaró anti Transmilenio.

Gustavo Petro
, con la misma lógica que aplicó para las basuras, de que los privados se están haciendo ricos a costa de prestarle un servicio a la ciudad, estuvo de pelea con los de TransMilenio durante más de un año. Pero al final, tras la crisis de las basuras, y ad portas de que se vencieran los contratos, no solo prorrogó el contrato a los operadores de las fases I y II de Transmilenio sino que a dedo les permitió a dos de los operadores traer más buses.