CINE
En ‘Oppenheimer’, su película más importante, Christopher Nolan quema el mundo: esta es la reseña de SEMANA
El director y guionista británico estrena su ambicioso y estremecedor relato de tres horas sobre el padre de la bomba atómica. En medio de una crisis que redefinirá a Hollywood o lo destruirá, una película de verdad como esta deja clara la relevancia de poner sobre la mesa los dilemas morales de la humanidad.
¿Oprimiría usted el botón? Si supiera que acarrea el riesgo de quemar el mundo entero, ¿lo haría en nombre de ganar una guerra y establecerse como la potencia a temer? El presidente estadounidense Harry S. Truman lo hizo sin dudarlo. Por orden suya, el 6 y el 9 de agosto de 1945, con las fuerzas nazis derrotadas, con la intención de doblegar a un ejército japonés débil, pero obstinado, y ante la amenaza de la Unión Soviética como potencia mundial y competencia, dos bombas atómicas cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki y enviaron un mensaje.
No era el mensaje que el creador de esas bombas, el científico Robert J. Oppenheimer (1904-1967), hubiera querido expresar. Inocente, probablemente para justificar su misión y cumplirla, el físico alcanzó a imaginar en los primeros días del Proyecto Manhattan (que él dirigió y que creó la bomba atómica) que un evento tan horrible como desatar el máximo poder de destrucción humana podía detener no solo la Segunda Guerra Mundial, sino todos los conflictos en el futuro. Pero rápidamente se dio cuenta de su candidez.
Las armas de destrucción masiva cayeron desde el aire, y su trágica detonación calcinó instantáneamente a 110.000 ciudadanos. En esos minutos, la Tierra fue el infierno, pero en los años por venir, la radiación que liberó la ensordecedora y enceguecedora explosión duplicó el número de víctimas. En total, 220.00 japoneses perecieron por cuenta del macabro golpe. Casi ocho décadas después, el hongo atómico elevándose y ratificando que el ser humano tenía el poder de destruirse a sí mismo sigue ilustrando un camino sin retorno. El hecho genera un vacío aterrador, y debe hacerlo, especialmente porque ese peligro sigue latente.
La pesadilla y el horror que vivieron los japoneses no se retrata en la nueva e importante película de Christopher Nolan, no es su punto, pero sí es su contexto y su elefante en la sala. En Oppenheimer, el director y guionista británico no revisita lo que la historia ya ha contado con justificada insistencia porque se enfoca en complementarlo poderosamente, iluminando rincones poco conocidos.
En la película 12 de su trayectoria, que cuenta éxitos de culto y a la vez masivas como The Prestige, Inception, Interstellar, The Dark Knight, Dunkirk y más, Nolan entrega su primera película biográfica, que dista mucho de una biopic. Oppenheimer es un estudio sobre el personaje que logró lo que su tiempo y su Gobierno le pidieron, y su talento y ambición le permitieron conseguir: ser el destructor de mundos. Esta mirada a este Prometeo de la vida real, que le quitó a Dios el monopolio de la destrucción y se lo dio a los hombres, también explora la manera en la que, por giros de los conflictos armados y las actitudes cambiantes que generan, fue desacreditado por el país que lo elevó como un héroe.
Además de sumergir a su audiencia en la cabeza del hombre que cargó con una responsabilidad como ninguna y el peso de la muerte de cientos de miles, la película de 180 minutos entrega una radiografía impresionante de los cambios drásticos en los tiempos que vivió, llevando a su audiencia del combate antinazi a la persecución anticomunista del macartismo. Así pues, el relato enhebra amenazas cambiantes y posturas pragmáticas y brutales del Gobierno estadounidense, mientras integra las vivencias de los colegas de misión de Oppenheimer, la relación que tuvo con su esposa y su amante, la dualidad en la relación con sus jefes y de las consecuencias imprevistas de las envidias personales en las tramas del poder.
