| Foto: Simón Granja

NACIÓN

Egipto en medio del Amazonas

A la orilla del lago Tarapoto, la cuna de los delfines rosados, llegó un día Egipto y los niños pudieron conocer las pirámides. La escuela a la que se tienen que desplazar diariamente, llegó a ellos.

* Simón Granja
27 de julio de 2016

Ella no quiere hablar, mira de soslayo y sigue derecho. Bajó descalza las escaleras de madera de la entrada de una de las casas. Con sus pies untados de lodo espanta a las cientos de mariposas amarillas, blancas y naranjas que beben el agua que se derrama de un tanque y revolotean hasta volver a su labor de secar el barriscal. De su espalda cuelga un pequeño mono aullador, es un bebé que rescataron de morir de hambre al lado del cadáver de su madre que cayó de un árbol después del ataque de un halcón, o águila, o gavilán. La niña ahora es su madre, tan solo tiene 2 años o un poco más. Recorre su tribu y pasa de casa en casa, se sienta a la orilla del río a mirar y así pasan sus días hasta que entre a la escuela.

El lodo de sus pies lo tienen todos los que allí viven, unos entre sus dedos, otros cubriendo las botas o los tenis o cualquier zapato que tengan. Podría decirse que es un pueblo de pies de lodo. Y tiene una razón, el lugar que habitan es inundable, eso quiere decir que cada invierno el nivel del río cubre la cancha de fútbol y llega hasta el suelo de las casas que se levantan más de un metro y medio del suelo. Cuando eso ocurre, los ticuna de la comunidad de Taropoto se transportan de casa en casa con sus canoas. Por esa variante del clima, son excelentes recolectores. En verano se dedican a cultivar la tierra y a recolectar alimentos para cuando llueve.  Mientras que cuando el nivel del agua desciende, lo único que queda es una tierra fértil y un gran barrizal. Todos salen de sus casas, como después de un periodo de hibernación, para trabajar la tierra, pescar y comercializar, y así recolectar para el próximo invierno.

En las temporadas de lluvias el caudal de los ríos incrementa y el peligro para los niños es mayor porque los rayos tumban árboles y las serpientes se suben a los árboles desde donde caen, a veces, a las embarcaciones que transportan a los menores hasta sus escuelas, según cuenta el profesor de lengua ticuna en la Institución Educativa Agropecuaria San Francisco de Loretoyaco, Fermín Sánchez. Pero el riesgo no es solo en invierno, en verano también porque los afluentes se secan y las ramas impiden el paso de las embarcaciones, como también aumenta la probabilidad de que se vuelquen por las ramas que no se ven bajo el agua turbia.

“El peligro para estos niños es todo el tiempo, porque el transporte no es el adecuado y los menores no deberían desplazarse a distancias tan lejanas para llegar hasta sus escuelas”, explica el profesor que recorre las comunidades indígenas de la región enseñando la importancia de mantener vivas las culturas ticuna, cocama y yahua, algunas están a varias horas en lancha de la cabecera municipal de Puerto Nariño, Amazonas, .

El profesor Sánchez se considera más ticuna aún siendo mestizo, es de madre ticuna y de padre colono, como se les dice a quienes no son indígenas. Se siente orgulloso de su cultura y de su conocimiento, hasta el punto que dice que eligió ser profesor porque un día un hombre se le apareció mientras cazaba solo en la selva y además de predecir sus desamores y amores, le dijo que se dedicaría a esa labor. Ese hombre era un enviado del Dios del Cielo de los Ticunas. También predijo que en su camino se cruzarían unas monjas con las que trabajaría estrechamente, y resulta que sí y son las hermanas que dirigen la institución en la que trabaja hoy en día.

La hermana Sor Edelmira es la directora de la institución y de sus más de 10 escuelas primarias repartidas por la región. Su base central es el internado, a un kilómetro del casco urbano de Puerto Nariño, situada en medio de la selva con una salida al río Loretoyaco. Precisamente la razón de crear un internado en esa zona es porque muchos de los estudiantes que cursan bachillerato viven a más de 4 horas en lancha. Ante esa necesidad, “fue imperativo crear un espacio en el que pudieran dormir entre semana para después ir con sus familias los fines de semana”, explica la hermana.

