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Karelle Tremblay y Pierre-Luc Brillant protagonizan la cinta canadiense, altamente recomendada.

CINE

'La desaparición de las luciérnagas', un cálido rechazo desganado al mundo

Esta película canadiense hace un retrato conmovedor y matizado de una muchacha indecisa a punto de graduarse del colegio, así como de sus relaciones familiares y personales. Calificación: 4 estrellas

Manuel Kalmanovitz
2 de noviembre de 2019

Título original: La disparition des lucioles

Año: 2018

País: Canadá

Director: Sébastien Pilote

Guion: Sébastien Pilote

Actores: Karelle Tremblay, Pierre-Luc Brillant

Duración: 96 min.

Calificación: 4 estrellas/excelente

En las tres películas que ha realizado, el director quebequense Sébastien Pilote viene trazando un retrato cuidadoso y sutil de esas tierras inhóspitas del nororiente de Canadá. En estas hay unos inviernos durísimos y unos veranos leves y, en estos retratos, parecen alentar una forma de habitar en la que coinciden melancolía y optimismo, predominando de lejos lo primero.

Hay un cambio grande. Mientras sus primeras dos películas se centraron en hombres mayores –en la primera un vendedor de automóviles y en la segunda un granjero–, acá la figura central es una muchacha en el último año de bachillerato. Pero los paisajes siguen siendo los mismos, la melancolía también, y las figuras de los hombres mayores, aunque no sean el personaje central, siguen siendo claves.

Léo (una Karelle Tremblay magnífica) está a punto de graduarse del colegio y no tiene claro qué le gustaría hacer. En una cena para celebrar su cumpleaños, sus padrinos insisten en preguntarle y ella responde con una ironía cortante. “Trabajar en la nueva economía, hacerle relaciones públicas a una petrolera o una farmacéutica, no estoy segura. Defender escorias. Me encantan los retos”.

Diestramente, Pilote da luces sobre la apatía de la muchacha al retratarla entre dos figuras paternas opuestas.

En esta muchacha indignada, curiosa y pesimista, la película crea un retrato memorable de insatisfacción y duda, de una desesperanza clara y comprensible, de un rechazo desganado a un mundo que a nivel existencial y profesional no parece ofrecer nada atractivo.

Diestramente, Pilote da luces sobre la apatía de la muchacha al retratarla entre dos figuras paternas opuestas: de un lado está Paul (François Papineau), su padrastro, un exitoso editorialista radial de derecha; del otro está su padre Sylvain (Luc Picard), un dirigente sindical que, tras ser derrotado en una negociación, ha sido transferido a una estación aislada en el norte.

Luego hay un tercer hombre: Steve (Pierre-Luc Brillant), un treintañero barbudo y callado con pinta de haber salido de los años ochenta, quien vive en el sótano de la casa de su madre y da clases particulares de guitarra, que ella empieza a tomar advirtiéndole que abandona todas las actividades extracurriculares después de un mes.

Además de la riqueza del retrato de esta muchacha en sánduche entre dos maneras antagónicas de ver el mundo, entre la defensa del capitalismo más descarnado y la inútil oposición a él, Steve parece ofrecer un tercer camino: ni rabioso ni derrotado, encontrando alimento en los paisajes que lo rodean, en sus actividades diarias, en la clase de encuentros que permite la vida en un pueblo pequeño.

Y aunque hay varios lugares comunes en los que esta película habría podido caer –el más claro, el del romance intergeneracional–, los evita con cuidado en buena parte por haber logrado dotar a su personaje central de una ambigüedad y una complejidad nada comunes.

Uno de los grandes logros de ‘La desaparición de las luciérnagas‘ es hacer un retrato cálido de estos personajes, comprensivo de su humanidad y sus dilemas, que, al mismo tiempo, revela la ‘sin salida’ a la que nos han llevado las tensiones ideológicas que vive este planeta. Es una especie de discreto milagro el que ofrece esta película.

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