Y claro, aborda toda la constitución del Proyecto Manhattan, que lideró Oppenheimer, cuya misión era la de encontrar el tipo de arma nuclear capaz de definir la guerra. En el desierto de Nuevo México, que el científico conocía muy bien, bajo sus indicaciones, se construyó el pueblo de Los Álamos, que parió su propia versión de la solución final. Y si bien la producción construyó su versión del pueblo, en un ejercicio de escala impresionante, muchas casas originales siguen en pie y los actores las visitaron en medio de su trabajo
Para esta, quizá su obra más trascendental y directa a nivel humano, Nolan se basó en American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, una biografía del padre de la bomba atómica escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, ganadora del Premio Pulitzer.
Nolan, un autor en su ley, no la cuenta linealmente. Se alimenta de ella para lanzar una obra en varias líneas de tiempo distinguibles por la edad de los involucrados o, más radicalmente, por el contraste entre el color y blanco y negro. Y las entrelaza para componer un relato tan complejo como los dilemas de su protagonista. Es, sin lugar a dudas, una película imprescindible en tiempos de crisis, en los que aún hay botones de destrucción y en los que otro tipo de bombas, como la inteligencia artificial, empiezan a causar revoluciones y estragos. El director Paul Schrader, uno de los mayores escépticos del cine actual, quien no arroja cumplidos al aire, la llamó la película más importante del siglo, y razón no le falta.
Esté advertido, hay momentos de diálogo intenso, hay tramas que exigen atención, así que vale llegar descansado y atento para la experiencia. El cierre lo vale, la experiencia lo vale.
El director Paul Schrader, uno de los mayores escépticos del cine actual, quien no arroja cumplidos al aire, la llamó la película más importante del siglo, y razón no le falta
Si esta cinta (porque cinta es, enorme, rodada en formato Imax) tiene una virtud (y las tiene muchas) es poner a su público en esos zapatos imposibles del protagonista, pero también en medio del reto científico, del dilema ético y humano a los que estos hombres de ciencia de mitad del siglo XX, hijos de los descubrimientos científicos de Albert Einstein y Niels Bohr (personajes que en pocos minutos en la película desempeñan roles preponderantes), se vieron enfrentados al asumir la tarea más brutal del planeta: ganar la carrera, consiguiendo probarle al enemigo su capacidad de borrarlo del mapa. Y luego, lidiar con las consecuencias de parir tal abominación.
Estrellas estallan
Así como Nolan ofrece su retadora visión, el protagonista Cillian Murphy ofrece su rotunda versión del personaje. En su sexta película colaborando con el británico, el actor irlandés al fin asume el rol principal y no deja dudas. Carga con el peso de la narrativa desde su propia proyección, desde el personaje público que asumió y desempeñó Oppenheimer, pero también desde ese aire interno que habitaba y que lo marcaba, propio de quien lleva por dentro una bomba que jamás se permite detonar. Eso transmite Murphy con sus expresiones faciales, con su agobiante humanidad contenida.
Murphy no está solo en entregar su máximo nivel, y si lo alcanza es gracias al reparto que lo acompaña. En una película de Nolan no hay roles pequeños, y esto se hace especialmente cierto en Oppenheimer, en la que varios actores de renombre dejan huella importante en roles “secundarios”. Robert Downey Jr., en el rol de Lewis Strauss, fue crucial en el camino de Oppenheimer, y sirve también para revelar dos caras del poder en Estados Unidos. Además, Gary Oldman deja unos minutos de terror en la piel de un Harry S. Truman y, más importante aún, Emily Blunt ofrece un retrato intenso de Kitty Oppenheimer, la mujer del científico, que va de lo inestable a lo fuerte, y se hace esencial en momentos inesperados. Al reparto se unen Matt Damon, Florence Pugh, Kenneth Branagh, Casey Affleck, Matthew Modine, Rami Malek y más.
Faltan meses para saberlo, porque en el marco de una huelga histórica en Hollywood, saber si se celebrarán o no los Premios Óscar en 2024 es complejo. Pero, si es el caso, esta es la película por la cual la Academia al fin reconocerá a Christopher Nolan, cuyas producciones han encontrado eco en la audiencia (excepto por la mediocre Tenet), pero solo han sido reconocidas en aspectos técnicos (exceptuando el Óscar que recibió póstumamente Heath Ledger por su increíble y perturbador Guasón en The Dark Knight). Sin saber si habrá una industria del cine como la que hizo posible esta película, que se siente como cine de verdad, no es poca la fortuna de poder apreciarla como exponente indudable del séptimo arte.