Y es que el problema del desplazamiento entre poblados es el día a día de los habitantes de tan desolada y alejada región del país. Algún día llega una especie de solución a ese problema.

Un pescador de ocho años

La niña de dos años está con su mono aullador colgando del pelo en la orilla del lago Tarapoto mirando como el resto de niños de la comunidad juegan saltando desde un árbol caído al agua, se trepan otra vez y vuelven a saltar. Mientras tanto, Dairo, con peinado de cresta, moreno y rasgos indígenas, salta desde una tabla que flota a su ‘pequepeque, una embarcación tradicional de la región. Recoge una flecha anclada en la orilla del lago y sin meditarlo la lanza al agua, parece un juego, pero al recogerla en la punta se encuentra un bebé de pirarucú. Desde pequeño es autosostenible, ha aprendido a conseguir su propio alimento bien sea pescando, recolectando e inclusive cazando.

El profesor Sánchez también se encuentra allí y dice, “es que los ticunas somos autosostenibles. El problema es que el Gobierno nos ha hecho dependientes del consumo, ahora necesitamos ir a comprar cosas que antes no necesitábamos. Eso mismo hace que perdamos nuestras lenguas y tradiciones”, pero aclara que aún, por suerte, hay niños como Dairo y los que juegan en el agua que piensan hacia sus tradiciones.

Mientras tanto, una embarcación llega con algo que nunca antes ninguno de los niños ni integrantes de la comunidad había visto. Un hombre gordo, con la cabeza quemada y la ropa sudada como símbolos de una larga travesía desciende del transporte y le pide a los niños que le ayuden a bajar el Nómada. Ese hombre es Álvaro y viene con tabletas, televisores, gafas de realidad virtual y sus conocimientos como docente.

Lo que nunca podrían ver

A un lado está el sarcófago del faraón Tutankamón, se pueden ver esfinges hacia donde gire la cabeza. Casi que se siente el calor del desierto y la resequedad de la arena en la piel. Mueve hacia arriba la cabeza y ve los ladrillos que sostienen la antigua estructura. El suelo está ahí. Inclusive se puede caminar y sentir que se recorre el lugar.

Ahora todo es verde, se siente calor pero no hay sequedad. Ahí sigue el lago, el loro de la comunidad y la niña con su mono. Dairo pasó de estar en Egipto a su casa. Y así cada uno de los niños que atienden a la clase del profesor Álvaro.

Todos los aparatos tecnológicos en las manos de los niños llegaron desde Bogotá después de un largo trayecto del Nómada, una maloca portátil con ruedas que puede ir a cualquier lugar alejado del país o del mundo con el objetivo de llevar una experiencia singular a quienes no tienen esa posibilidad. Los primeros en vivirla fueron los niños de la Comunidad Ticuna de Tarapoto. Durante un día estuvieron jugando con las tablets, aprendiendo de su entorno de una forma distinta y con una tecnología que no había llegado hasta allí. La idea de ese proyecto creado por Samsung es también la de generar un intercambio de conocimiento entre comunidades que no tienen contacto entre sí.

César Muñoz, gerente de ciudadanía corporativa de Samsung Colombia, explica que el Nómada llegará a regiones apartadas y distantes unas de las otras. “La experiencia con los niños del Amazonas se graba y luego se llevará hasta La Guajira, donde los niños Wayuú podrán conocer cómo es la vida en el otro extremo del país, y así con cada una de las experiencias que realicemos”.

El uso de esa tecnología, según el profesor Sánchez logra solucionar, aunque sea por un día o una semana, el problema del desplazamiento de los niños hasta la escuela porque es ella la que llega hasta ellos.

Así que la niña con el mono en la espalda deja la orilla del lago y va a la escuela.

* Periodista de Semana Educación. 

@Simongrma